Elevando la discusión: los debates que marcaron la semana
Las lecturas del pasado
Cuando el futuro es incierto más vale mirar para atrás. Eso parece sugerir el último libro del escritor y ensayista estadounidense Grafton Tanner que se titula como los versos de Vicente Huidobro, The hours have lost their clock: the politics of nostralgia (Las horas han perdido su reloj: las políticas de la nostalgia). El asunto, advierte Tanner, no es si es buena o no la nostalgia, sino que los políticos que saben usarla a su favor pueden sacarle mucho provecho, bas- ta pensar en el Make America Great Again, que no es otra cosa que simple nostalgia. Y la pandemia ayudó a acrecentarla… El pasado siempre da algo más de seguridad. Pero añoranza o no, el hecho es que mirar el pasado no deja de ser un ejercicio útil y en las inevitables reflexiones de fin de año varios columnistas intentaron ponerlo en perspectiva -al menos el más reciente. Y en ese proceso abundan las interpretaciones, porque como dice Stephen King, el pasado “es un mundo de ficción”. Pero ahí están las lecturas del año que se fue. “El primer año de la nueva era”, como dice Óscar Contardo, que marcó el ascenso al poder de los líderes de las movilizaciones de 2011 y dejó atrás “a la generación de la Guerra Fría”. O el de las carambolas, según Héctor Soto, donde todo lo que se preveía, generalmente no sucedió. “Todo se anduvo descuadrando y pocas cosas salieron tal cual se programaron”, asegura. El tercio que la derecha creía seguro en la Convención no se logró y la candidatura de Daniel Jadue, que parecía incuestionable en Apruebo Dignidad, se desfondó. Tampoco fue Sichel el candidato de la derecha en segunda vuelta, sino un Kast que apelaba a “la pura ortodoxia” y a “la nostalgia autoritaria”. Y ahora, dependerá de Boric el camino a seguir: “Si quiere guerra, la tendrá, si opta por la paz, no faltarán los interlocutores”. Pero eso, lo del camino a seguir, es futuro, y estamos hablando de pasado, ese de 2021 que según Paula Escobar fue el año de las primeras veces. No sólo “nos vacunamos masivamente contra el coronavirus, en una hazaña reconocida mundialmente”, sino que “elegimos una Convención Constitucional (…) paritaria y con representación de pueblos originarios”, y también “al presidente más joven de la historia de Chile”. Pero como siempre es bueno mirar al pasado, estamos, según Escobar, en años “de cambio y transformaciones, como pasó en 1990”, y ahora sí se avizora “una segunda transición”. La pregunta es si, como la primera, esta “será posible y exitosa”.
Y todo esto, como agrega Ascanio Cavallo, en un mundo cargado de acontecimientos que parecen estar definidos por tres elementos: “La amenaza y zozobra que han sufrido las democracias occidentales”; “la percepción del inicio de un reordenamiento mundial con alcances y límites desconocidos”, y “la extensión de la pandemia de Covid 19, (…) acaso una sinopsis de cómo serán los futuros fenómenos pandémicos”. De nuevo habrá que mirar para atrás y no por nostalgia, sino para entender dónde estamos en los recurrentes ciclos de la historia.
Las gestiones del presente
Pero volviendo a la nostalgia de la que habla Grafton Tanner, Chile por estos días parece dividido entre la nostalgia y la esperanza, entre las muchas otras divisiones que atraviesan al país. Están los que desconfían de lo que viene y los que confían desmedidamente. Hay un asunto de expectativas y el nuevo gobierno deberá hacerse cargo. Pero mientras tanto, estamos en esa tierra de nadie que transcurre entre el epíes logo del gobierno saliente y la asunción del entrante. Un limbo o círculo primero del infierno de Dante, donde están los inocentes no bautizados. Los “pecados”, dirán algunos, vendrán después.
Y lo de círculos, para estar más ad-hoc con la terminología del futuro gobierno, suena a los anillos de confianza de Giorgio Jackson. La “comunidad del anillo” de la que escribe irónicamente Carlos Correa. Una imagen usada para estructurar la organización del nuevo gobierno, donde buscar nombres para el futuro gabinete no ha sido tarea fácil. Metáfora que, como apunta Correa, puede tener un contrapunto positivo en la novela de Tolkien: la de crear una comunidad unida en pos de un objetivo común, donde prime un espíritu colectivo… aunque siempre sin olvidar que en la novela quien se pone el anillo es “poseído por él”. ¿Una peligrosa metáfora del poder? Pero siguiendo con lo de los anillos y la conformación del nuevo gobierno, el caso actual tiene sus propias peculiaridades, como escribe Javier Sajuria en su columna. “A diferencia de elecciones anteriores, no sabemos aún qué partidos u organizaciones formarán parte del gobierno”, escribe. “Un gobierno, dos coaliciones”, dicen algunos, mientras otros miran el modelo portugués. La disyuntiva, dice Sajuria, es “crear un gobierno de minoría -basado en su coalición original (…)- o un gobierno de coalición”, que incorpore más fuerzas políticas. Cualquiera sea el camino, lo importante es “entender que el compromiso y la negociación son señales de madurez, no de traición”. Pero al margen de las características del nuevo gobierno, lo que nadie pone en duda que deberá hacerse cargo de un país dividido (nostálgicos y esperanzados). Y, como dice Sylvia Eyzaguirre, “recomponer el animus societatis, la voluntad de pertenecer a un mismo país”. Y para ello será crucial “recomponer las relaciones entre las distintas fuerzas políticas”. La duda es, como apunta Max Colodro, si el nuevo gobierno tiene la capacidad “de hacerse cargo del otro Chile” -ese que no votó por él“para convocar, integrar y buscar acuerdos”. Ahí estará la clave del éxito.
... y las dudas del futuro
El problema es que la idea de los acuerdos y la negociación parece por estos días una mala palabra para algunos. Basta recordar a la convencional que tras el triunfo de María Elisa Quinteros como nueva presidente de la Convención destacó por sobre todo –como si en ello hubiera un valor superiorque la victoria se logró sin hacer concesiones. Quizá fue eso –o seguramente lo fuelo que dilató la elección de la nueva mesa hasta la novena votación. Todo un récord, al menos para los últimos 60 años, en lo que a “elecciones papales” se trata. Desde que se eligió a Juan XXIII que una “votación papal” no pasa de los ocho escrutinios.
Pero más allá de la irremediable incapacidad de la Convención para ponerse de acuerdo, lo que evidenció lo sucedido, según Paula Walker, es que “no existe en el país una mirada hegemónica de las cosas”. Y teniendo claro eso, lo que viene ahora es asumir que “en la política se generan acuerdos, se negocia”. Nada de infantilismos. Los que sobrevivirán, dice Walker, son los liderazgos capaces de lograr acuerdos.
Y se necesitarán muchos para lo que viene: redactar una Constitución, con tantas visiones distintas, en menos de seis meses. Acuerdos sobre la plurinacionalidad de la que escribió la convencional Lidia González Calderón, o sobre la necesidad de un Congreso bicameral, con representación territorial en el Senado, para hacer efectiva la descentralización, como plantea la académica Julieta Suéz-Cao. O incluso sobre el sistema económico y el rol del Estado. Un punto donde el nuevo gobierno también tendrá mucho que decir.
Como escribía Ernesto Ottone a propósito del presidente electo y el futuro gobierno: “Ahora, la realidad”. Hay que pasar de la poesía de la campaña a la prosa de gobernar –citando nuevamente a Mario Cuomo. Y aquí vale, según Ottone, recordar a Max Weber: “Una ética de la convicción y una ética de la responsabilidad no son elementos contrapuestos, sino complementarios”. En resumen, negociar no es traicionar… es política. Ni nueva ni vieja, la de siempre.