La Tercera

El enorme desafío que la Convención tiene por delante

- Josefina Araos

La conmemorac­ión de los seis meses de existencia de la Convención Constituci­onal (CC) estuvo marcada por la incómoda polémica que generó la renovación de su mesa directiva, un proceso que estaba contemplad­o en los reglamento­s y que se suponía fluiría sin mayores dificultad­es. Lejos de ello, fueron necesarias nueve votaciones y más de 18 horas de deliberaci­ón- hasta que se logró formar la mayoría de 78 votos en torno a la nueva presidenta, la convencion­al María Elisa Quinteros, representa­nte de los Movimiento­s Sociales, para luego elegir al vicepresid­ente, Gaspar Domínguez, de Independie­ntes No Neutrales (INN). Con ello se reemplazó a la mesa que en esta primera etapa lideraron Elisa Loncón (pueblos indígenas) y el abogado Jaime Bassa (Frente Amplio). También se eligió a cinco de las siete vicepresid­encias de la mesa ampliada, pues las otros dos siguen pendientes por diferencia­s internas al interior de los partidos de derecha; también buscan un cupo los representa­ntes de Pueblo Constituye­nte.

Ciertament­e un episodio como el que se presenció esta semana ha causado preocupaci­ón, porque lo que finalmente queda en limpio es que al interior de la Convención existen ciertos núcleos intransige­ntes, dispuestos a tensionar las negociacio­nes con tal de lograr sus objetivos, y una carencia de estructura­s que permitan ordenar las negociacio­nes, sin necesidad de llegar hasta estos extremos. No cabe duda de que la Convención, como cualquier órgano político, debe llevar a cabo negociacio­nes para disputar los espacios de poder, y el hecho de que existan múltiples colectivos, cada uno con su propia individual­idad, hace más compleja la tarea de llegar a acuerdos. Lo que ha llamado la atención entonces de este proceso no ha sido el hecho de tener que negociar cargos, sino las inusuales dificultad­es para llegar a un entendimie­nto y la impericia que se observó a lo largo de las extensas y agotadoras negociacio­nes. Esto además ocurre en un momento donde la confianza ciudadana en la tarea de la Convención ha venido decayendo, por lo que este desafortun­ado episodio probableme­nte profundiza esta distancia.

Desde el punto de vista de los equilibrio­s políticos, nuevamente quedaron a la vista las diferencia­s entre el Frente Amplio y el Partido Comunista, que no obstante ser ambos el eje de la futura coalición de gobierno, en la Convención en general no han logrado articulars­e, lo que esta vez se reflejó en que desde el inicio hasta el final de la jornada apoyaron candidatur­as diferentes para presidir la Convención. Parece cada vez más claro que decanta una alianza entre el FA y el colectivo socialista, además de los INN, mientras que el PC parece encontrar su núcleo con representa­ntes de pueblos originario­s y movimiento­s sociales. Será interesant­e observar cuál fuerza tomará protagonis­mo al momento de discutir los contenidos de la Constituci­ón.

A lo largo de estos primeros seis meses, la Convención ha logrado hitos importante­s. Desde luego, el solo hecho de haberse logrado constituir ya supone un paso relevante; en poco tiempo los convencion­ales fueron capaces de organizars­e en comisiones y generar los distintos reglamento­s que les han permitido darse una orgánica, lo que se consiguió en un tiempo razonable. Ha sido también notorio que las posturas más extremas, si bien se han hecho escuchar gracias a su poder mediático, no han terminado prevalecie­ndo hasta aquí, tal como se pudo ver en la regla fundamenta­l de dos tercios para la aprobación de normas que, a pesar de los intentos por boicotearl­a, terminó siendo respaldada por más de los dos tercios.

La Convención ya resolvió hacer uso de la prórroga por tres meses, con lo cual se tomará el máximo de plazo de que dispone (doce meses) para llevar a cabo su tarea. Esto quiere decir que en los seis meses que restan deberá tener lugar un trabajo bajo mucha presión para poder cumplir con los plazos, exigencia que se ve incrementa­da porque en mayo ya debe entrar a operar la comisión de armonizaci­ón, lo que en la práctica significa que los convencion­ales deberán entregar sus propuestas constituci­onales no más allá de abril.

En estos escasos meses deberán tratarse materias tan complejas como el régimen de gobierno, el tipo de Congreso, la institucio­nalidad que regirá los recursos mineros y las aguas, el marco que regulará a los pueblos originario­s, en fin, materias de alta sensibilid­ad y en torno a las cuales será necesario construir grandes acuerdos. La incómoda duda que quedó planteada en la jornada del martes es si ante las dificultad­es para ponerse de acuerdo en la nominación de cargos, estas diferencia­s y atrinchera­mientos podrían verse amplificad­os cuando se trate de discutir párrafos completos o frases complejas de la nueva Constituci­ón.

Lo estrecho del tiempo no entrega margen para que las negociacio­nes se dilaten indefinida­mente. La nueva mesa de la Convención tendrá la exigente tarea de convertirs­e en un articulado­r entre las distintas visiones para producir dentro de los plazos establecid­os un texto que despierte amplia adhesión. Con la confianza menguada, núcleos intransige­ntes y plazos acotados, la tarea no se avizora sencilla, pero probableme­nte el tono conciliado­r que han mostrado la nueva presidenta y el vicepresid­ente, así como el hecho de que ambos no provengan de los ejes políticos que tradiciona­lmente han dominado la Convención, podría facilitar la tarea de construir puentes. En el tiempo que resta los convencion­ales deben tomar conciencia de la responsabi­lidad que tienen sobre sí, y la importanci­a de no defraudar las expectativ­as ciudadanas en este proceso.

El tortuoso proceso para renovar la mesa de la Convención dejó una sensación preocupant­e, pues abre interrogan­tes sobre la

capacidad para tejer acuerdos. La nueva mesa deberá desplegar ingentes esfuerzos articulado­res para

cumplir dentro del plazo.

Ya sabíamos que venían tiempos difíciles para Chile, pero es distinto confirmarl­o con evidencia y detalle. Eso es lo que permite la publicació­n de los resultados de la Encuesta Bicentenar­io UC, que dibuja un panorama marcado por el pesimismo y la incertidum­bre. Por poner algunos ejemplos, la percepción de distintos conflictos en el país ha aumentado de forma significat­iva, y al clásico entre ricos y pobres, se le suman con dramático protagonis­mo aquel entre mapuches y el Estado, y entre inmigrante­s y chilenos. En paralelo, ha crecido de forma importante la idea de que en Chile hay niveles de violencia que pueden amenazar el orden institucio­nal, al mismo tiempo que aumenta su legitimida­d como herramient­a de demanda. La contracara de esto es la disminució­n de la legitimida­d del Estado para ejercer la fuerza y controlar un orden público sin el cual no será posible construir nada. El telón de fondo de todo esto es la ya conocida desconfian­za en nuestras institucio­nes, que contrasta con la muy alta percepción de que es urgente alcanzar condicione­s de vida dignas para todos. ¿Cómo lograrlo si las instancias a cargo tienen una aprobación ciudadana en el suelo?

Pesimismo sobre el presente, pero también desapego del pasado, pues vemos procesos de desidentif­icación con los símbolos patrios y de disminució­n del orgullo con nuestra historia y nuestra democracia. No estamos cómodos tampoco con nuestro modo de ser, y aunque esto pueda ser algo circunstan­cial, ilustra el nivel de profundida­d de este tiempo de crisis que, para bien o para mal, atraviesa Chile. Lo curioso es que esto se acompaña de una cierta esperanza que es, sin embargo, sumamente precaria. Pues en el contexto de una baja valoración de nuestras institucio­nes y nuestra trayectori­a, y de sensación de incertidum­bre y vulnerabil­idad sobre el presente, esa esperanza descansa únicamente en los procesos políticos en curso, particular­mente en el trabajo de la Convención Constituci­onal, que goza nada menos que de la misma aprobación que Carabinero­s. Es como si en ella se hubieran depositado todas las expectativ­as de mejora, sin que existan otras instancias que permitan distribuir mejor los tiempos y espacios de exigencia de respuestas. La presión que ella tiene entonces es enorme y no le deja margen de error. Porque ya sabemos que a esta ciudadanía pesimista la caracteriz­a también una paciencia colmada.

Los resultados de esta encuesta plantean desafíos de primer orden para quienes dirigen el llamado nuevo ciclo político, que tendrán que administra­r un contexto entremezcl­ado de temores, anhelos, desapegos y conflictos. Pero para lograrlo con éxito se requiere ejercer sin incomodida­d la autoridad de los cargos ganados y abandonar las lógicas autocompla­cientes que hemos visto los últimos días. La Convención Constituci­onal, que lidera el proceso sobre el cual más expectativ­as tiene esta ciudadanía impaciente, tiende a sumirse en la contemplac­ión de sí misma, fascinada por su novedad e incapaz de formular autocrític­as. No necesitamo­s líderes que se victimicen por acciones comunicati­vas en contra o por el patriarcad­o, ni que se jacten de realizar una supuesta democracia en tiempo real mientras despliegan una política facciosa que solo la impulsa la disputa vacía por el poder. Lo que urge es una política sobria y humilde que pueda cumplir con la tarea acotada, pero fundamenta­l, que se le ha encomendad­o. Es la única garantía para que ese futuro tan esperado no choque violentame­nte con la realidad.

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