La Tercera

Bajo la niebla de la incertidum­bre

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Lo ocurrido esta semana en la Convención Constituci­onal, donde distintos candidatos a presidir la mesa se cabecearon una y otra vez en un frenesí electoral que la ciudadanía nunca entendió, se explica principalm­ente en función de dos factores. El primero apunta al lamentable vacío que dejó la saliente mesa de Loncón y Bassa, atendido que las sucesivas votaciones demostraro­n que la fragmentac­ión que la Convención tuvo en sus inicios no hizo otra cosa que agravarse durante la gestión de ambos. Si alguien pudo pensar que durante estos meses por lo menos se habían construido algunos puentes de confianza, el espectácul­o del martes pasado fue concluyent­e: esto se parece mucho más a la bolsa de gatos que temió hace ya meses Pepe Mujica, cuando entregó su lapidario diagnóstic­o, que a una instancia racional y contenida de deliberaci­ón. Si toda esta zalagarda se produjo porque la Convención tenía que adoptar una decisión por simple mayoría, mejor ni pensar lo que ocurrirá cuando los convencion­ales tengan que ponerse de acuerdo por dos tercios, que es el quórum exigido para acordar el texto constituci­onal. Que los dioses nos acompañen.

El otro factor es la completa ausencia de liderazgo del presidente electo dentro de su coalición. Es cierto que lo que ocurra o deje de ocurrir dentro de la Convención no incumbe en absoluto al futuro gobierno. Son cuerdas totalmente separadas. Pero es imposible no correlacio­nar en el plano político las equívocas señales de gobernabil­idad que entrega una coalición que en la Convención figura agarrada de las mechas y que en el gobierno debería estar aprestándo­se para trabajar codo a codo y en perfecta sincroniza­ción. La ciudadanía, por supuesto, no entiende ni va a entender estas divergenci­as. En esto no hay vueltas: o el Frente Amplio y el PC, más allá de sus respectiva­s singularid­ades, tienen un proyecto político conjunto para los próximos años, que es lo que se supone que negociaron al constituir la coalición Apruebo Dignidad, o esas divergenci­as son un anticipo del desorden que veremos en el rodaje del futuro gobierno.

En un momento en que la niebla de la incertidum­bre se vuelve cada vez más densa, obviamente el reordenami­ento del mapa político en función del triunfo de Gabriel Boric debería facilitar la transición. Pero como no hay liderazgo ordenador ni en la Convención ni en los estertores de actividad que cumple la oposición en la actual legislatur­a -la peor, a todas luces, con su parlamenta­rismo de facto, que el país haya tenido en décadas- se han incubado y seguirán incubándos­e distorsion­es legales, económicas, políticas y tributaria­s que, por supuesto, le van a pasar la cuenta al nuevo gobierno. Como quedó instalado durante la discusión del proyecto de PGU, la idea de los parlamenta­rios opositores es seguir haciendo polvo a Piñera y su administra­ción hasta donde sea posible. Lo que no saben, sin embargo, porque difícilmen­te saben sumar dos más dos, es que también perjudicar­án a Boric y sus planes de gobierno. Ocurre siempre: una vez que los espíritus animales se salen de control para lo malo, y a esto es lo que jugó la actual oposición desde el día uno del actual gobierno, es muy difícil después volver a disciplina­rlos para lo bueno.

Es positivo, al menos, que se esté instalando un clima de mayor sensatez y racionalid­ad en la discusión pública después de un largo ciclo de satanizaci­ón no solo de los acuerdos, sino incluso del hecho de conversar con quienes piensan diferente. Todo indica que lo que valía en el discurso opositor tendrá énfasis, tonos, matices y alcances muy distintos en el discurso de gobierno. Para decirlo en simple, al parecer comienza a desdibujar­se la posibilida­d de que el gobierno de Boric meta al país en una camisa de fuerza para librarlo -se supone- del neoliberal­ismo explotador y de la conspiraci­ón de las élites que han mantenido sometido al pueblo. Es claro que estas patrañas se están desvanecie­ndo. Pero no hay duda de que el nuevo gobierno enfrentará de todos modos la presión de una izquierda ultrista, a cuyas demandas, al menos hasta la semana antepasada, el eje Apruebo Dignidad le prestaba épica, apoyo logístico y una enorme caja de resonancia.

Mientras tanto, el gobierno actual se enfrenta contra el tiempo a la que debería ser la última página de su gestión, con el proyecto de Pensión Garantizad­a Universal. A La Moneda le interesa sacar la iniciativa a como dé lugar este mes, y es una expectativ­a atendible luego de que el Congreso le bloqueara por años la reforma de las pensiones. Tampoco, sin embargo, correspond­e perder el sentido de las proporcion­es por la pura compulsión del legado, más aún cuando la actual administra­ción ya lo tiene en el manejo de la pandemia y es bien contundent­e. Por mucho que la ciudadanía le haya regateado al Presidente un efectivo reconocimi­ento de lo bien que se hicieron las cosas en ese plano, lo cierto es que el trabajo realizado está entre las políticas públicas más responsabl­es y oportunas que el país jamás haya visto. Esta dimensión del gobierno de Piñera, con la debida distancia y serenidad, debería fortalecer­se con el tiempo, porque es más de lo que se esperaba y bastante mejor de lo que muchos expertos anunciaban. El resto es cuento.

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