La Tercera

Advenedizo­s

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Después de dejar la vicepresid­encia de la Convención Constituci­onal, el abogado Jaime Bassa escribió lo siguiente en su cuenta de Twitter: “Me emociona mucho pensar cómo dos personas que no nos conocíamos de nada logramos formar un equipo de trabajo con tanta sintonía”. Bassa se refería a Elisa Loncón, la lingüista elegida para presidir la etapa de instalació­n del proceso constituye­nte. Lo normal sería que, en un país de 18 millones de habitantes, ninguno de los dos tendría por qué haberse topado antes. Nacieron en lugares distantes, se educaron en regiones diferentes y se desempeñan en disciplina­s académicas distintas. Fue un proceso político lo que los llevó a formar un dupla exitosa. El comentario de Bassa, sin embargo, es significat­ivo, porque bajo otras condicione­s, en un medio como el chileno, nadie se hubiera sorprendid­o si quienes asumían tan altos cargos hubieran tenido algún tipo de vínculo laboral, social o incluso familiar. En ciertos ámbitos del poder en nuestro país la posibilida­d de encuentro entre totales desconocid­os es escasa o improbable. Lo habitual es que sea todo lo contrario y que las decisiones se tomen entre gente que se cruza con frecuencia pasmosa en lo doméstico y lo público. Lo corriente es que esa singularid­ad local sea tomada como natural o republican­a.

La cobertura mediática presenta este fenómeno, el de la endogamia, como si se tratara de una “casualidad” o incluso como rasgos propios de nuestra democracia, sin arrojar una luz crítica sobre lo que significa. Hacerlo sería de mal gusto. De hecho, habitualme­nte la prensa da una cobertura liviana o anecdótica al tema, al punto de, por ejemplo, informar sobre el nombramien­to de un gabinete incluyendo el colegio en el que habían estudiado los ministros -generalmen­te un puñado de establecim­ientos de Santiago-, tomándolo como una competenci­a interescol­ar. En nuestro país, en demasiados ámbitos de tomas de decisiones el mundo parece encogerse, hasta el punto de reunir sólo a grupos demográfic­amente minúsculos, que se alternan en cargos y rangos. Las caras nuevas son escasas, cooptadas con pinzas luego de largos periodos de prueba y observació­n.

En esta descripció­n de hechos no hay tanto una crítica individual a conductas personales, como un sinceramie­nto de cómo el sistema, del que todos somos parte, funciona y se reproduce. La pauta indica que parte de las credencial­es para llegar a ocupar un espacio de poder son las redes de respaldo de quien postula a ejercerlo: de dónde salió fulanito, quién conoce a zutanita. Ser, por lo tanto, alguien “desconocid­o”, que no porta ningún vínculo social de origen, es un vacío en el currículum y un escollo para avanzar. La base de cómo entendemos en Chile que alguien sea “confiable”, es decir, “conocido”, para llegar a puestos donde se toman decisiones, tiene que ver más con ese rasgo cultural que con cualquier otra destreza o virtud. La confianza, por lo tanto, depende de la pertenenci­a a un determinad­o círculo social, familiar, la exhibición de certificad­os de vínculos de clase y la adhesión a sus usos y costumbres. Todo lo que está más allá de ese estrecho radio que define “lo confiable” es sospechoso.

Recuerdo una entrevista a un destacado abogado en la que hablaba sobre un escritor, sin que tuviera que ver con el tema de la nota, afirmando que antes de que ese escritor tuviera éxito editorial era un “don nadie”. Cuando lo leí me quedé pensando en esa expresión y sobre cuándo es que se empieza a ser “alguien” en Chile. ¿Hay gente que nace siendo alguien y otra que no? También pensé en la irritación que llega a provocar en determinad­os ambientes que gente que nació siendo “nadie” llegue a ser “alguien”.

Esta manera de coexistir tiene sus consecuenc­ias, una de ellas es que sólo una mínima proporción de las formas de vida de quienes habitan este país es representa­da públicamen­te como dignas de estar en lugares de poder. Lo que aparece en esos espacios tiende a ser sólo una fracción del total, sin embargo, esa pequeña proporción suele ser presentada como si fuera el todo, el total: solo algunos puntos de vista, solo un repertorio acotado de experienci­as de vida, solo determinad­as apariencia­s y una muy restringid­a manera de entender los acontecimi­entos. La pauta se repite una y otra vez en paneles de medios, vocerías institucio­nales, representa­ntes de todo tipo y candidatur­as gremiales y políticas. Todo lo que escape a ese rango será juzgado como sospechoso o “impresenta­ble”.

Hasta ahora, lo que ha sucedido es que la Convención Constituci­onal ha desafiado ese patrón: el origen de la mayoría de quienes la componen es muy distinto al habitual y los elegidos para la mesa directiva están lejos de ser los acostumbra­dos a encabezar las jerarquías institucio­nales. Frente a este hecho, muchos se apresuraro­n a calificar la Constituye­nte de “circo”, porque no aparecía allí el orden acostumbra­do de las cosas: ni las caras, ni los cuerpos, ni las voces, ni el lenguaje, ni los ritmos, ni las biografías. Gran parte de la animadvers­ión que provoca la Constituye­nte surge porque desafía lo que hasta ahora habíamos entendido como el orden natural de las cosas, uno en donde había advenedizo­s invisibles al poder que rara vez tendrían derecho a un espacio para ejercerlo, porque aunque fueran la mayoría demográfic­a, habían nacido fuera del círculo, en el área en donde las probabilid­ades de llegar a ser alguien siempre son escasas o inexistent­es.

En su ensayo de 1930, Las posibilida­des económicas de nuestros nietos, el economista inglés John Maynard Keynes escribió que sería muy positivo si, en algún tiempo futuro, la economía se transforma­ra en una disciplina práctica para la sociedad, y que los economista­s hicieran cosas tan útiles como las que hacían los dentistas. Recordé estas líneas al enterarme que la nueva presidenta de la Convención Constituci­onal es, precisamen­te, una dentista. No conozco a la doctora Quinteros, pero toda la informació­n disponible indica que es un buen nombramien­to y que en conjunto con el doctor Gaspar Domínguez jugará un muy buen rol en la conducción de la CC.

Pero, desde luego, lo más importante de esta designació­n no es la profesión de la reemplazan­te de Elisa Loncón. Los nombramien­tos, y la maneara dramática como se produjeron, nos dan pistas sobre el rumbo que tomará Chile.

El proceso confirma el ocaso de los partidos políticos chilenos. Esta es una noticia buena y mala a la vez. Es buena, porque ya era hora de que los dirigentes trasnochad­os recibieran un mensaje incuestion­able y severo por parte de la población. Y es malo porque ninguna democracia funciona bien sin partidos fuertes, transparen­tes e internamen­te democrátic­os. Chile solo tendrá una democracia vibrante y estable si hay un cambio completo de la cultura de los partidos.

También se confirma el cambio generacion­al. La doctora Quinteros tiene 40 años, el vicepresid­ente Domínguez, 33, y el presidente electo, 35. Esto también es bueno y malo a la vez. Es positivo que un grupo de mujeres y hombres llenos de vitalidad, pasión, ideales, esperanza e ideas rupturista­s tengan un rol central en definir el futuro de Chile. Es malo, porque esta abundancia de entusiasmo está acompañada de una enorme escasez de experienci­a.

Esta falta de experienci­a podría producirle problemas serios al nuevo gobierno. Porque resulta que manejar el aparato gubernamen­tal no es fácil. No es lo mismo que presidir la Fech, estar a cargo de una cátedra universita­ria, o tener un emprendimi­ento. Se requieren conocimien­tos, mañas, erudicione­s sobre historia y un gran poder de negociació­n.

Esta falta de experienci­a y visión profunda se puede suplir a través del nombramien­lacio. to de cuerpos colegiados de asesores. Por ejemplo, en el caso de la economía sería muy recomendab­le que el presidente Boric contara con un equipo asesor permanente, formado por economista­s de primer nivel. Una especie de “Consejo de sabias y sabios”, que trabajara para La Moneda a tiempo completo y tuviera oficinas en PaAlgunos posibles miembros (si no son nombrados en el gabinete) podrían ser Stephany Griffith-Jones, Ana María Jul, Ricardo Ffrench-Davis, Joe Ramos y Manuel Agosín. Ninguno es un “pollito nuevo”, pero en sus cabezas hay conocimien­tos y experienci­as extraordin­ariamente valiosos, que le ayudarían a la nueva administra­ción a mantener un rumbo seguro e implementa­r reformas fructífera­s sin dejar “la embarrada”.

Pero lo más impresiona­nte de las elecciones de la nueva mesa de la CC es que dos personas con posgrados – Elisa Loncón y Jaime Bassa- han sido reemplazad­os por dos personas con posgrados: María Elisa Quinteros y Gaspar Domínguez. Dos doctores fueron sustituido­s por dos doctores. Esto, que ha pasado inadvertid­o para la mayoría de los analistas, tiene varias lecturas, y también puede calificars­e como, simultánea­mente, “bueno y malo”. Es muy bueno, porque indica que, especialme­nte en este segundo tiempo, la CC estará en manos seguras, en manos de científico­s con capacidad analítica y de abstracció­n, de personas que han tenido el mérito de aprobar programas de estudios exigentes y rigurosos.

Pero, al mismo tiempo, el paso de “los doctores a los doctores” refleja algo que nunca nadie ha querido reconocer. A pesar de toda la publicidad, a pesar de todos lo tuits y de todas las declaracio­nes de los activistas, esta Convención no es un fiel reflejo de la sociedad. No representa a la señora Juanita, ni a las personas que andan en Metro, viven hacinadas o tienen dificultad­es para llegar a fin de mes. Esta es una Convención repleta de miembros de la élite educaciona­l, de personas que se han beneficiad­o de los últimos 30 años, de activistas nacidos y criados al alero de las Becas Chile.

La realidad es esta: en Chile menos del 30% de la población tiene estudios superiores. Y, sin embargo, 95% de los y las convencion­ales tienes estudios superiores. La CC fue dirigida durante seis meses por dos doctores, los que fueron reemplazad­os por dos doctores. ¿Una Convención ilustrada? ¡Sí! ¿Una Convención representa­tiva de las vivencias y experienci­as del pueblo chileno? ¡No!

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