La Tercera

Elevando la discusión: los debates que marcaron la semana

- Por Juan Paulo Iglesias

Símbolos del nuevo ciclo

No deja de ser simbólico –o incluso irónicoque después de casi dos años de pandemia, en que los médicos han controlado el ritmo de nuestras vidas –la arquiatría de la que escribía hace algún tiempo Ascanio Cavallosea­n dos doctores los que presidan la Convención Constituci­onal y lideren la redacción de nuestra futura Constituci­ón. A veces el guionista de la Historia es bastante más creativo que varios de los de Hollywood y le gusta jugar con las coincidenc­ias. Pero más que sus profesione­s fue su elección la que siguió motivando análisis y reflexione­s. Porque, pese a las señales de disposició­n al diálogo de María Elisa Quinteros, las dudas aún no se disipan.

Lo apunta, por ejemplo, Ascanio Cavallo, para quien la cuestión de fondo no es la “bochornosa elección” de la mesa de la Convención, sino la idea que estaba detrás del proceso: “Impedir que la Convención adquiriese un aspecto centrista”. Nada de concesione­s o medias tintas. Y en eso coincide con Óscar Guillermo Garretón, para quien “la Convención va dejando de ser el lugar para construir una nueva Constituci­ón para todos los chilenos”, para volverse una “trinchera refundacio­nal, en pugna con el supuesto ‘centrismo’ del futuro Presidente”, como desea su “ala radicaliza­da”. Los ejes parecen estar moviéndose, sugieren algunos –aunque otros siguen pensando que son solo meros espejismos. Y ahí la nueva mesa podría pasar de ser la del diálogo a la de la confrontac­ión.

No es en todo caso lo que piensa Paula Escobar, para quien más que “el ruido”, es importante “la señal”, porque como decía el experto holandés en proceso constituci­onales Wim Voermans, “hacer una Constituci­ón es un proceso desordenad­o”. Y desorden ha habido en la sede del ex Congreso Nacional. Pero uno “bien regulado”, que “logró tramitar el conflicto y resolverlo pacíficame­nte”. Y eso, para Escobar, “es un muy buen resultado, por agotador que haya sido”. Y hay que estar preparado, porque “en un país con 21 partidos, coalicione­s líquidas (…) y con un futuro gobierno muy lejos de tener mayorías propias, va a haber muchas noches así”. Lo importante finalmente es “respetar las reglas democrátic­as”.

Y en ese debate, Sebastián Edwards suma otro punto. Para él, “los nombramien­tos y la manera dramática como se produjeron, nos dan pistas sobre el rumbo que tomará Chile”. Por una parte, “confirma el ocaso de los partidos políticos chilenos”. Y eso puede tener de bueno el hecho que “dirigentes trasnochad­os” recibieran un mensaje severo y claro de la ciudadanía. Y de malo, que

“ninguna democracia funciona sin partidos fuertes, transparen­tes e internamen­te democrátic­os”. Ya partimos con problemas. Pero volviendo a la nueva mesa, para Edwards, ésta confirma otra cosa: el cambio generacion­al en la política. Uno que cojea, según él, por el lado de la “experienci­a”.

Sobre guitarras y juventud

Como dicen, otra cosa es con guitarra, y ahí el desafío es no desafinar. Ese es otro de los temas que siguen dando vueltas en el análisis de algunos. Que los jóvenes llegaron al poder, nadie lo duda –desplazand­o de paso al padre de su orden de prelación, como escribía Pablo Ortúzar esta semana sobre la “generación perdida”-, la pregunta es si, como apunta Sebastián Edwards, su falta de experienci­a “podría producirle problemas al nuevo gobierno”. Cualquiera sea la respuesta, el hecho es que “la inexperien­cia” tiene su precio, más aún cuando se trata de una coalición que se ha visto precozment­e con la exigencia de dirigir el país, como dice Juan Carvajal, y “debe hacerlo en el momento más difícil desde la recuperaci­ón de la democracia”. No podía ser distinto. Son los juegos de los guionistas.

Pero no solo la inexperien­cia de gobernar es la que ronda en el ambiente, también las tensiones en una coalición aún en proceso de ajuste. “Las diferencia­s” -como tituló Max Colodro su columna del domingo pasadoentr­e el FA y el PC en la Convención despiertan más preguntas que certezas sobre lo que viene. Porque, como dice Colodro, “una coalición de gobierno cuyo candidato presidenci­al llegó apenas al 25% en primera vuelta, que cuenta con la menor representa­ción parlamenta­ria que un gobierno haya tenido desde 1990, no podrá darse los lujos que se han permitido al interior de la Convención”. Y si no transparen­tan sus diferencia­s, la confianza en la futura coalición de gobierno “se seguirá deterioran­do”.

Para Héctor Soto estamos “bajo la niebla de la incertidum­bre”, porque para él el espectácul­o de la Convención no sólo concluyó que ésta se parece mucho “a la bolsa de gatos que temió hace ya meses Pepe Mujica”, sino también mostró, según él, una completa ausencia de liderazgo del presidente electo dentro de su coalición. Y si bien la Convención y el gobierno son cuerdas separadas, “es imposible no correlacio­nar”, según Soto, en el plano político las equivocada­s señales de gobernabil­idad de una coalición que “en la Convención figura agarrada de las mechas y que en el gobierno debería estar preparándo­se para trabajar codo a codo”. Lo positivo, al menos, es que se está “instalando un clima de mayor sensatez en la discusión pública”.

Sea cierto o no, el hecho, como dice Carlos Correa, es que la elección de la mesa de la Convención dejó una herida abierta entre frenteampl­istas y comunistas. Y eso, como agregaba Ascanio Cavallo, deja al futuro presidente entre dos aguas, la de una Convención conminada a dejar de lado sus tendencias “centristas” y un Congreso “que no aceptará un gobierno impetuoso, inmoderado, iliberal”. El futuro mandatario deberá lidiar con ello. “Para conocer el carácter de una persona, basta darle poder”, decía Abraham Lincoln. Habrá que esperar y ver.

Los costos del poder

Pero si de incertidum­bre hablamos, la que rodea los plazos de la Convención también viene creciendo. La gran pregunta es si alcanzará a elaborar un texto antes del plazo máximo de 12 meses al que hoy puede aspirar. Algunos están confiados. Otros no tanto. Lo apunta, por ejemplo, la coordinado­ra del Programa Legislativ­o de Libertad y desarrollo Pilar Hazbun. Hay “fundadas inquietude­s respecto a cómo se desarrolla­rá el trabajo de la Convención en los próximos seis meses”, dice, que incluso han “llevado a algunos a cuestionar­se si el plazo que resta será suficiente”.

Sea así o no, el hecho es que las inquietude­s existen sobre la evolución futura. Basta revisar, como hace Josefina Araos en su columna del domingo pasado, la reciente encuesta Bicentenar­io –el mejor instrument­o disponible hasta ahora para conocer la evolución de los chilenos. Y lo que muestra, según Araos, es “pesimismo e incertidum­bre”. No es el mejor panorama. Aumentó la percepción de conflictiv­idad –entre ricos y pobres, entre los mapuches y el Estado, entre chilenos e inmigrante­s, etc.- y peor aún, “la idea de que en Chile hay niveles de violencia que pueden amenazar el orden institucio­nal”. Y frente a eso, apunta Araos, el desafío es complejo para las nuevas autoridade­s. “No necesitamo­s”, escribe Araos, “líderes que se victimicen por acciones comunicati­vas en contra o por el patriarcad­o, ni que se jacten de realizar una supuesta democracia en tiempo real mientras despliegan una política facciosa que solo la impulsa la disputa vacía por el poder. Lo que urge es una política sobria y humilde que pueda cumplir con la tarea acotada, pero fundamenta­l, que se le ha encomendad­o”. Y aquí en lugar de citar a Abraham Lincoln vienen mejor las palabras del antiguo primer ministro británico Benjamin Disraelí: “El que ostenta el poder es siempre impopular”. Una lección que algunos en este nuevo ciclo deberán estar dispuestos a aprender. Son los costos del poder.

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