Elevando la discusión: los debates que marcaron la semana
Símbolos del nuevo ciclo
No deja de ser simbólico –o incluso irónicoque después de casi dos años de pandemia, en que los médicos han controlado el ritmo de nuestras vidas –la arquiatría de la que escribía hace algún tiempo Ascanio Cavallosean dos doctores los que presidan la Convención Constitucional y lideren la redacción de nuestra futura Constitución. A veces el guionista de la Historia es bastante más creativo que varios de los de Hollywood y le gusta jugar con las coincidencias. Pero más que sus profesiones fue su elección la que siguió motivando análisis y reflexiones. Porque, pese a las señales de disposición al diálogo de María Elisa Quinteros, las dudas aún no se disipan.
Lo apunta, por ejemplo, Ascanio Cavallo, para quien la cuestión de fondo no es la “bochornosa elección” de la mesa de la Convención, sino la idea que estaba detrás del proceso: “Impedir que la Convención adquiriese un aspecto centrista”. Nada de concesiones o medias tintas. Y en eso coincide con Óscar Guillermo Garretón, para quien “la Convención va dejando de ser el lugar para construir una nueva Constitución para todos los chilenos”, para volverse una “trinchera refundacional, en pugna con el supuesto ‘centrismo’ del futuro Presidente”, como desea su “ala radicalizada”. Los ejes parecen estar moviéndose, sugieren algunos –aunque otros siguen pensando que son solo meros espejismos. Y ahí la nueva mesa podría pasar de ser la del diálogo a la de la confrontación.
No es en todo caso lo que piensa Paula Escobar, para quien más que “el ruido”, es importante “la señal”, porque como decía el experto holandés en proceso constitucionales Wim Voermans, “hacer una Constitución es un proceso desordenado”. Y desorden ha habido en la sede del ex Congreso Nacional. Pero uno “bien regulado”, que “logró tramitar el conflicto y resolverlo pacíficamente”. Y eso, para Escobar, “es un muy buen resultado, por agotador que haya sido”. Y hay que estar preparado, porque “en un país con 21 partidos, coaliciones líquidas (…) y con un futuro gobierno muy lejos de tener mayorías propias, va a haber muchas noches así”. Lo importante finalmente es “respetar las reglas democráticas”.
Y en ese debate, Sebastián Edwards suma otro punto. Para él, “los nombramientos y la manera dramática como se produjeron, nos dan pistas sobre el rumbo que tomará Chile”. Por una parte, “confirma el ocaso de los partidos políticos chilenos”. Y eso puede tener de bueno el hecho que “dirigentes trasnochados” recibieran un mensaje severo y claro de la ciudadanía. Y de malo, que
“ninguna democracia funciona sin partidos fuertes, transparentes e internamente democráticos”. Ya partimos con problemas. Pero volviendo a la nueva mesa, para Edwards, ésta confirma otra cosa: el cambio generacional en la política. Uno que cojea, según él, por el lado de la “experiencia”.
Sobre guitarras y juventud
Como dicen, otra cosa es con guitarra, y ahí el desafío es no desafinar. Ese es otro de los temas que siguen dando vueltas en el análisis de algunos. Que los jóvenes llegaron al poder, nadie lo duda –desplazando de paso al padre de su orden de prelación, como escribía Pablo Ortúzar esta semana sobre la “generación perdida”-, la pregunta es si, como apunta Sebastián Edwards, su falta de experiencia “podría producirle problemas al nuevo gobierno”. Cualquiera sea la respuesta, el hecho es que “la inexperiencia” tiene su precio, más aún cuando se trata de una coalición que se ha visto precozmente con la exigencia de dirigir el país, como dice Juan Carvajal, y “debe hacerlo en el momento más difícil desde la recuperación de la democracia”. No podía ser distinto. Son los juegos de los guionistas.
Pero no solo la inexperiencia de gobernar es la que ronda en el ambiente, también las tensiones en una coalición aún en proceso de ajuste. “Las diferencias” -como tituló Max Colodro su columna del domingo pasadoentre el FA y el PC en la Convención despiertan más preguntas que certezas sobre lo que viene. Porque, como dice Colodro, “una coalición de gobierno cuyo candidato presidencial llegó apenas al 25% en primera vuelta, que cuenta con la menor representación parlamentaria que un gobierno haya tenido desde 1990, no podrá darse los lujos que se han permitido al interior de la Convención”. Y si no transparentan sus diferencias, la confianza en la futura coalición de gobierno “se seguirá deteriorando”.
Para Héctor Soto estamos “bajo la niebla de la incertidumbre”, porque para él el espectáculo de la Convención no sólo concluyó que ésta se parece mucho “a la bolsa de gatos que temió hace ya meses Pepe Mujica”, sino también mostró, según él, una completa ausencia de liderazgo del presidente electo dentro de su coalición. Y si bien la Convención y el gobierno son cuerdas separadas, “es imposible no correlacionar”, según Soto, en el plano político las equivocadas señales de gobernabilidad de una coalición que “en la Convención figura agarrada de las mechas y que en el gobierno debería estar preparándose para trabajar codo a codo”. Lo positivo, al menos, es que se está “instalando un clima de mayor sensatez en la discusión pública”.
Sea cierto o no, el hecho, como dice Carlos Correa, es que la elección de la mesa de la Convención dejó una herida abierta entre frenteamplistas y comunistas. Y eso, como agregaba Ascanio Cavallo, deja al futuro presidente entre dos aguas, la de una Convención conminada a dejar de lado sus tendencias “centristas” y un Congreso “que no aceptará un gobierno impetuoso, inmoderado, iliberal”. El futuro mandatario deberá lidiar con ello. “Para conocer el carácter de una persona, basta darle poder”, decía Abraham Lincoln. Habrá que esperar y ver.
Los costos del poder
Pero si de incertidumbre hablamos, la que rodea los plazos de la Convención también viene creciendo. La gran pregunta es si alcanzará a elaborar un texto antes del plazo máximo de 12 meses al que hoy puede aspirar. Algunos están confiados. Otros no tanto. Lo apunta, por ejemplo, la coordinadora del Programa Legislativo de Libertad y desarrollo Pilar Hazbun. Hay “fundadas inquietudes respecto a cómo se desarrollará el trabajo de la Convención en los próximos seis meses”, dice, que incluso han “llevado a algunos a cuestionarse si el plazo que resta será suficiente”.
Sea así o no, el hecho es que las inquietudes existen sobre la evolución futura. Basta revisar, como hace Josefina Araos en su columna del domingo pasado, la reciente encuesta Bicentenario –el mejor instrumento disponible hasta ahora para conocer la evolución de los chilenos. Y lo que muestra, según Araos, es “pesimismo e incertidumbre”. No es el mejor panorama. Aumentó la percepción de conflictividad –entre ricos y pobres, entre los mapuches y el Estado, entre chilenos e inmigrantes, etc.- y peor aún, “la idea de que en Chile hay niveles de violencia que pueden amenazar el orden institucional”. Y frente a eso, apunta Araos, el desafío es complejo para las nuevas autoridades. “No necesitamos”, escribe Araos, “líderes que se victimicen por acciones comunicativas en contra o por el patriarcado, ni que se jacten de realizar una supuesta democracia en tiempo real mientras despliegan una política facciosa que solo la impulsa la disputa vacía por el poder. Lo que urge es una política sobria y humilde que pueda cumplir con la tarea acotada, pero fundamental, que se le ha encomendado”. Y aquí en lugar de citar a Abraham Lincoln vienen mejor las palabras del antiguo primer ministro británico Benjamin Disraelí: “El que ostenta el poder es siempre impopular”. Una lección que algunos en este nuevo ciclo deberán estar dispuestos a aprender. Son los costos del poder.