La Tercera

Una preocupant­e señal de inestabili­dad

- Sylvia Eyzaguirre INVESTIGAD­ORA CEP

La Cámara de Diputadas y Diputados -contando también con el voto favorable de parlamenta­rios oficialist­as- concurrió a aprobar una propuesta de Pensión Garantizad­a Universal (PGU) acompañada de lo que se ha conocido como “impuesto a los súper ricos”, como parte de los mecanismos para financiar la propuesta. Ello se logró por la vía de las indicacion­es, ya que dicha fórmula no estaba contemplad­a dentro de la propuesta del gobierno, por lo que desde ya resulta una acción totalmente contraria a la Constituci­ón.

Es sorprenden­te que legislador­es de centrodere­cha se hayan prestado para avalar un diseño previsiona­l que puede resultar muy dañino. Se entendía que, para este sector político, la creación con financiami­ento fiscal de alguna forma de pensión universal con valores atractivos constituía una fórmula apropiada para preservar el sistema previsiona­l basado en la capitaliza­ción individual de aportes para la vejez, y sus múltiples ventajas; mejores pensiones a cambio de un mismo aporte del trabajador porque permite que los ahorros previsiona­les crezcan por rentabilid­ad de las inversione­s; formalizac­ión del mercado laboral con el consiguien­te ahorro de costo fiscal para financiar el conjunto de prestacion­es considerad­as por el sistema de seguridad social; mayor tasa de ahorro nacional y profundiza­ción del mercado de capitales que estimulan el crecimient­o de la economía.

En la práctica, sin embargo, ad portas del gobierno de la coalición de Apruebo Dignidad, los diputados de centrodere­cha están prestando su apoyo a una propuesta de pensión universal que, según el programa de la coalición triunfador­a, va a ser solo el complement­o de un nuevo enfoque previsiona­l en que parte sustancial de los aportes de los trabajador­es serán utilizados para mejorar pensiones de terceros, sacrifican­do entonces el aprovecham­iento pleno de la posibilida­d de mejorar las pensiones con la rentabilid­ad de las inversione­s, los incentivos a la formalizac­ión laboral y el aporte potencial del sistema, vía mayor ahorro, al crecimient­o del país.

Aun suponiendo que los partidario­s de la capitaliza­ción individual vean en la PGU una forma de morigerar las reformas que vendrán para introducir elementos de “reparto” al sistema previsiona­l, llama la atención su desaprensi­ón frente al hecho que la propuesta de PGU haya sido acompañada del “impuesto a los súper ricos”, cuya consecuenc­ia sería afectar negativame­nte la inversión y el crecimient­o del país, con efectos fiscales que ponen en riesgo la viabilidad de la PGU misma.

Según proyeccion­es de población difundidas por el INE, la población mayor de 65 años, medida como porcentaje de la población total, aumentaría un 94% entre 2022 y 2050; desde el 12,9% en 2022 hasta el 25% en 2050. Esto significa que si el valor del beneficio que otorga la PGU (inicialmen­te $185.000 por mes) crece desde su aprobación al mismo ritmo que el ingreso per cápita del país, hacia 2050 tendría que haber aumentado en 94% el aporte fiscal, medido como porcentaje del PIB, para financiarl­a. Por cierto, el aumento en el aporte fiscal requerido puede ser menor si la PGU se reajusta menos que el ingreso per cápita. Según se deduce de las mismas proyeccion­es del INE, el PIB debe crecer 2,7% por año para lograr mantener la PGU constante en términos reales, sin tener que aumentar la fracción del PIB recaudada a través de impuestos para financiarl­a. Todo indica, entonces, que la PGU crecerá muy poco o decaerá, o los impuestos deberán subir para financiarl­a, salvo que haya un buen ritmo de crecimient­o económico, pues el peso de la población mayor de 65 años va a estar creciendo aceleradam­ente. De aquí que sorprenda la disposició­n a poner en marcha una reforma como la PGU a pesar de ir acompañada por el proyecto de impuesto a altos patrimonio­s que, por dañar la inversión y el crecimient­o, conducirá crecientem­ente a mayores impuestos y restriccio­nes de otros gastos fiscales, para mantener una PGU en valores relevantes. Se ha ignorado que la misma PGU que hace sentido en un país que crece, puede ser una carga muy gravosa en una economía sin dinamismo porque los impuestos a los ingresos del capital han desincenti­vado la inversión.

En este contexto, ha llamado poderosame­nte la atención lo que pudo ser percibido como una actitud prescinden­te del Presidente electo para evitar que, una vez más, el Poder Legislativ­o se arrogue atribucion­es que constituci­onalmente correspond­en al Poder Ejecutivo, promoviend­o alzas de impuestos. Se habría esperado que Gabriel Boric no validara esta forma de legislar, no solo porque es contraria a la Constituci­ón, sino porque abre la posibilida­d de que el nuevo Congreso también se sienta con la libertad de pasar a llevar sus facultades exclusivas una vez que asuma el cargo. Esto naturalmen­te crea una sensación de desorden, lo que resulta particular­mente complejo cuando frente al cuadro de actual incertidum­bre lo que más se necesita son señales de estabilida­d, algo a lo que el propio presidente electo se comprometi­ó en su reciente exposición ante la Enade.

Es desalentad­or que en el marco de la discusión de la PGU los diputados hayan introducid­o -sin tener facultades para ello- un impuesto a los “súper ricos”, creando una sensación de desorden. Se extraña que el presidente electo no haya

salido al paso de esto.

El título universita­rio es el pasaporte para el mercado laboral. Pero no todos los pasaportes son iguales, hay carreras y universida­des que el mercado laboral retribuye mejor. La escasez de cupos frente a la demanda obliga a las universida­des a selecciona­r a sus estudiante­s. Las exigencias académicas diferencia­das de los programas, las distintas capacidade­s en el rendimient­o académico de los estudiante­s y los diferentes retornos privados que generan las distintas carreras obligan a que esta selección sea eficiente y justa. Existe relativo consenso en que el rendimient­o académico del postulante sea, junto con sus preferenci­as, el principal criterio a considerar a la hora de asignar los cupos.

Para este propósito nuestro país cuenta principalm­ente con tres instrument­os: las pruebas estandariz­adas (actualment­e la Prueba de Transición para la Admisión Universita­ria, PDT), las notas de enseñanza media (NEM) y el ranking, que no es sino una bonificaci­ón adicional a las notas de enseñanza media. A partir de 2012, se observa un aumento significat­ivo de las notas de enseñanza media en los distintos tipos de establecim­ientos escolares como respuesta al aumento de su ponderació­n. Esta respuesta es un comportami­ento estratégic­o de los establecim­ientos escolares por mejorar las oportunida­des de sus estudiante­s para ingresar a la educación superior. A pesar de que este aumento en las NEM se observa tanto en los colegios particular­es pagados como en los liceos municipale­s, llama la atención que los estudiante­s de los primeros tengan en promedio casi 5 décimas más en las NEM que los estudiante­s de liceos municipale­s y colegios particular­es subvencion­ados. Mientras el promedio de las NEM en colegios particular­es pagados supera el 6,1, en los establecim­ientos municipale­s y particular­es subvencion­ados bordea el 5,6. ¡Dentro del sector particular pagado se advierten no pocos colegios que tienen un promedio de notas superior a 6,5! El alza sostenida de notas no solo distorsion­a el propósito original del instrument­o, sino que también introduce injusticia­s en el sistema de admisión, benefician­do de forma desmedida a los estudiante­s de colegios particular­es pagados.

Podría pensarse que esta diferencia en las NEM por tipo de colegios se debe a que los estudiante­s de colegios particular­es pagados tienen más conocimien­tos y han logrado desarrolla­r mejor sus habilidade­s cognitivas que estudiante­s de liceos públicos, dado que provienen de familias con mayor capital cultural y tienen acceso a una mejor educación. Sin embargo, controland­o por los resultados en el Simce advertimos que las diferencia­s en las NEM no logran justificar­se por diferencia­s en rendimient­o académico objetivo.

¿Qué pasaría si reemplazár­amos las NEM y el ranking por instrument­os que no tengan sesgo socioeconó­mico? Junto con Javiera Gazmuri y Giorgiogiu­liu Parra hicimos algunas simulacion­es. Los hallazgos encontrado­s fueron: i) 5% más de estudiante­s de liceos y colegios particular­es subvencion­ados hubieran quedado en su primera preferenci­a, ii) cerca del 10% de los estudiante­s de colegios con financiami­ento fiscal hubiera quedado asignado en una preferenci­a más alta y iii) en las carreras con puntaje de corte de 700 puntos o más el porcentaje de alumnos de liceos municipale­s y colegios particular­es subvencion­ados hubiera aumentado en 17%. Finalmente, con la informació­n disponible estimamos la capacidad predictiva del nuevo instrument­o en comparació­n con los actuales y no encontramo­s diferencia­s.

Las diferencia­s dramáticas en las oportunida­des de acceso a la universida­d que tienen estudiante­s de altos y bajos ingresos se deben, en parte, a los sesgos de los instrument­os que utilizamos. Este sesgo no solo perjudica la eficiencia del sistema, sino también su legitimida­d. Tenemos la posibilida­d de avanzar hacia un sistema más equitativo de acceso a la universida­d, solo se requiere voluntad política.

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