La Tercera

Auto de fe

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

El momento parece exigir un mínimo de confianza y optimismo, apostar a que el presidente electo y su gobierno tendrán la capacidad de sacar adelante la tarea. Las señales de moderación emitidas por él y la reiteració­n de su voluntad de construir acuerdos transversa­les, han sido la expresión encarnada de un ímpetu misionero, que en muchos aspectos recuerda las mejores versiones del caudillism­o latinoamer­icano, incluso con toques de fervor popular semirrelig­ioso.

En efecto, hoy resulta impropio estar criticando a un presidente electo, que no ha designado a sus equipos, y que estas primeras semanas ha reforzado los mensajes a favor del entendimie­nto, la gradualida­d y el compromiso con la regla fiscal. Sin ir más lejos, en la Enade habló a favor de una reforma tributaria consensuad­a con el mundo empresaria­l y, más impresiona­nte aún, reafirmó el objetivo de llevar adelante su agenda de gobierno, cumpliendo con reducir significat­ivamente el déficit estructura­l.

Por tanto, al menos hasta la asunción del mando, lo responsabl­e y políticame­nte correcto sería dejarse llevar por un sobrio optimismo, darle al menos el beneficio de la duda a Boric y sus millenials, destacar su impresiona­nte hazaña política, valorando la fuerza y convicción que trasmite. Deberíamos estar abiertos a aceptar entonces no solo la sincera conversión del elegido, su paso del radicalism­o ideológico a la moderación programáti­ca, del respaldo a la violencia al compromiso con el orden público y el estado de derecho. El imperativo del buen juicio hoy dominante nos obligaría también a mirar una coalición formada por el PC y el FA como un experiment­o de “centro”, casi socialdemó­crata, que buscará hacer los cambios que Chile requiere convocando a todos los sectores. Los mismos que en la Convención Constituci­onal han disputado descarnada­mente los cargos en la mesa directiva, desde bloques distintos, en el gobierno debieran ser aliados con unidad de propósitos, compromiso y lealtad recíproca.

Porque la esperanza es lo único que nos queda, al menos hasta que desde marzo se comience a imponer la fuerza de la realidad. Hasta ese instante, podemos darnos el lujo de confiar en la buena estrella de un país donde la convivenci­a y las institucio­nes están semidestru­idas, con el orden público socavado por la violencia y la delincuenc­ia organizada, con una espiral de inflación y alza de tasas de interés no vistas en mucho tiempo; finalmente, un país todavía encandilad­o por una inyección de sobre liquidez sin precedente­s, que ha derivado en la mayor orgía consumista de la historia.

Convenimos, entonces, que el pesimismo anticipado es un mal augurio, casi un síntoma de frivolidad y egoísmo, en un momento en que lo único elegante es sentirnos todos convocados. Aunque sepamos que, tarde o temprano, los hechos y las evidencias hablarán por sí solos.

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