Boric, el primero y el segundo
En uno de esos discursos “de prueba”, tan propios de la transición entre un gobierno y otro, el presidente Boric rechazó, con algún aire de hartazgo, la idea transmitida por “algunos analistas” de que hay un Boric de primera vuelta y un Boric de segunda vuelta, distintos el uno del otro. En sus palabras, “analista” es cualquiera que haya emitido esa opinión en un medio público, lo que es bastante lícito, porque la categoría se ha vuelto difusa, hasta el punto de que ningún analista se quiere reconocer entre los analistas.
Fenomenológicamente, el presidente tiene razón: es la misma persona de las dos rondas electorales. Pero, al mismo tiempo, no la tiene. Políticamente, todo ha cambiado desde esa dramática elección del 21 de noviembre, que Boric perdió por dos puntos y que motivó la más extraordinaria movilización de votos nuevos que se recuerde en Chile, ese impresionante salto con que casi triplicó su votación. Ese giro sin precedentes es lo que ha creado el misterio central de este período: cuál será la interpretación hegemónica de lo que sucedió entre la primera y la segunda vuelta.
De todos modos, lo que le pasa a Boric no es nada nuevo: en 1997, la interpretación de unas simples elecciones parlamentarias fracturó a la Concertación en los “flagelantes” y los “complacientes”, porque todo programa de cambios se enfrenta siempre a las mismas disyuntivas: el ritmo y la radicalidad. La moderación y la inmoderación tienen estos dos significados; uno se refiere al tiempo que ha de transcurrir para las reformas, el otro a la profundidad con que se proponga sustituir a lo existente. La retroexcavadora de hace algunos años fue un buen ejemplo de inmoderación en los dos sentidos.
¿Por qué depende esto de cómo se interprete el resultado electoral? Porque es igualmente lícito entender que los nuevos votos fueron ganados gracias a la moderación, como entender que fueron ganados por otros factores, por ejemplo, la reacción contra la derecha. Es igual de lícito, pero las consecuencias de creer una u otra cosa son totalmente diferentes. Para comprender mejor esto basta con mirar la Convención Constitucional: entre los que creen que son herederos del “estallido” del 18 de octubre y los que creen que se deben al acuerdo del 15 de noviembre hay no menos que un abismo político y programático.
Lo que han mostrado los hechos posteriores a la segunda vuelta es que en Apruebo Dignidad viven las dos interpretaciones. Y un sector de la coalición, encabezado por el PC, se ha estado organizando para evitar que en el gobierno -paralelamente con la Convención- impere esa forma de moderación a lo que ha llamado como “centrismo”, donde se incluyen desde las formas socialcristianas, como la DC, hasta las socialdemócratas, como el PS.
A diferencia de lo que ocurría en la Nueva Mayoría, el PC se siente parte sustancial de Apruebo Dignidad, no como un invitado de circunstancias. No puede ser la actitud subalterna de entonces. Pero hay que decir en su favor que incluso entonces, incluso sometido a la aquiescencia de Bachelet, el PC mantuvo su crítica implacable hacia la Concertación y sus 20 años de gobierno. Esa versión es la que ahora domina en su coalición y por eso el movimiento hacia el “centrismo” (la revalorización de Lagos, Bachelet, el PS) le resulta un peligro objetivo, la amenaza de un retroceso que pudiese convertir al nuevo presidente en el jefe de una nueva socialdemocracia, más avanzada que la anterior, pero, al final, socialdemócrata. Siempre hay que recordar que en el mundo del PC esta es una mala palabra.
Sin ironía alguna, la situación más parecida a la de Boric es la que tuvo Patricio Aylwin en 1990: partidos con fines diferentes, una coalición de muchos componentes, poca experiencia en el aparato del Estado, focos de violencia instalada, escasa tolerancia a la oposición (y una oposición totalmente defensiva), una impaciencia por derribar la Constitución heredada, incluso una demanda por amnistía para presos políticos. Y, sobre todo, un sector que quería ir más rápido y más a fondo. Ya sabemos cómo fue la historia.
También sabemos que no se repite. El presidente tiene el viento a favor, pero no ha resuelto -no podría haberlo hecho a estas alturas- el salto entre la primera y la segunda vuelta. Aunque es el mismo, sin duda alguna.
Si se pone atención a sus palabras de estos días, parece más preocupado de asegurar que es capaz de ofrecer gobernabilidad, que no querrá pasar por encima de nadie, que se irá con prudencia y que quiere cumplir su programa. Es un esfuerzo de afirmación, no de desafío.