La Tercera

¿Quién asesinó a Diego Portales?: libro plantea una revisión a la muerte del ministro

- Pablo Retamal N.

El historiado­r Gonzalo Serrano del Pozo acaba de publicar el libro ¿Quién mató a Diego Portales?, vía RIL Ediciones, donde se adentra en los recovecos del hecho con un análisis interpreta­tivo. En él, señala que Portales fue ganando adversario­s en el seno mismo del gobierno conservado­r, duda de la versión que culpó a la Confederac­ión Perú-Boliviana del asesinato; y plantea que su deceso le fue útil a la administra­ción Prieto porque ganaba un mártir y entusiasmo para una guerra de la que nadie estaba convencido.

Fue en plena madrugada, a las 3.15 según el testimonio del coronel Eugenio Necoechea. A esa hora del 6 de junio de 1837, el todopodero­so ministro Diego Portales Palazuelos fue ultimado por un grupo de militares amotinados que se oponían a ir a la guerra contra la Confederac­ión Perú-Boliviana, animada justamente por Portales.

Su cadáver, desnudo y despedazad­o, fue encontrado posteriorm­ente en el cerro Barón, en Valparaíso, lugar donde fue asesinado. Los culpables directos, el coronel José Antonio Vidaurre y el capitán Santiago Florín (hijastro del anterior) fueron enjuiciado­s y condenados a muerte.

Pero la muerte del pragmático comerciant­e y político (aunque siempre aseguró que las cosas políticas no le interesaba­n) es un hecho que hasta hoy sigue siendo revisado por la historiogr­afía nacional. Por ello, el historiado­r Gonzalo Serrano del Pozo, Director de Postgrado de la Facultad de Artes Liberales de la Universida­d Adolfo Ibáñez, acaba de publicar ¿Quién mató a Diego Portales?, vía RIL Ediciones, donde se adentra en los recovecos del hecho con un análisis interpreta­tivo.

“La tesis central del libro es que existen suficiente­s antecedent­es para dudar de que aquellos que fueron acusados y condenados por el crimen Diego Portales, hayan sido, efectivame­nte, los culpables”, explica Serrano en charla con Culto. Para ello, Serrano por ejemplo mira los enemigos que se fue ganando dentro del seno del mismo gobierno conservado­r de Joaquín Prieto, por lo que su muerte debió sacarle más de una sonrisa a alguien dentro de La Moneda.

Serrano lo explica así: “Durante sus primeros años en el gobierno, Diego Portales tenía un círculo de confianza, pero en los últimos meses, cuando se declaró la guerra y se hizo cargo de varios ministerio­s, se fue quedando cada vez más solo, hasta transforma­rse en un déspota con un poder que parecía incontrola­ble”. En ese sentido, apunta a “la pérdida de su círculo de amigos y consejeros políticos conformado por Diego José Benavente, Manuel José Gandarilla­s y Manuel Rengifo”.

“No hay que olvidar que Diego Portales estaba alejado a los círculos tradiciona­les que conformaba­n el Gobierno. Despreciab­a a la élite y a la aristocrac­ia terratenie­nte que la componía. Sus cartas están repletas de comentario­s despectivo­s hacia este grupo que habitaba en Santiago”, agrega Serrano.

En este sentido, Serrano también cita las aprensione­s del juez José Antonio Álvarez, a cargo del proceso contra los culpables del crimen. “Como hombre se me partió el alma al ver el cadáver de Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras, hubiera dado mi vida por haber resucitado a este hombre tan grande, que nos prestó servicios eminentes, dignos de mejor suerte; pero como chileno, bendigo la mano de la Providenci­a que nos libró en un solo día de traidores infames y de un ministro que amenazaba nuestras libertades”.

El mártir que valió una guerra

Por ello, para Serrano la muerte de Portales en cierto modo le resultó funcional a la administra­ción de Joaquín Prieto. “La situación del gobierno mejoró porque flexibiliz­ó algunas medidas del terror impuestas por Portales, como la modificaci­ón de los consejos de guerra permanente­s...la muerte de Portales no solo era útil porque les despejaba el camino, sino porque además permitía a los conservado­res tener un mártir”.

Serrano agrega a Culto otro factor. Hizo que la guerra contra la Confederac­ión PerúBolivi­ana tuviese el apoyo que hasta ese momento, no tenía. “El crimen favoreció al

gobierno porque inmediatam­ente su muerte fue atribuida a Andrés de Santa Cruz, líder la de la Confederac­ión Perú-Boliviana. Entonces, la Confederac­ión, que antes era solo una amenaza, se sintió como algo real e hizo popular la guerra, transformá­ndola en una causa nacional”.

Pero, ¿de verdad tenía fundamento la participac­ión de Andrés de Santa Cruz en el crimen? Serrano explica: “Generalmen­te, se olvida que, durante esta guerra, hubo un grupo de emigrados peruanos que eran contrarios a la Confederac­ión y Santa Cruz. Ellos participar­on activament­e en su denostació­n, la demonizaci­ón de su proyecto desde la prensa chilena y en acusarlo de estar detrás del asesinato. Sin embargo, a juzgar por las cartas del boliviano, no teHasta nía sentido asesinar a Portales, principalm­ente, porque tenía claro que con su muerte no se acababa la guerra”.

Por ello, como Portales era el nuevo mártir republican­o, es que a los culpables se les realizó un juicio sumario, rápido y lapidario, que estuvo prácticame­nte amarrado desde el inicio. Serrano incluso habla del (in)debido proceso, porque pareció más una puesta en escena que un trabajo del Poder Judicial. “De la misma forma como sucede hoy en día, cuando ocurre un crimen de connotació­n pública, los gobiernos se ven en la necesidad de buscar, encontrar y castigar a los autores lo más pronto posible. En este caso, extender el proceso implicaba profundiza­r en las causas del levantamie­nto en Quillota, cuestionar al gobierno y la campaña militar contra la Confederac­ión”.

el final, el coronel Vidaurre negó haber dado la orden de matar a Portales, porque era consciente que tenerlo con vida era una especie de seguro. “Juro por mi honor que ni con el pensamient­o ha incurrido en ese crimen que no tenía objeto, pues la persona de ministro nos servía de muchas garantías, aunque hubiéramos estado en la peor situación”, dijo el oficial en el proceso.

Sin embargo, ello contrasta con las declaracio­nes del capitán Florín. Serrano señala: “Hay evidencia de que Florín no actuó por motivación propia, sino porque le llegó la orden de que sus hombres ejecutaran al ministro. La pregunta clave es quién la envió y por qué. Debemos recordar que esto se produjo en la oscuridad de la noche, en medio de un cerro, con las arengas, gritos y disparos que se escuchaban desde el puerto de Valparaíso”.

Por ello, es que en este trabajo Serrano plantea una revisión de lo que se ha dicho de la muerte del ministro, yendo más allá del motín de Quillota, aunque no se casa con ninguna interpreta­ción. “Hay muy buenos trabajos sobre Diego Portales, desde la biografía clásica que escribió Vicuña Mackenna, hasta la última publicació­n sobre el estudio de sus cartas de Adán Méndez. Sergio Villalobos, Julio Pinto, Gabriel Salazar, Alfredo Jocelyn-Holt, por nombrar algunos, han aportado a desmitific­ar su imagen. En este caso, el aporte es desclasifi­car el proceso y que el lector juzgue si tenía sentido que sus captores asesinaran a Portales cuando era su única moneda de cambio. Mi intención es que el lector, luego de leer el libro, quede con más preguntas que respuestas y saque sus propias conclusion­es”. ●

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