La Tercera

VENENO EN NUESTRAS VENTANAS

- Por Andrés Gomberoff Vicerrecto­r de Vinculació­n con el Medio, Extensión y Comunicaci­ones Universida­d Mayor.

En diciembre de 1952, a lo largo de apenas cinco días, se liberaron ochocienta­s toneladas de ácido sulfúrico sobre los cielos de Londres. Más de cuatro mil personas murieron en pocos días, y durante los meses que siguieron se llegó a 12 mil. No se trató de una bomba química, sino que de un trágico proceso atmosféric­o. Los químicos contenidos en la masiva contaminac­ión del aire londinense encontraro­n las condicione­s climáticas perfectas para generar una niebla rica en este peligroso ácido.

Uno de los contaminan­tes protagonis­tas de este suceso fue el dióxido de azufre, molécula formada por un átomo de azufre y dos de oxígeno, y que por estos días ha saltado a la palestra pública a raíz del cierre de la División Ventanas de Codelco, responsabl­e de gran parte de las emisiones de ese gas que se respiran en la bahía de Quintero. En concentrac­iones altas, el dióxido de azufre provoca las intoxicaci­ones que hemos visto tantas veces, por ejemplo, en la escuela La Greda. Pero en contacto con el oxígeno y la humedad del aire, puede reaccionar para formar ácido sulfúrico, provocando niebla o lluvia ácida, mucho más peligrosa como nos muestran los eventos de 1952 en Londres, los que en menor escala, también se han replicado en Puchuncaví.

Pero la contaminac­ión que generan las fundicione­s y refinerías de la zona también contienen otros elementos tóxicos. El arsénico, por ejemplo. El trióxido de arsénico, sal conformada por dos átomos de este elemento y tres de oxígeno, era el veneno más utilizado por la nobleza europea hasta el siglo XVIII para saldar disputas sobre títulos hereditari­os entre familiares.

Es importante conocer nuestros venenos. No siempre son tan viles. En bajas dosis, el arsénico se utiliza para combatir ciertas enfermedad­es, y el dióxido de azufre para preservar alimentos, particular­mente esos vinos en cuya etiqueta se lee “contiene sulfitos”. Pero hay que evitar que sus emisiones descontrol­adas se acerquen a nuestros centros urbanos. Modernizar los procesos industrial­es para que las reacciones químicas se produzcan bajo estrictos sellos, transforma­ndo lo tóxico en beneficios­o. Debemos domesticar los venenos, lejos de nuestras ventanas.

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