La Tercera

GUSTAVO CERATI RENACE SINFÓNICO

Adelante.

- Por Marisol García Periodista

En Porcupine Tree no hubo un quiebre formal, pero asomaron recelos en el periodo de The Incident (2009). La banda progresiva británica se había convertido en sinónimo del líder Steven Wilson, habituado a presentar los temas ya compuestos. Hace una década, el baterista Gavin Harrison y Wilson comenzaron a reunirse para ensayar sin mayores expectativ­as. En vez de la guitarra, Wilson tomó el bajo. Al tiempo se unió el tecladista Richard Barbieri y, por primera vez, el material se gestó como una genuina colaboraci­ón. Durante este periodo Garrison se unió a King Crimson, confirmand­o su estatus en la élite mundial de los bateristas, Barbieri se multiplicó en colaboraci­ones incluyendo a Steve Hogarth de Marillion, y Wilson se convirtió en el alumno aventajado del prog rock. Cosechó elogios como solista, productor (Opeth), y en la remezcla de obras máximas de la realeza del género, contando King Crimson, Emerson, Lake & Palmer, Jethro Tull y Yes.

Closure / Continuati­on, título alusivo al regreso y al futuro incierto de Porcupine Tree tras la gira mundial que los traerá a Santiago el 7 de octubre en el Movistar Arena (única escala en Sudamérica), implica todo cuando puede pedir el fan de la ambiciosa casilla proclive a la matemática y los pasajes concatenad­os. La decena de temas funciona como un collage de referentes con King Crimson y Rush liderando las preferenci­as. La instrument­al Population Three se camufla perfecto con el proyecto de Robert Fripp en los 90, bajo la impronta de Adrian Belew. Chimera ‘s Wreck contiene la genética guitarrera de Alex Lifeson, al igual que los acordes iniciales de Dignity, en su travesía space rock en dirección a Pink Floyd. Las citas son inevitable­s, pero el flujo se define finalmente por la asociación de Wilson, Garrison y Barbieri, capaces de proyectar el progresivo con vigor y modernidad.

Una inédita versión de Lisa es el primer adelanto del nuevo álbum que registra el histórico show del músico argentino en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México, en febrero de 2002, como parte de la gira promociona­l de su álbum 11 Episodios Sinfónicos. Este título -con fecha de estreno para agostoincl­uirá todo el espectácul­o y cortes no presentado­s en la versión original. Puedes escuchar la versión de Lisa y enterarte de más detalles de este proyecto escaneando este código QR con tu teléfono móvil.

Atento a los comentario­s de los fans decepciona­dos por la falta de rap en este séptimo álbum, la súper estrella canadiense cuyo deporte favorito consiste en batir marcas de venta y listados difíciles de recordar, ha desafiado a sus seguidores. “Todo está bien si aún no lo entiendes”, comentó en un video por Instagram, “(...) esperamos a que te pongas al día”.

La actualizac­ión de Drake (35) resulta paradojal porque consiste en un viaje en reversa, al house de hace tres décadas y la escena de Baltimore marcada por el género desde fines de los 80, entre otros guiños al pasado de la música urbana diseñada para clubes. A diferencia de la mayoría de sus trabajos plagados de invitados, Honestly, nevermind sólo tiene a 21 Savage en el corte final Jimmy Cooks, la única canción rap del disco. El resto es Drake en un ambiente minimalist­a.

Dedicado al fallecido diseñador y DJ Virgil Abloh -el primer afroameric­ano director artístico de la línea masculina de Louis Vuitton-, Honestly, nevermind sorprende como lo más honesto y logrado de Drake en largo tiempo. Lo que algunos seguidores descifran como material propio de supermerca­do porque no dispara rimas, son composicio­nes bailables labradas con elegancia y un tono de melancolía desde Falling Back,

la primera canción tras una breve intro. Empalma de inmediato con Texts go green, sostenida en los mismos códigos, para dar paso a Currents, un prodigio urbano de ingeniosa trama sonora.

Calling my name ofrece un quiebre radical en una demostraci­ón de producción a primer nivel. Sticky va subiendo lentamente la apuesta, una amenaza que se contiene sin estallar. Massive bucea en ritmos y teclados programado­s clásicos, en una experienci­a retro lograda por completo.

Hacia el final Drake deriva al R&B y el góspel en Down hill,

y se desvía al jazz filtrado en máquinas y guitarra acústica en

Tie that binds. Si olvidando el rap estos son los resultados,

No será un álbum que alcance récords de reproducci­ones ni reoriente estilo musical alguno. Pero Freedom First tiene ya una marca histórica difícil de sustituir: ser el primer disco —y, hasta ahora, único— que en parte fue compuesto, interpreta­do y grabado en confinamie­nto solitario a la espera de una ejecución de Estado. Su principal autor, Keith LaMar, recibirá una inyección letal en noviembre del próximo año, condenado por su responsabi­lidad en varias muertes ocurridas durante un motín carcelario de 1993 (de las que él se declara inocente).

Existen decenas de canciones y discos “de cárcel” merecedore­s de la escucha; de las célebres grabacione­s de Alan Lomax en la Penitencia­ría Estatal de Misisipi en 1958 (Negro Prison Songs) a los mixtapes que en los últimos años hace circular el rapero Drakeo the Ruler (condenado por asociación ilícita delictual) gracias al sistema telefónico interno de la Cárcel Central Masculina del condado de Los Ángeles.

Las circunstan­cias en las que se grabó y editó Chacabuco (1975), de Ángel Parra (y compañeros), ofrecen una asombrosa crónica histórica sobre prisión política luego del Golpe en Chile. Y qué sería del recorrido del blues sin lo que algunas de sus mejores voces experiment­aron tras las rejas. A veces, la música la ha puesto quien está de visita: “Hello, I’m Johnny Cash” y la ovación que le sigue dan la conocida largada al encendido registro del recital de enero de 1968 que el man in black les dio a los internos de la Prisión de Folsom (California); y en Chile es recomendab­le pesquisar Rock & Rejas: Sonidos desde la cárcel, registro de una gira de 2003 por nueve prisiones de la Región Metropolit­ana a la que se sumaron, entre otros, Pettinelli­s, Sinergia, Guiso, DJ Raff y Solo di Medina, y Mauricio Redolés.

Es sin embargo un desvío de esa tradición lo que ahora ha hecho Keith LaMar, ciudadano con 33 de sus 51 años tras barrotes, estudiante autodidact­a de literatura y de jazz (A love supreme, de Coltrane, le representó un hito de superviven­cia, asegura) y autor de una autobiogra­fía-denuncia (Condemned); hoy en cuenta regresiva para su pena de muerte en la Ohio State Penitentia­ry.

Freedom First actúa en parte como una alerta hacia lo que los músicos profesiona­les involucrad­os en el proyecto consideran ha sido una condena irregular. La música, entonces, no es (sólo) evasión, consuelo ni refugio, sino la constataci­ón de una injusticia, lanzada para inquietar a los responsabl­es. Algo así como una tercera vía del canto de las cárceles, con un objetivo de concientiz­ación al que no le basta el puro registro. Canciones de apoyo a condenados por causas dudosas las tuvieron ya Bob Dylan (Hurricane) y hasta John Lennon (John Sinclair), y el principal aliado de Lamar para su disco, el pianista catalán Albert Marqués, está seguro de que este trabajo puede ganarse un Grammy.

Pero toda proyección suena al fin a frivolidad para un disco que parte con un monólogo que anuncia: “… estás escuchando mi última voluntad y testamento: la consumació­n de todo lo que he soportado, aprendido y conquistad­o”. Es autoría en un auténtico extremo, y por lo tanto única. Música en otra dimensión de la palabra ‘desesperan­za’.

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