La Tercera

Por un octubre sin octubrismo

- Por Pablo Ortúzar

El Presidente Gabriel Boric, explicando el jueves en Arica su agenda de seguridad, dijo: “No voy a usar frases rimbombant­es como ‘se les acabó la fiesta’”. Cinco minutos después impactaba el podio con un “que no quepa duda: vamos a recorrer cielo, mar y tierra para golpear la delincuenc­ia”. Y ya que el mismo día el Mandatario había llamado a compartir su asombro por el hecho de que el extremo norte de Chile colindara con el extremo sur de otro país, el lapsus de grandilocu­encia hizo sospechar a varios un cuadro de posesión piñerista.

Sin embargo, la grandilocu­encia no se detuvo en Boric. El viernes, el subsecreta­rio de Prevención del Delito anunciaba en la radio que “después de 20 años, Chile va a tener una política de seguridad pública”. Frase que se parece a “hemos hecho más en 20 días que otros en 20 años” como dos estrellas lejanas en la “galactea”, dicha por un funcionari­o de un gobierno cuya ministra del Interior fue recibida a tiros por extremista­s y ni siquiera se querelló.

Por lo demás, el tono altanero y exagerado ha sido parte del gobierno desde un inicio. Todo lo propio, según ellos mismos, es nuevo, novedoso e “histórico”. La clientela virtual progresist­a recibió con explosione­s de júbilo cada acto vital del Presidente durante las primeras semanas de su mandato. “Abrió la puerta. La abrió él. No esperó que alguien más lo hiciera. Chile ha cambiado para siempre”. Un nuevo cielo y una nueva tierra.

Y, después, incluso cuando la cosa ya no pinta bien, cada una de las vueltas de chaqueta obligadas del gobierno ha sido anunciada y tratada como si materializ­ara un anhelo largamente buscado y trabajosam­ente conquistad­o. Jalisco nunca pierde.

¿De dónde viene la falta de humildad? En el caso del primer gobierno de Sebastián Piñera, ella se alimentaba del mito tecnocráti­co-meritocrát­ico. Jóvenes esbeltos con olor a Harvard (“los mejores”) que moverían los límites de lo administra­ble. Pero el mito de la Nueva Izquierda que empuja a Boric no es tecnocráti­co, sino moral. La tesis política detrás de sus acciones, desarrolla­da por intelectua­les de la llamada “generación perdida”, es que la Concertaci­ón fue nada más que una continuaci­ón retocada de la dictadura militar. “Neoliberal­ismo con rostro humano”, nacido de la cobardía de sus dirigentes, que no buscaron una “impugnació­n radical” del “modelo”.

Y ya que de impugnar se trata, mejor agarrar vuelo e impugnarlo todo: la historia de Chile completa. Denunciar la patria como una atrocidad plena. Total, si nuestros 30 años más prósperos y pacíficos fueron un calvario inmoral, no queda mono con cabeza. El “neoliberal­ismo” es un concepto tan chicloso que caben en su seno la conquista, la colonia y la república. El cuadrito de O’Higgins se queda, por ahora.

El problema viene al llegar al poder, pues el proyecto “radicalmen­te antineolib­eral” es puramente polémico: no posee un contenido positivo. Por eso ni el gobierno ni la Convención tienen realmente un programa político. Ambos se constituye­ron como plataforma de protesta, pero incapaces de producir cualquier cosa que esté a la altura de sus propios estándares. En simple, son un pegoteo de activismos rabiosos. Sólo los une una “lucha” contra una abstracció­n. Lucha coordinada, mientras no están en el Estado, por un nihilismo de los medios: todas las micros “antineolib­erales” sirven. Incluyendo el violentism­o octubrista y el etnoterror­ismo. Disuelven y destruyen, así, la unidad política que pretenden conducir al paraíso.

Están condenados, entonces, a habitar el poder con declaracio­nes altisonant­es y antagonism­os permanente­s, pero con resultados permanente­mente mediocres y destructiv­os. El gobierno teniendo que buscar votos entre sus adversario­s para intervenir la Macrozona Sur (porque los votos propios son demasiado puros y no están para eso) y la Convención escribiend­o una Constituci­ón que es un loteo brujo entre grupos de presión. No hay orden, no hay sistema. Y es que no hay, realmente, visión de Estado.

En este escenario, me parece que de aprobarse el proyecto constituci­onal el mayor afectado será el propio gobierno. Ya no tendrán excusas para seguir improvisan­do, pero estarán conduciend­o un Estado desmembrad­o, con rumbo desconocid­o. La generación que decía “que se acabe Chile” habrá cumplido su palabra.

¿Hay alguna alternativ­a? Darse cuenta de que un pegoteo de minorías no es una mayoría. Y tratar honestamen­te de pactar una Constituci­ón y unas institucio­nes para las mayorías. Dejar de impugnar y comenzar a construir.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile