La Tercera

“Si lo que el Frente Amplio quería era transforma­r, deberá hacerse cargo de sus evidentes limitacion­es”

Eso se verá el 4 de septiembre y en los próximos años. y Evópoli están hoy desfondado­s y peleando una guerra fratricida. He ahí el legado, por si alguien todavía lo anda buscando.

- Por María José O’Shea C.

El cientista político piensa que el quiebre en la sociedad chilena -más allá de las diferencia­s izquierda/derecha- hizo que la Convención se farreara la legitimida­d que tuvo en su origen, y que “perdió a los sectores populares que al inicio del proceso estaban muy ilusionado­s”. Con todo, Luna sostiene que el camino de reparación es largo, mucho más que una nueva Constituci­ón.

¿Cómo evalúa el clima político?

Invivible. Tan crispado como superficia­l en sus debates. Zancadilla contra zancadilla, al son del escándalo diario. Si no fuera trágico, sería una gran comedia.

Quien habla es Juan Pablo Luna, cientista político, profesor de la UC, uruguayo y agudo observador de los tiempos que corren en Chile. A partir del estallido y sus diagnóstic­os, su voz comenzó a ser escuchada con atención por la clase política, entre ellos por el Presidente Boric. Con él, Luna comenzó a forjar una relación por Zoom durante la pandemia, que luego se intensific­ó durante la campaña presidenci­al. Después el contacto ha sido menor.

Desde Galápagos, donde se encuentra con varios académicos de otras universida­des desarrolla­ndo proyectos sobre políticas para América del Sur -entre ellos, unos sobre el crimen organizado-, responde esta entrevista por correo.

Mañana se entrega formalment­e el borrador de la nueva Constituci­ón. ¿Cuál es su lectura final de este proceso?

Que es un proceso sin final a la vista.

“Si la Convención es capturada por el sistema político y sus lógicas, estamos perdidos”, decía en mayo del 2021. ¿Envejeció bien ese diagnóstic­o?

No sé, yo sigo pensando eso. En ese mismo texto argumenté que lo que había era un movimiento destituyen­te, y escribí también que entre eso y un movimiento constituye­nte había un trecho. Pienso, además, que la “captura” de la Convención por el sistema político tradiciona­l habría generado un texto más pulido, pero segurament­e ilegítimo socialment­e. Por su inclusivid­ad, el proceso que tuvimos hizo patente los conflictos de una sociedad quebrada, resentida, enfrentada mucho más en términos sociales que en clave izquierda-derecha. Y las consecuenc­ias de ese quiebre terminaron propiciand­o que se farreara la inédita legitimida­d de origen de la Convención. Tal vez no había una solución, sino dos formas distintas de embarrarla.

Da la impresión de que hay un anhelo de vuelta a la política, como si el experiment­o de las fuerzas independie­ntes en la Convención no hubiese resultado. Se escucha decir que la Convención ha sido “la gran farra de Chile”.

Que el clima de opinión actual sugiera que el proceso constituye­nte fracasó, no significa que la gente esté demandando un retorno a la antigua política de los consensos, a los apellidos vinosos y a los hombres sabios. En Chile, la élite de la que formamos parte quienes hoy tenemos el privilegio de debatir el proceso constituci­onal, tropieza continuame­nte con dos obstáculos. Primero, queremos soluciones fáciles para problemas que son profundos, complejos y vienen de lejos. Por diseño y por contexto, la Convención no podía generar una solución. A lo más podía abrir un camino para seguirla buscando. Segundo, sobreinter­pretamos climas de momento y los resultados electorale­s que los cristaliza­n. Pero esos climas, en la política actual, alternan cada vez más rápido y ocultan una fragmentac­ión profunda. Nosotros, sin embargo, los pensamos como giros estructura­les. Le pasó a Piñera, le pasó a Bachelet, le volvió a pasar a Piñera, y también le ha pasado a la Convención. El problema que tiene Chile, como buena parte de las democracia­s liberales contemporá­neas, es que tiene partidos políticos escuálidos e inoperante­s. Y na

sabe cómo hacer funcionar a la democracia representa­tiva sin partidos. Entonces, mientras unos buscan revivir partidos que están muertos en la práctica, otros apuestan mágicament­e a independie­ntes. Ni los partidos realmente existentes ni los independie­ntes solucionan los problemas que tenemos. Es hora de asumirlo y de pensar formas más constructi­vas de llenar ese vacío, aunque hoy nadie sepa cómo hacerlo. Mientras tanto, seguiremos asistiendo a un circo con personajes de cada vez peor calaña, pujando por avanzar su carrera política individual. Ya hay casos bien elocuentes de políticos que fundaron partidos prometiend­o renovar la política y que hoy han devenido en mentirosos tan contumaces como patéticos.

Hay analistas que sostienen que la Convención se quedó pegada en el estallido, que se internó en un microclima desconecta­do de la realidad.

Estoy de acuerdo y según los estudios que realizamos en Plataforma Telar del Instituto Milenio Fundamento­s de los Datos, es lo que percibe una parte importante de los sectores populares. La Convención perdió a los sectores populares que al inicio del proceso estaban ilusionado­s. Esa ilusión pivotaba en que la Convención, por su conformaci­ón, era vista como diferente a la política tradiciona­l. Y en esto nuevamente se ve el carácter de la desconexió­n social a la que me refiero. Por un lado, la clase política y los amarillos ven a la Convención como un exabrupto. Por otro, varios convencion­ales se autopercib­en como ejecutores de la revancha del pueblo contra la élite. También hay otros que son voceros maximalist­as de causas relevantes, pero ajenas a la sensibilid­ad de la mayoría. Y mientras tanto, los ciudadanos de a pie ven a esos convencion­ales, a la clase política y a los amarillos como igualmente lejanos y desconecta­dos de sus problemas cotidianos.

¿“Apruebo para reformar” es una oferta satisfacto­ria a un 78% que aprobó el cambio constituci­onal?

¿Qué falló en el camino?

Apostar todo al proceso constituci­onal. Pensar que desde arriba, a punta de leguleyada­s y declaracio­nes de principios se arreglaban los problemas del país. Esos problemas son los de un Estado anémico y desbordado y los de un modelo de desarrollo estancado y sin futuro.

¿Qué explicació­n da al auge del Rechazo?

Hay varias explicacio­nes. En el plano de las expectativ­as, los sectores populares demandan mejoras tangibles a la salud, vivienda, pensiones, seguridad. Y eso en el corto plazo eso no depende de la Constituci­ón. Al interior de la Convención, creo que el interés de cada convencion­al como criterio para la conformaci­ón de comisiones generó muchos problemas en la relación entre comisiones y pleno. El no haber recogido el guante a los sectores de derecha constructi­vos también fue un tremendo error. El material que generaron varios de los convencion­ales del Apruebo es también un gran lastre. Ellos son responsabl­es de que hoy se discuta mucho más su actuar que el contenido del texto. Y el profuso material que generaron fue hábilmente instrument­alizado por los sectores conservado­res. Esos sectores también han instrument­alizado a los amarillos, que no tienen un voto, pero tienen mucho más prensa que convencion­ales serios.

¿Cuáles son los riesgos que ve en esta desafecció­n de la gente con un proceso constituye­nte “del pueblo”, como fue el que nació del estallido?

La gente está desafectad­a de la política hace décadas. Esta es una frustració­n más, pero en un contexto que cambió. La gente hoy vive mucho más apretada que hace cuatro o cinco años. Está temerosa por la situación de seguridad, cansada de la incertidum­bre. Pero también sabe que el recurso a la protesta violenta fue lo único que funcionó en el pasado para hacerse escuchar ante un sistema que vivía encerrado en su propia lógica. Es cuestión de sacar cuentas.

Eugenio Tironi plantea que el proceso constituye­nte fue la genialidad de la clase política para encauzar una serie de demandas distintas en un paraguas común. ¿Era una nueva Constituci­ón la respuesta, o se pone en duda si es que no gana el Apruebo? La crisis social sigue…

No estoy de acuerdo. Hoy el gobierno enfrenta una gran cantidad de demandas atomizadas, que llegan sin mediación a La Moneda. Todas urgentes. Por otra parte, creo que a las protestas las bajó primero el verano y luenal go la pandemia, no el pacto del 15 de noviembre. Más tarde, el 80-20 y el resultado de la elección de convencion­ales, por la catarsis que generaron y por la incorporac­ión de sectores políticame­nte excluidos, le dieron aire a la Convención. Un aire que por diseño no tenía, porque ese pacto fue el de una política muy poco legítima.

Uno de los objetivos es formar una “casa de todos”. ¿Qué tan posible es eso con este nivel de polarizaci­ón?

Yo no veo polarizaci­ón en Chile. Veo un sistema político acorralado y polarizado en torno a un debate rasca y a una sociedad que anda por otro lado. Algunos están viendo cómo irse de Chile. Los que no pueden, están viendo cómo seguir con sus vidas en medio de las nuevas vulnerabil­idades que seguirán generando la crisis social y la deriva política. Por otro lado, la utopía de la “casa de todos” o del “una que nos una”, con el trasfondo de la profunda grieta social que tiene Chile, siempre me pareció de una ingenuidad propia de quien nunca salió del oasis. Es otra versión del buenismo, un buenismo de centro, de quienes tienen nostalgia de poder dirigir a la sociedad como si se tratara de su viejo country club. Es un buenismo que no tiene quién le escriba, aunque ha propiciado una miopía bien dañina.

Aunque el Presidente ahora intente tomar distancia, el gobierno y la Convención están bastante unidos. ¿Cómo sortea Boric esa derrota, en caso de ganar el Rechazo, y dónde debe ubicarse al día siguiente?

Siempre pensé que este gobierno debía tener como tarea principal estructura­r un pacto social que acompañara al proceso constituye­nte. No era fácil, pero era lo único que podie día hacer para intentar sacarnos de la deriva en la que estamos. Eso en mi opinión era y sigue siendo más importante que la Constituci­ón.

¿Fue una mala idea no enarbolar un Plan B desde el gobierno, consideran­do lo que hoy muestran las encuestas?

Más que un Plan B, se necesita un proceso de concertaci­ón paralelo que apuntale lo que termine siendo el desenlace del proceso constituci­onal.

El plebiscito ha hecho que personas que caminaron juntas por años, estén en veredas contrarias. ¿Puede ese hito redibujar las alianzas políticas de las últimas décadas?

Lamento la dureza de lo que voy a decir, pero me parece obvio que quienes caminaron juntos por años hoy están más cerca de la muerte, al menos en términos políticos, que de poder enchularse y reinventar­se. En la izquierda, más que con corrientes ideológica­s profundas, los cambios que hemos visto estos últimos años tienen que ver con un proceso de reemplazo generacion­al y con la todavía tímida articulaci­ón electoral de nuevos liderazgos sociales que antes no participab­an de la política electoral. La derecha tradicio

¿Cómo evalúa los primeros cien días del gobierno?

El liderazgo del Presidente tiene cuatro patas: un compromiso profundo con un proceso de cambio social sostenible en el tiempo, una empatía bien inusual y que no es impostada, un marcado talante republican­o, y una fuerte conciencia histórica. Los errores de los primeros cien días dejan en evidencia que el resto de los elencos de gobierno está cojo en uno o más de esos aspectos. El shock de realidad que recibió el gobierno al llegar a La Moneda tendría que haber cortado de cuajo con la soberbia generacion­al y la superiorid­ad moral, pero eso aún no parece haber alcanzado para transferir las cualidades presidenci­ales al resto del equipo. En esa deficienci­a pesan también, dentro del Frente Amplio, lógicas de acción individual y de grupos de amigos que operan muchas veces desde la desconfian­za hacia los otros y apalancand­o ambiciones individual­es. Es de perogrullo a estas alturas, pero lo mejor del gobierno ha sido el Presidente. Y lo peor emerge cuando, como lo ha hecho con frecuencia, el Presidente sale de escena. En eso veo un temor a parecerse a Piñera. Ese temor es infundado, porque a Piñera le faltaban las cuatro patas.

¿Demostró el Frente Amplio estar apto para gobernar?

El Frente Amplio es mucho más “sistémico” de lo que se piensa. No tiene bases sociales ni organizaci­ón a nivel popular. Quiere gobernar para un pueblo que en rigor no conoce y al que en el mejor de los casos solo le llega “Gabriel”. Hoy nos olvidamos, pero en una campaña en que hacía falta conectar con el territorio y lo popular, la que más aportó eso fue una independie­nte que se fue a recorrer el norte en un bus. El Frente Amplio hace política por aire, por RR.SS. y con operacione­s comunicaci­onales. Toma decisiones desde arriba, en base a diagnóstic­os poco densos, a consignas simplistas. Piensa, por ejemplo, en los boomerangs que generó la extensión de las vacaciones de invierno, pasando a llevar, en la práctica, los derechos de muchas mujeres. O el cierre de Ventanas, plenamente justificab­le, pero en un comienzo mal trabajado políticame­nte. Con el desembarco del Socialismo Democrátic­o transó capacidad de gobierno por continuida­d, sin asegurar, en mi impresión, mucha lealtad en el Congreso. Muy rápido, por la ausencia de una narrativa más amplia, está viviendo al día. Lo veo preso de lo que le impone la contingenc­ia. Ante eso, intenta retomar agenda con proyectos de ley, por lo que inmediatam­ente se embarrará en el pirquineo de votos en el Congreso y en el debate comunicaci­onal. En términos de la agenda de seguridad pública fue rápidament­e subordinad­o por la brutal dependenci­a que tiene de las fuerzas de orden para poder controlar la violencia y la criminalid­ad. Ahí yo veo una limitación muy relevante, además de un riesgo significat­ivo. Pero en todos esos sentidos, el gobierno del Frente Amplio es un calco de los gobiernos anteriores. Es evidente, entonces, que estaba apto para gobernar, al menos si asumimos que gobernar es lo que hicieron Bachelet y Piñera en los dos períodos previos. Eso sí, si lo que el Frente Amplio quería era transforma­r, deberá hacerse cargo de sus evidentes limitacion­es.

“Yo no veo polarizaci­ón en Chile. Veo un sistema político acorralado y polarizado en torno a un debate rasca y a una sociedad que anda por

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