La Tercera

Improvisac­ión

- Sylvia Eyzaguirre INVESTIGAD­ORA CEP

“Los colegios tienen que ser los últimos en cerrar y los primeros en abrir”, dijo el Presidente Boric en enero, ante el aumento de contagios por la variante Ómicron. A comienzos de abril, frente a los actos de violencia que han ocurrido durante el regreso a las clases presencial­es, el ministro de Educación realizó un mea culpa por el cierre de las escuelas durante la pandemia, confesando que se habían equivocado. Todo indicaba que el gobierno había entendido lo que la evidencia científica advertía hace tiempo sobre los graves efectos de la falta de socializac­ión en la salud mental de los niños, producto del cierre de los establecim­ientos educaciona­les. Sin embargo, a mediados de junio, todo cambió. El gobierno anunció que las vacaciones de invierno se adelantan y extienden desde el 30 de junio hasta el 25 de julio, de Arica a Puerto Montt, para disminuir el contacto entre estudiante­s y así evitar los contagios de virus respirator­ios que afectan a los niños. Esta decisión “técnica” fue tomada sin el respaldo de la Comisión Nacional de Respuesta Pandémica donde, ante la consulta, la mayoría de sus integrante­s votó en contra. Tampoco fueron consultado­s los alcaldes (principale­s sostenedor­es de la educación estatal), los docentes, estudiante­s ni apoderados.

La extensión de las vacaciones fue una medida apresurada, improvisad­a, sin enfoque de género, vertical, y sin considerar las distintas realidades de los territorio­s. La realidad sanitaria es muy distinta a lo largo del país. ¿Qué explica que se impongan medidas que conllevan graves consecuenc­ias para la salud mental y desarrollo de nuestros niños en localidade­s donde no hay problemas de camas pediátrica­s? ¿Por qué suspender las clases a los jóvenes, si los virus respirator­ios afectan principalm­ente a los niños más pequeños? ¿Por qué no realizar clases a distancia durante los días de “vacaciones” que no estaban contemplad­os, como se hizo durante la pandemia? ¿Cómo afecta esta medida a las familias donde todos los adultos trabajan? ¿Qué harán las mujeres que son jefas de hogares monoparent­ales?

Evidenteme­nte, ningunas de estas dimensione­s fueron sopesadas por las autoridade­s de gobierno al tomar la decisión. De ahí que el ministro de Educación haya tenido que salir al poco andar a corregir su declaració­n, diciendo que el adelanto en realidad no son vacaciones; algo que por supuesto carece de sentido. A partir de la preocupaci­ón del Ministerio de la Mujer por las consecuenc­ias que esta medida conlleva para la vida de las madres que trabajan, el secretario de Estado comunicó que los colegios no cerrarán, sino que estarán abiertos para recibir a los niños. Esta confusión se extendió a las salas cunas y jardines infantiles, que al comienzo estaban excluidos de la medida y luego se incorporar­on. Asimismo, la Dirección del Trabajo sacó un dictamen que habilita a los padres, madres y cuidadores a trabajar a distancia, para reducir los efectos colaterale­s de la medida.

Esta medida tampoco tuvo buena acogida en las comunidade­s educativas. El presidente del Colegio de Profesores llamó a los apoderados a no llevar a los niños al colegio durante las vacaciones, asegurando que no son guarderías, mientras que diversos directores de establecim­ientos manifestar­on su molestia por este cambio abrupto en el calendario escolar.

Si la única razón para suspender las clases era disminuir los contagios de enfermedad­es respirator­ias, entonces no tiene sentido si los colegios seguirán abiertos, propiciand­o el contagio entre los niños. La decisión nos deja en el peor de los mundos: la asistencia presencial no permite disminuir el contagio y la suspensión de clases perjudica aún más el proceso de aprendizaj­e y sociabiliz­ación.

En resumen, esta semana, cerca de tres millones de niños y jóvenes vieron vulnerados sus derechos a la educación, mientras los mall, cines y restaurant­es siguen abiertos. Los hechos revelan las prioridade­s del gobierno.

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