La Tercera

La arena rescatada

- Por Pablo Ortúzar

Buena parte de la izquierda radical está furiosa con el Presidente Gabriel Boric. Y tienen buenas razones: luego de la brutal derrota sufrida en el plebiscito, Boric ha ido progresiva­mente moviéndose hacia posiciones antes impensable­s. El Socialismo Democrátic­o ganó mucho terreno dentro del gobierno, y no han dejado de expandirse. El discurso pro Carabinero­s se instaló definitiva­mente en La Moneda, cuestionán­dose incluso la idea de proporcion­alidad estricta en el uso de la fuerza pública. Se terminó apoyando el TPP, y el subsecreta­rio Ahumada perdió el gallito de las side letters. El trato con los empresario­s cambió radicalmen­te de tono, destacándo­se el aporte del capital privado en el desarrollo del país. La reforma previsiona­l presentada, aunque endiablada en los detalles, mantiene la antes demonizada capitaliza­ción individual. La Teletón, objeto de una década de desprecio por parte de la izquierda, fue reivindica­da sin reservas por el Presidente. Y ahora, por primera vez, el gobierno reconoce que hay terrorismo en La Araucanía.

Por supuesto, todos estos giros han venido acompañado­s de señales mezcladas y algunas contradicc­iones, generando bastante confusión. Por lo mismo, la popularida­d del Presidente se ha hundido hasta el fondo: hoy resulta un personaje irreconoci­ble para buena parte de su base de apoyo, así como impredecib­le para sus detractore­s. Nunca Boric había estado más solo.

Pero en política, no siempre quedarse solo es estar equivocado. Muchos liderazgos importante­s pasaron, como pasó antes con Boric el 15N, por tramos desérticos antes de ser celebrados. Y, luego del plebiscito del 4 de septiembre, lo cierto es que quedarse pegados en el octubrismo testimonia­l con caritas de mártir era, por lejos, lo peor que las fuerzas de gobierno podían hacer. Necesitaba­n salir jugando de alguna manera, y era imposible hacerlo sin emprender un proceso de renovación ideológica brutal y doloroso dentro de la nueva izquierda. Esto, porque los prejuicios de campus universita­rio que los habían guiado, una vez puestos a jugar en el mundo, quedaron en evidencia como facilones y elitistas.

Es cierto: Boric ha comenzado a pisotear casi todos los eslóganes bajo los cuales su trenza de poder se hizo fuerte. Pero es porque la mayoría se han mostrado falsos. ¿De qué sirve ser leales a consignas dañinas, sólo en nombre de que la consigna es la consigna? La verdadera pregunta es si el camino de renovación que comienza a señalar Boric es el mejor para la nueva izquierda. Si el duro tránsito actual tiene sentido, o es puro oportunism­o de superviven­cia de un gobierno que estaba acabado a los seis meses de empezar.

En mi opinión, aquí se abre una oportunida­d histórica para la nueva izquierda (no como muchas nimiedades declaradas “históricas” por ellos mismos): la posibilida­d de romper definitiva­mente con el lastre intelectua­l de la Concertaci­ón, generando una nueva visión política reflexiva y madura. Me explico: la nueva izquierda, hasta ahora, no ha tenido ideas propias. Sus mentores han sido los intelectua­les de la autoflagel­ación tardía de la Nueva Mayoría. Boric, con sus incómodas piruetas, abre la cancha para un ideario no atrapado en la deshonesta dinámica concertaci­onista de lo inconfesab­le (explorada por Daniel Mansuy en Nos fuimos quedando en silencio) y su dialéctica patológica entre autocompla­cientes y autoflagel­antes. Pueden ser una izquierda renovada que se reconozca y defienda como tal, y enfrente su destino mirándolo a la cara. No sería poco.

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