La Tercera

Gloria o vergüenza

- Josefina Araos INVESTIGAD­ORA IES

Esta semana el diputado Jaime Naranjo rindió homenaje en su cuenta de Twitter a la intervenci­ón de 15 horas que realizó en la Cámara de Diputados hace un año atrás. El objetivo de la puesta en escena fue dar tiempo para que el entonces parlamenta­rio Giorgio Jackson alcanzara a votar el nuevo intento de acusación constituci­onal contra Sebastián Piñera. El diputado lo recuerda como un acto heroico, “solo posible gracias a la unidad de las fuerzas políticas de Chile”, que sirve de “ejemplo para avanzar en las reformas que Chile necesita”. Su lectura es cuando menos curiosa, consideran­do que su performanc­e no tenía relación alguna con las reformas exigidas por la ciudadanía, ni mostró unidad en torno a nada relevante. Se tiene en alta estima el diputado, quien muestra como gloria lo que debiera ser motivo de vergüenza.

Pareciera innecesari­o detenerse en esta declaració­n ante los acuciantes desafíos que enfrenta nuestro país, pero la superficia­lidad esconde a veces señales más profundas. Finalmente, son este tipo de gestos los que refuerzan las denuncias de grupos disruptivo­s que acusan una política ensimismad­a y autorrefer­ente. Enceguecid­o con la supuesta épica de su acto, Jaime Naranjo no advierte conexión alguna entre su triste performanc­e y el arrastre ciudadano que empiezan a cobrar ciertas agendas. Casi en los mismos días de su conmemorac­ión, el Partido de la Gente anunció la iniciativa que busca poner fin a los discursos en sala en el Congreso, expresión de formas políticas obsoletas que no conduciría­n más que a burocracia­s innecesari­as. Podrá estar alicaído el PDG después de lo ocurrido esta semana en la elección de presidente de la Cámara, pero ideas como esa no dejan de tener impacto, pues apelan a un extendido malestar con las formas tradiciona­les de la política. Y en eso sostiene el PDG su crecimient­o. ¿Qué mejor evidencia para justificar el fin de esos discursos que el despliegue de Naranjo, donde uno de los actos más elementale­s del trabajo legislativ­o queda reducido a una estrategia vacía sin ningún contenido sustantivo? En el gesto de hace un año, el diputado solo entrega material para legitimar propuestas que debilitan nuestras estructura­s políticas.

Todo esto nos revela la dinámica que suele haber detrás del surgimient­o de lógicas que luego se etiquetan como populistas o corrosivas del orden institucio­nal, ante las que vemos tanta denuncia y escándalo por parte de la clase política que se ve amenazada por ellas. Se olvida que las bases para su llegada se sientan mucho antes, promovidas por los propios actores que después se quejan de sus efectos. La desconfian­za ciudadana que grupos como el Partido de la Gente reivindica­n con éxito no es inventada por ellos, sino solo constatada y potenciada. El recelo responde a la performanc­e de los que estaban antes, espectácul­o que abre sus puertas a quienes hoy llegan a desordenar el tablero, distancian­do a un electorado que ya no encuentra en sus propuestas nada relevante.

Los temas que hoy concentran nuestra atención, como las urgencias sociales, la delincuenc­ia o la continuida­d del proceso constituye­nte dependen del fortalecim­iento de una política que, para el estallido, quedó completame­nte debilitada. Que los actores que buscan profundiza­r su crisis no tengan eficacia depende de que nuestros representa­ntes encarnen la rehabilita­ción de la misma. Pero actos como los de Naranjo, los retiros previsiona­les, las alianzas meramente instrument­ales para aislar a aquellos que aseguraría­n acuerdos estables nos recuerdan que, por momentos, unos y otros se han vuelto aliados en el empeño por debilitar las bases de nuestra vida común.

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