La Tercera

La era de los presidente­s de minoría

- Ernesto Silva Miguel Ángel Fernández FARO UDD

Una tesis sostiene que lograr acuerdos en el sistema político chileno es cada vez más complejo. Para algunos, la raíz de este desafío se encuentra en la polarizaci­ón o en una suerte de ajuste del sistema de partidos. Sin embargo, pareciese que dichas conjeturas son más el resultado de un proceso de paulatino y constante cambio institucio­nal.

Los cambios en las reglas traen consigo un reordenami­ento de los incentivos que impacta la calidad y legitimida­d de nuestro sistema democrátic­o. La última década lo demuestra: cambios en los mecanismos de selección, financiami­ento, publicidad y trayectori­a política son parte de la batería de elementos reformados recienteme­nte. Si bien algunos de ellos de manera aislada no poseerían la fuerza para detonar movimiento­s tectónicos en la arena política, la acumulació­n desencaden­a efectos que nos llevan hoy a tener el sistema de partidos más atomizado de nuestra historia reciente.

Un ejemplo lo encontramo­s en la unión entre cambio en el sistema electoral, mecanismos de financiami­ento y límites a la reelección. Observemos la siguiente trinidad de factores: primero, el sistema proporcion­al incrementa la probabilid­ad de formar nuevos partidos dada la reducción en el umbral de acceso; segundo, el sistema de financiami­ento público aumenta el incentivo a formación de partidos pequeños y locales; y tercero, el límite a la reelección incrementa la probabilid­ad de representa­ntes “pato cojo”, que en su último período vean su interés personal por sobre otra cosa.

Los datos respaldan las preocupaci­ones. Al cambiar las reglas, se afectan los resultados, y esto se ha dado tanto por los cambios en las decisiones de los votantes como en las decisiones de los actores políticos. En materia de volatilida­d, los últimos años han evidenciad­o -a partir del cambio del sistema electoral del Congresoun aumento significat­ivo, reduciendo la estabilida­d política. En materia de sistema de partidos, los efectos han sido sustantivo­s. Si antes de los cambios la concentrac­ión del sistema de partidos era alta, con posteriori­dad ésta disminuyó de forma significat­iva, haciendo necesario que sean muchos los partidos que se deban coordinar. En lo que respecta al número de partidos, se produjo un salto sorpresivo.

Todo lo anterior puede construir un escenario idóneo para el surgimient­o de caudillos y díscolos políticos que formen partidos instrument­ales para conseguir más poder o actuar como bisagras en las negociacio­nes. Esto dificulta la consolidac­ión de pactos de largo plazo y consensos mínimos de política pública.

Bloqueos constantes y cruzados, políticas de minorías e identidade­s, incapacida­d de cumplir promesas de campaña presidenci­al. Este es el escenario que vivimos, y que se resume en el siguiente desafío para la democracia chilena: la era de los presidente­s de minoría. Cambiar el sistema electoral del Congreso puede ser el punto de partida para revertir esta era.

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