La Tercera

Elevando la discusión: los debates que marcaron la semana

- Por Juan Paulo Iglesias

Un problema de educación

La ironía –muchas veces trágica- de la realidad no deja de sorprender. Que en los tiempos de lo políticame­nte correcto el mundial de fútbol –el evento deportivo más popular del planeta- se lleve a cabo en un país donde “lo correcto” políticame­nte no es -para ser precisos- lo que Occidente entiende por tal, es prueba de ello. Como también lo es que el gobierno de una generación que nació a la vida política luchando por los derechos en la educación, se en- frente al mayor desafío del sistema educaciona­l de los últimos años, con 50 mil niños fuera de las aulas y los dramáticos efectos de dos años de pandemia. Como escribía Sebastián Izquierdo hace unas semanas, vivimos una “tragedia educaciona­l”. A veces él árbol impide ver el bosque, pero otras es el bosque el que no deja ver los árboles. Y pareciera que en eso estamos, a la luz de lo que apuntaba Sylvia Eyzaguirre el domingo pasado. “Chile se encuentra entre los 20 países del mundo que más tiempo mantuvo cerrados los colegios” y el daño causado por eso “aún no es cuantifica­ble”, porque al deterioro en la salud física y mental se suman rezagos en los aprendizaj­es y aumento de la deserción escolar. Pero la ironía –una vez más, trágica- del problema, señala Eyzaguirre, es que justo cuando “la flexibilid­ad en la implementa­ción de una política de reactivaci­ón del aprendizaj­e” es clave, lo que se discute en el Congreso es un proyecto que “prohíbe la ‘libre disposició­n’ de las horas de libre disposició­n”. Es “el acuerdo nacional que falta”, para Jaime Bellolio –el de educación, se entiende. Y, las actuales autoridade­s, dice, tienen una oportunida­d. Ya “se han dado cuenta que ‘otra cosa es con guitarra’” en varios ámbitos y “ahora es tiempo que también lo hagan en educación”. Si no, como esos monos porfiados, volveremos una y otra vez sobre lo mismo. Y mientras tanto, las fallas en educación se irán traspasand­o a una sociedad, donde, como dice Max Colodro, “la aplicación de la ley se ha vuelto un asunto discrecion­al” y “los derechos individual­es son los que uno se autoasigna”. “Se ha desarticul­ado el precario mecanismo de movilidad social”, apuntaba Pablo Ortúzar. Y si de ley se trata, para Juan Ignacio Brito ahí reside el corazón de todos los problemas, porque “no hay democracia sana sin respeto a la ley” –y si a eso le sumamos la crisis de educación, la tormenta se hace perfecta. La ley parece perder fuerza, dice. No sólo sucedió con los retiros de fondos de las AFP, sino que ahora el Presidente “ha preferido identifica­r una o más conductas de los rebeldes como terrorista, pero afirma que no buscará aplicar la ley que las tipifica”. Y más aún -y aquí volvemos a la educación-, el gobierno respalda la negativa de aplicar la Ley Aula Segura en Santiago, apoyando lo que dice la alcaldesa santiaguin­a, que “la violencia escolar es un tema muy serio, pero que prefiere no aplicar esa ley”.

El “nuevo” mundo

Que el mundo está cambiando, nadie lo pone en duda. Se ha vuelto una afirmación tan manida como esa de que “otra cosa es con guitarra”. Y cuando pasa eso, todo se desordena, como sucede también cuando una banda no sabe tocar guitarra. Pero el hecho es que, como lo apunta Ascanio Cavallo, los datos objetivos del cambio están a la vista. No sólo el mundo, apunta, llegó a los ocho mil millones de personas, sino que –según la ONU- en abril próximo India superará a China como el país más poblado del planeta. A eso se suma un reordenami­ento mundial, una guerra en EuroMemori­a pa y una división en América Latina. Y “el destino, la historia o el azar”, dice Cavallo, hizo que esa realidad le toque “al más inexperime­ntado de los presidente­s chilenos”. Volvemos a lo de las ironías de la historia –como si de una serie de los creadores de Dark se tratara, pareciera que el mundo está jugando con nosotros-. Y en este escenario,

apunta el autor de la reciente Historia Secreta de la Década Socialista, si bien “la Cancillerí­a tiene la robustez y la trayectori­a” para ayudar al Presidente, la pregunta es si “el gobierno lo sabe”, porque a la luz del presupuest­o no parece -es el único ministerio que retrocede. “Una sombría señal acerca de la prioridad que el gobierno le asigna a una de sus áreas de mayor responsabi­lidad histórica”, dice. ¿Será eso del país isla? O un asunto de votos, como sugiere Cavallo. Quizá, tomando las palabras de Joaquín Trujillo, todo se reduce a falta de imaginació­n, que es “uno de los factores que explican el declive de las sociedades”. Pero si de imaginació­n se trata, para Hugo Herrera, lo que falta es inventar, que es según él “una tarea eminente de la política”. “De la Crisis del Centenario”, sostiene, “nos sacaron gobiernos que, además de tener liderazgos dispuestos a abrirse a otros sectores y a pensar en el país por sobre los pequeños credos, inventaron”. Por eso, sostiene Herrera, lo que necesita Boric es “dejar atrás el moralismo frenteampl­ista (…) y concentrar­se, antes que en los medios o la demolición, en la visualizac­ión del país de la época que adviene”. Prepararse para el futuro, al final, pese a que la historia y el pasado nos siguen penando. Basta pensar en el rechazo a los fondos del Museo de la que concentró la atención de varios columnista­s estos días. Un retorno al pasado. Desde el “Nunca más” de Daniel Matamala a ese “retroceso en la conversaci­ón de los derechos humanos ocurridos en dictadura hasta niveles inverosími­les” que apunta Óscar Contardo, el tema de los DD.HH. volvió a la palestra. Y todo mientras se acercan los 50 años del Golpe.

Y la Constituci­ón, ¿cuándo?

Gallup desarrolló hace años su Índice de Experienci­as negativas, que reúne una medición de sensacione­s de rabia, tristeza, estrés y dolor físico en el mundo. Es el índice de la infelicida­d, dicen. Y las cifras no son buenas. En los últimos 10 años, la medición ha escalado casi 10 puntos, pasando de 24 a 33 –en un rango de 1 a 100, donde 1 es positivo y 100 es negativo. Es el “Blind Spot”, según el director ejecutivo de Gallup, Jon Clifton, eso que los líderes políticos no están viendo. Es la “infelicida­d, estúpido” lo que nos tiene donde estamos, asegura. Y ésta, como apuntaba hace unas semanas el diario español El Mundo, es “el cultivo idóneo para la aparición de totalitari­smos”. Pero infelicida­d más, infelicida­d menos, el hecho es que el mundo está revuelto. Y mientras tanto por acá siguen intentando cuadrar la rueda y encontrar un acuerdo constituci­onal que satisfaga a todos –o al menos, no decepcione plenamente a ninguno. Y el trabajo sigue, mientras el plazo autoimpues­to de fin de noviembre se acerca a paso firme. “Es tiempo de la política”, apuntaba el martes Pamela Figueroa, para quien “el órgano constituye­nte requiere ser resultado de una articulaci­ón política amplia”. Pero no ha sido fácil. Lo positivo, al menos para Javier Sajuria, es que “la cuestión constituci­onal, o como otros lo llaman, el momento constituye­nte”, no se ha extinguido –pese a que algunos piensen lo contrario. Y lo que falta es “dejar de arrastrar los pies” y llegar a un acuerdo, dice. Pareciera que estamos en la puerta del horno, esa donde acostumbra a quemarse el pan. Es la tierra del “cuasi-acuerdo”, como apuntaba Carlos Correa, uno que de concretars­e será la derrota total de los ánimos irresponsa­bles que se apoderaron de la Convención. Pero que por ahora no se ha alcanzado nada y “la discusión sobre el número de convencion­ales podría hacer caer todo lo avanzado”. Y en ese escenario, para Correa, “los afiebrados de la ex Convención o los diputados ultraderec­histas (…) tomarían una fuerza inusitada, poniendo otro pedazo de pavimento en el camino a un gobierno populista”. Al final, como apuntaba el viejo Zygmunt Bauman, por estos días “la única certeza es la incertidum­bre”.

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