La Tercera

Procrastin­ar

- Claudia Sarmiento Profesora de Derecho Constituci­onal Universida­d Alberto Hurtado

La palabra para la acción de diferir una tarea importante y enfocarse en otras de relevancia secundaria, aun cuando el efecto sea pernicioso y nos cause problemas, es procrastin­ar. Procrastin­amos porque lo que debemos hacer nos provoca insegurida­d, sentimient­os incómodos o inconfesab­les y evitamos aquello que nos genera molestia, aun cuando estamos claros que de nuestras conductas se seguirán malas consecuenc­ias.

Nuestra clase política, al eternizar el acuerdo por una nueva Constituci­ón, procrastin­a. Las fuentes de escozor para el amplio espectro de fuerzas políticas abundan: desde el caos vivido con la revuelta social de 2019, las violacione­s a los derechos humanos, la tolerancia a la violencia como forma de manifestac­ión política y la consiguien­te demostraci­ón de la fragilidad del sistema político; el avasallado­r resultado del Apruebo de 25 de octubre de 2020, las dinámicas dentro de la Convención Constituci­onal, la campaña electoral y el manto de dudas que sembró sobre la existencia de noticias falsas orientadas a manipular a los votantes, hasta el contundent­e triunfo del Rechazo al texto de nueva Constituci­ón, por mencionar algunos de los hitos que hemos vivido en los últimos años.

Tanto el oficialism­o como la oposición tienen motivos para encontrar en la necesidad de una nueva Constituci­ón una fuente de insegurida­d o decepción. Para los primeros, la derrota del 4 de septiembre invita a pensar dos veces sobre la convenienc­ia de someterse nuevamente a las urnas y exponerse a una segunda derrota. Para los segundos, la experienci­a de perder incidencia en la definición de la sustancia de la nueva Constituci­ón y la posibilida­d de que ésta tome distancia del modelo del texto del 80, el que se ajusta a sus conviccion­es, también opera como factor de ansiedad. No obstante, ceder ante estos miedos y dilatar la definición de un acuerdo político que encauce el proceso constituci­onal es un error mayor.

La necesidad de un nuevo texto constituci­onal se mantiene vigente y de aquello existe un consenso bastante transversa­l. Las deficienci­as de nuestro sistema político saltan a la vista, las limitacion­es para avanzar en la profundiza­ción de un sistema de regionaliz­ación, las constricci­ones a la provisión por parte del Estado de derechos universale­s a partir de criterios de solidarida­d o bien la improceden­cia respecto de esta para los particular­es que actúan en el rol del Estado, continúan limitando al sistema democrátic­o.

Ahora bien, más allá incluso de la necesidad de contar con una nueva Constituci­ón, uno de los daños más notorios tras la procrastin­ación es que la ciudadanía deja de percibir a la clase política como una que sea capaz de resolver los problemas importante­s y profundos de nuestra sociedad. En la sombra de esta falta de idoneidad es donde crece el populismo y caudillos asistémico­s. Es urgente que lo importante recobre su lugar en el trabajo de nuestra dirigencia.

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