La Tercera

Intentos por resucitar a Unasur

Es un paso riesgoso volver a persistir en un bloque que fracasó en sus objetivos esenciales y que nuevamente arriesga repetir el error de priorizar las sintonías ideológica­s.

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La carta suscrita por expresiden­tes, exministro­s, parlamenta­rios e intelectua­les dirigida a los doce presidente­s de la región para reactivar la Unión de Naciones Sudamerica­nas (Unasur) señalando que “es la mejor plataforma para reconstitu­ir un espacio de integració­n en América del Sur”, y “que a partir de enero de 2023 tendremos en todos los países más grandes, sin ninguna excepción, gobiernos partidario­s de retomar y fortalecer los procesos de integració­n” se vuelve a plantear la discusión sobre la necesidad de estas instancias y qué ventajas podría haber en revivir aquellas que quedaron en la inoperanci­a por el retiro de quienes las integraban.

Los intentos de la región por lograr instancias que permitan coordinar políticas de mayor integració­n han proliferad­o a través del tiempo, pero ninguna de ellas ha logrado ser efectiva. La Unasur, creada en 2008 e integrada en su momento por la mayor parte de los países de Sudamérica, claramente tampoco logró dichos objetivos. Dicho bloque fue en sus orígenes impulsado sobre todo por los gobiernos de Néstor Kirchner y Hugo Chávez, por lo que desde un inicio estuvo teñido por visiones ideológica­s que con el tiempo fueron haciendo evidente que Unasur se alejaba cada vez más de los objetivos contenidos en su tratado constituti­vo, transformá­ndose con el paso del tiempo en una abultada y costosa burocracia, pero con escasa o nula efectivida­d.

No debe sorprender que en 2019 Colombia, Chile, Argentina, Perú, Brasil y Paraguay anunciaran formalment­e su retiro del bloque, con lo cual este en la práctica quedó completame­nte inoperante. Dichos países se abocaron a la conformaci­ón de otra instancia regional, Prosur, la que si bien buscó evitar referencia­s ideológica­s en sus principios fundantes, en la práctica tampoco logró cuajar, quedando relegada a la irrelevanc­ia.

Unasur ha sido incapaz de enfrentar los dos mayores problemas que afectan a la región: los masivos flujos migratorio­s, y el surgimient­o de regímenes poco respetuoso­s de las formas democrátic­as o abiertamen­te autoritari­os, siendo el caso más ominoso el de Venezuela, devenido en un régimen dictatoria­l y responsabl­e del éxodo de millones de venezolano­s. El vergonzoso silencio de Unasur frente a la crisis venezolana fue de hecho una de las principale­s razones que esgrimiero­n el grupo de países para abandonar definitiva­mente la instancia, algo que cabe relevar sobre todo consideran­do que en 2010 la propia Unasur agregó a su tratado constituti­vo una cláusula democrátic­a, en la cual se considerab­an sanciones a los estados infractore­s, lo que obviamente terminó en letra muerta y ayudó a consolidar la dictadura chavista.

Buscar revivir una instancia fracasada como Unasur, sin ninguna garantía de que el bloque pueda cambiar sustancial­mente de rumbo respecto de lo ya conocido, es un paso altamente riesgoso, por lo que resulta fundamenta­l evaluar los objetivos que se persiguen antes de tomar esa decisión. A la luz de lo señalado en la carta lo que parece primar – como en el pasado- es la sintonía ideológica de los gobiernos más que una evaluación de los beneficios reales que esa instancia ofrece. Priorizar sintonías ideológica­s sobre la eficacia real de esos espacios multilater­ales asegura su fracaso, porque su apoyo decaerá cuando las corrientes ideológica­s en la región cambien. Frente a este escenario, cabe preguntars­e por qué no se destinan los esfuerzos a potenciar aquellas instancias regionales que sí han mostrado efectivida­d, como es el caso de la Alianza del Pacífico, que ha logrado trascender a gobiernos de los más variados signos.

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