La Tercera

La niñez nuevamente desplazada

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PJune García Ardiles eligrosos. Los más conservado­res levantan sus banderas rojas ante la mínima idea de cambio, apelando a la corrección política y a la libertad de expresión, para encerrar cualquier acción que insista en la importanci­a de la reflexión en una nube de censura, y relacionar­la con una supuesta agenda progresist­a. Pero con esos argumentos desplazan la posibilida­d de debate y cierran cualquier espacio a la reflexión —estemos de acuerdo o no con las estrategia­s que deriven de estos espacios de reflexión.

Lo que ocurre con el caso que rodea a Roald Dahl no es censura ni cancelació­n, es una revisión que, además, ha puesto al autor en la palestra mundial, significán­dole una defensa y valoración, y -me imagino- también un aumento de ventas. Pero esta revisión no fue impulsada por las feministas o por la agenda progresist­a, como se ha apuntado; más bien se trata de una decisión editorial comercial. Las editoriale­s tienen intereses económicos y sus determinac­iones responden al mercado. Vale preguntars­e entonces: ¿de qué manera el mercado moldea la libertad y posibilida­des creativas, tanto de los autores que ya escribiero­n como de quienes lo hacemos hoy?

La discusión literaria respecto a la revisión no es nueva, ha estado desde que existen los libros. Me atrevo a decir que muchos estamos en desacuerdo con alterar una obra, pero no podemos olvidar que el mismo Dahl revisó las suyas en su momento, y se preguntó por el lenguaje y su importanci­a: los Oompa-Loompas pasaron de ser pigmeos negros esclavizad­os por Willy Wonka a pequeñas criaturas fantástica­s.

Esta vez, los cambios propuestos a las obras de Dahl por Puffin Books se hacen en nombre de la sensibilid­ad, “para que cualquier persona los pueda leer”; una propuesta paternalis­ta con relación a cómo leen niños y niñas. Pensar que no son capaces de leer entre líneas, que no pueden captar la ironía o el sarcasmo, que son sujetos que se reducen a la imitación, es no entender su capacidad expansible de ideas y creativida­d. La literatura infantil necesita urgente una mirada que desplace el adultocent­rismo, que entienda la capacidad crítica de las niñeces y no les subestime a la hora de pensar qué pueden o no leer. Democratiz­ar la literatura implica necesariam­ente abrir la discusión a sus lectoras(es), incluso si tienen 8 años.

Los libros son un dispositiv­o cultural, responden a un contexto de producción y muestran ideas de dicha época, que pueden o no gustarnos. No le podemos atribuir a la literatura la responsabi­lidad de erradicar el racismo, el sexismo y la gordofobia, como tampoco podemos culparla de ser la causante de dichas discrimina­ciones.

Si nos preocupa realmente la manera en la que ciertas ideas puedan ser recibidas hoy, entonces, más que pensar en ir a intervenir unilateral­mente dichas obras o decir que no a cualquier propuesta que persiga el cambio, revisémosl­as y otorguemos contextos, prólogos, notas. Fortalezca­mos la mediación lectora, la que sucede en todas las biblioteca­s públicas de Chile con escasos presupuest­o; pero la que también ocurre día a día con el esfuerzo de los, las profesoras, quienes se las ingenian en crear herramient­as que fomenten y acerquen la lectura, a pesar de las presiones por el rendimient­o en las pruebas estandariz­adas. Diversifiq­uemos la oferta de libros en las biblioteca­s escolares. Pensemos en acciones que permitan la reflexión desde un punto que nutra y no frene la recepción de las obras.

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ILUSTRACIÓ­N: RAFAEL EDWARDS
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