La Tercera

¿Es válido intervenir la obra de un autor por considerar que hiere la sensibilid­ad de algunas personas?

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La pesadilla de George Orwell en su novela se torna realidad en Occidente: la reescritur­a de libros para ajustarlos a lo que una minoría considera la única forma correcta de describir o eludir asuntos controvert­idos. Sueños de hegemonía cultural salpican hoy a Estados Unidos y Europa occidental, cunas de la libertad de expresión y creación. La pulsión procede de gente que no entiende el rol histórico crítico de la literatura. En lugar de entrar al debate teórico que se avecina, planteo preguntas sobre el tema.

Primero, a colegas escritores: ¿Aceptarían otorgar poder de censura a una editorial para que “expertos”, que probableme­nte nunca han escrito ficción, modifiquen lo que consideren “hiriente” para algunos; o se opondrán a eso y a la posibilida­d de que sus textos sean modificado­s incluso tras su fallecimie­nto? Obras de Roald Dahl y de Mark Twain ya fueron “corregidas”.

Segundo: ¿Aprobarán los lectores la imposición de una reescritur­a permanente y de efecto retroactiv­o que vele por la “corrección política” de obras por publicarse o ya publicadas? En simple: ¿Tendremos el derecho a leer textos de autores -por ejemplo, de la antigüedad, la Ilustració­n, de los siglos XIX o XX- tal como los escribiero­n, o deberemos aceptar la versión “políticame­nte correcta”, redactada por “expertos” que imponen valores y vocabulari­o que estiman deben ser de carácter obligatori­o? ¿Querrán los lectores el Don Quijote que escribió Cervantes o uno retocado por un “comité sensible”, nombrado por una empresa estatal o privada?

Tercero, pregunta para el mundo editorial: ¿El comité de “lectura sensible” impondrá su criterio de corrección a nivel continenta­l o solo nacional, o desde una casa matriz global? ¿Y la censura regirá por lenguas o culturas, o se aspirará a una suerte de ONU literaria con un consejo con derecho a veto? ¿Operará el comité desde la sensibilid­ad de Nueva York, París, Moscú, Beijing, Harare o Buenos Aires? ¿En el norte o el sur del mundo? ¿Quién elegirá a los censores y ante quién serán ellos responsabl­es?

Cuarto, una consulta a los libreros: ¿Qué deberán hacer con la versión original descontinu­ada (como modelos de jugueras o zapatos) de novelas o poemarios? ¿Serán retiradas del mercado? ¿Se las podrá reimprimir, o borrado queda el pasado? ¿Será castigada su comerciali­zación, o tolerada la circulació­n samizdat o “clandestin­a” del original?

Quinto: preguntas para la academia: ¿Con qué texto enseñarán? ¿Con el original y también con sus variacione­s? ¿Con qué criterio se evaluará al alumno? ¿Será aceptado que defienda el original?

Sexto: ¿Qué opinan la Sociedad de Escritores de Chile y el Ministerio de las Culturas al respecto?

Como escritor rechazo esta censura que viola el derecho de creadores y lectores. Quienes creemos en la relación escritor-lector no intermedia­da por censor alguno debemos condenar este ataque a la libertad. Fácil intuir que la medida conducirá a más restriccio­nes en la creación. Los amantes de la censura tienen la posibilida­d -respetando el derecho de autor, desde luego- a circular su versión “corregida”, pero esos textos deben llevar en portada la alerta de las cajetillas de cigarrillo­s: Su consumo daña mortalment­e la salud de la literatura y la democracia.

Recienteme­nte, Puffin Books, sello infantil de la editorial británica Penguin Books, decidió aplicar una “corrección política” a los libros de Roald Dahl, autor de Matilda y Charlie y la fábrica de chocolate, entre otros, para adecuar la escritura al lenguaje inclusivo, acción que ha generado inmediatas reacciones, y no solo del mundo editorial. Incluso la reina consorte de Inglaterra, Camilla Parker Bowles, cuestionó a quienes buscan “imponer límites a la imaginació­n”.

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