La Tercera

Variacione­s Joseph Roth

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Hacia el final de la década de los 30, con Hitler en el poder, Joseph Roth junta firmas y le escribe a Otto de Habsburgo, el heredero del trono, exiliado en Londres. Roth sueña o anhela la reconstruc­ción del imperio austrohúng­aro; “lo pensaba como posible contención entre la barbarie expansioni­sta del Tercer Reich y de la Rusia soviética”, escribe el argentino Edgardo Cozarinsky en su nuevo libro. Nacido cerca de la frontera con la Rusia zarista, en 1896, tras la caída del imperio Roth se trasladó a Berlín. Allí publicó Job y La marcha Radetzky, dos obras maestras que le dieron éxito pero no apagaron su crisis. La esquizofre­nia de su esposa, el ascenso de Hitler en Alemania y la anexión de Austria lo empujaron a un descenso profundo en el alcoholism­o. En aquellos acontecimi­entos, el escritor veía “la muerte de una idea universali­sta que remonta a la Edad Media”. Y el último reducto de esa idea universali­sta, “Roth lo encuentra en la Iglesia Católica”, anota Cozarinsky. Así en julio de 1935 le escribe a su amigo Stefan Zweig: “Creo en un imperio católico de inspiració­n alemana y romana, y estoy a punto de ser un católico ortodoxo, tal vez hasta militante (...) A ese imperio consagraré mis débiles fuerzas para realizarlo por medio de los Habsburgo”. Ese deseo final, escribe Cozarinsky en un libro breve y hermoso, que recrea la vida y la época de Roth, atravesada por la angustia ante la amenaza totalitari­a, “fue en busca de la imagen idealizada de una Austria perdida, un último intento de su imaginario por recuperar la patria que la historia le había robado”. Roth fue a morir en París, en 1939. Su gran amigo Zweig se quitó la vida en Brasil, tres años después.

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