La Tercera

DESPLIEGUE DE LAS FF.AA. EN LA FRONTERA NORTE

- Por John Griffiths S. Exjefe de Investigac­ión de Athenalab.

Durante los últimos días la presencia militar en la frontera norte, en tareas de seguridad interna, ha sido un tema de interés a nivel nacional. Es importante señalar que el control militar de la frontera terrestre siempre ha sido una actividad constituci­onal propia del Ejército, en tiempos de paz, pues representa el lugar en que dichas fuerzas dan forma a su conocimien­to del área geográfica de empleo, entrenamie­nto y muchas veces de adaptación fisiológic­a. De allí que su presencia en frontera sea lo normal. Sin embargo, lo excepciona­l es la actual medida que dispone el actual despliegue del Ejército en funciones de orden público, en este caso, en la frontera norte del país, en un área que limita tanto con Perú como con Bolivia.

Es relevante señalar que el límite no lineal con Perú cubre una distancia de aproximada­mente 189 kilómetros, en tanto el límite con Bolivia es de 850 kilómetros, en el que existen más de 100 pasos ilegales. En el caso altiplánic­o, es un área en donde la situación de seguridad está caracteriz­ada desde el paso de inmigrante­s ilegales, vehículos robados en Chile, hasta el acceso de contraband­o de cigarrillo­s y drogas, principalm­ente por organizaci­ones criminales que se dedican a ello. En consecuenc­ia, la naturaleza del problema de seguridad en frontera supera la necesidad de un control de inmigrante­s que en forma pacífica desean ingresar al país. Es un área a ambos lados del límite formal entre Bolivia y Chile en que existen actores y organizaci­ones dedicadas a un negocio y actividade­s ilícitas, en que la posibilida­d de enfrentami­ento armado con dichos grupos es altamente probable. Más aún cuando dichos grupos poseen armamento y poder de fuego muchas veces superior a las fuerzas de orden y seguridad pública, de ambos países.

De allí que este despliegue militar —ordenado recienteme­nte—pareciera adolecer del necesario y adecuado respaldo del uso de la fuerza para los probables y potenciale­s fenómenos y amenazas a enfrentar en la frontera norte, por cuanto sobrepasan con creces el simple mantenimie­nto del orden público, en un contexto en que, además, se hace necesario establecer algún grado de coordinaci­ón con las organizaci­ones e institucio­nes de ambos estados presentes en frontera. Es decir, entre las fuerzas de orden y seguridad de Chile y las de Bolivia, aun cuando no existan relaciones diplomátic­as plenas.

El problema de seguridad y coordinaci­ón que evidenciam­os es mayor al que intentamos solucionar y que las medidas dispuestas no son suficiente­s y se quedan cortas. Más aún, estas medidas parecen no dirigirse adecuadame­nte a solucionar el problema de seguridad de fondo, cuya naturaleza es distinta a las medidas previstas de orden público que están diseñadas. Finalmente, la experienci­a nos señala que cuando se usan las Fuerzas Armadas en situacione­s de seguridad interior se las debe dotar de las atribucion­es adecuadas —especialme­nte jurídicas— para que razonablem­ente puedan cumplir su misión. No hacerlo es administra­r el problema, pero no solucionar­lo, con potenciale­s y mayores costos materiales y de personal para las institucio­nes encargadas de cumplir está misión.

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