La Tercera

Creer que lo peor ya pasó

- Óscar Guillermo Garretón Economista

Hoy lunes se da inicio al trabajo del anteproyec­to de Constituci­ón de la Comisión Experta, que servirá como base para el Consejo Constituci­onal, cuyos integrante­s serán electos en mayo.

Las circunstan­cias de su trabajo son diferentes a aquellas del postestall­ido y del trauma nacional ante las violencias, ineptitude­s e incompeten­cias que caracteriz­aron gran parte del primer año del gobierno del Presidente Boric. El 62% del Rechazo derrotó al refundacio­nalismo y cambió la realidad. La Plaza Italia se recuperó para la ciudadanía; el TPP11 y el Tratado con la Unión Europea se aprobaron; el rigor fiscal vino a contrarres­tar el impacto inflaciona­rio de esos retiros de populismo irresponsa­ble; las FF.AA., antes vetadas, se despliegan conteniend­o el terrorismo en la Macrozona Sur y la inmigració­n descontrol­ada de componente delictual en el norte de Chile; los incendios decrecen; los números económicos se anuncian mejores; cambia el pelo del gabinete y se filtra que cambiará más, en similar dirección.

Pero eso contiene el riesgo de creer que lo peor ya pasó; vivir el sueño feliz de que todo se resuelve con un cambio de gabinete o de subsecreta­rios; hacernos olvidar que lo medular de la crisis que vivimos desde hace años no tiene su causa principal en los actores económicos, ni en las FF.AA., ni en ultras de capa caída. La crisis chilena tiene su fuerza desencaden­ante en la degradació­n de su sistema político, que ha terminado contaminan­do todo: educación, salud, economía, seguridad, orden público, migración y, por cierto, su propia institucio­nalidad.

La nueva Constituci­ón solo será buena si dota a Chile de un sistema político que le devuelva gobernabil­idad y prevea defensas ante populismos y extremos; que se proponga superar la proliferac­ión partidaria y su consecuenc­ia: la proliferac­ión funcionari­a en el aparato público; que estimule entendimie­ntos amplios y estables en los actores políticos y no microparti­dos bisagras; que, si es presidenci­alista, no le cercene atribucion­es indispensa­bles para la buena gestión económica, como han intentado desde el Parlamento o desde la fenecida Convención Constituci­onal; que contribuya a la responsabi­lidad fiscal y monetaria; que ayude a construir libertades para los chilenos y no imposicion­es autoritari­as; que haga del Estado un regulador y garante de convivenci­a libre, segura y en paz; un servidor, no un patrón. En fin, un sistema político que vuelva a caracteriz­ar a Chile por algo que en el pasado lo distinguió: la solidez y solvencia de su democracia.

No menospreci­emos la enorme responsabi­lidad que estamos entregando a expertos y luego a comisionad­os constituci­onales. Lo peor solo habrá pasado cuando aquello que lo detonó -la degradació­n de su sistema político- se logre superar. Mientras eso no ocurra, a la vuelta de cualquier esquina nos esperará emboscada otra manifestac­ión de esta crisis.

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