La Tercera

La generación maldita

- Hugo Herrera Profesor titular Facultad de Derecho UDP

Nunca en la historia del país una generación tan joven había contado con tanto poder político como la actualment­e instalada en La Moneda. Es un rendimient­o formidable: pasar, en breves años, de los patios universita­rios y las calles al gobierno. El primer desafío es mostrar capacidad de gobernar. La seguridad y la economía han acusado su ausencia primera en la retórica y las ideas de la novel generación. El gobierno, sin embargo, ha hecho ajustes. La incorporac­ión de los exconcerta­cionistas, encabezado­s por Tohá; el paso a segundo plano del discurso moralizant­e ejemplific­ado en la pérdida de protagonis­mo del inflexible ministro Jackson; el mayor énfasis en la seguridad y la economía, han mostrado que los gobernante­s están dispuestos a asumir costos y aprender con velocidad.

Sin embargo, eso no basta. Si bien el paso del moralismo de la primera hora a la responsabi­lidad muestra capacidad, no se exhibe todavía algo que será necesario evidenciar pronto. El paso debe ir acompañado de una nueva propuesta ideológica.

Ha de ser una propuesta que se distancie no solo del radicalism­o de los estándares morales superiores de Jackson y su profeta de cátedra. Además, debe deslindars­e claramente de un realismo que acabe agotándose de modo rasante entre las redes del poder.

Mientras aquel discurso ideológico -a la vez prospectiv­o y responsabl­eno cuaje, el gobierno tiene el riesgo de ir a la deriva, tironeado por sus dos “almas”. Dos “almas”, en último término, políticame­nte fenecidas, pues si el realismo de la Concertaci­ón, tras cuatro lustros de hegemonía, se agotó, el moralismo fue derrotado colosalmen­te en el plebiscito constituci­onal.

Además, la juventud de la actual precoz generación significa también lo siguiente: ella estará en la primera línea de la política probableme­nte las próximas tres y hasta cuatro décadas. Puesto que los ciclos políticos chilenos tienden a durar treinta años, esta generación verá pasar de moda, aun cuando tenga éxito, las ideas y el orden que ella produzca. Cosecharán en vida, en plena vigencia de sus carreras políticas, los frutos de su trabajo. Si incluso las grandes generacion­es políticas quedan siempre condenadas a ser superadas, la actual podría llegar a ser una generación maldita, de muertos (políticos) en vida. Y ese peso les cae hoy: cuando todavía no han parido la ideología de las tres décadas por venir.

La mejor opción los obliga ya a avizorar el destino aciago que pesa sobre las dirigencia­s políticas históricam­ente relevantes. Y la peor, a enterarse de que podrían incluso tener el doble castigo de ser una generación, además de superada, como todas, que no alcanzó siquiera a volverse relevante, en la medida en que no logró articular una propuesta ideológica auténticam­ente política, distante tanto del pedestre cinismo, cuanto de la irresponsa­ble fanaticada de los puros.

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