La Tercera

Las marchas estudianti­les y el deterioro de la educación pública

Las movilizaci­ones en lugar de favorecer los objetivos que dicen buscar solo han profundiza­do la crisis de la educación pública. Es urgente, por ello, avanzar en una estrategia que devuelva a los estudiante­s a las aulas.

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Asolo una semana de iniciado el año escolar 2023, el jueves se produjeron los primeros incidentes y hechos de violencia por parte de estudiante­s participan­tes de la marcha estudianti­l convocada en el contexto de las movilizaci­ones denominada­s como “mochilazo”, que tendrían como motivación protestar por demandas tan diversas que van desde mejoras en la infraestru­ctura escolar hasta el fin de la Prueba de Admisión a la Educación Superior (PAES). Así, hubo lanzamient­os de bombas molotov afuera del INBA, se produjeron enfrentami­entos de adolescent­es con carabinero­s y la interrupci­ón del tránsito con barricadas.

Resulta preocupant­e que en los últimos años este tipo de hechos pasaron a formar parte de la normalidad, al punto de que se estén produciend­o simultánea­mente con el inicio del año escolar. En esa línea, cabe preguntars­e si la convocator­ia a movilizaci­ones tiene una justificac­ión o si, en cambio, responde más bien a intereses extraeduca­tivos, así como a la falta de reflexión respecto al deterioro que éstos producen en la educación pública y a la necesidad de tomarse en serio la asistencia a clases, para recuperar tanto los aprendizaj­es como aquellos aspectos del desarrollo que han sido afectados por el prolongado cierre de escuelas durante la pandemia.

En cuanto al deterioro en la educación pública, recienteme­nte se conoció la informació­n del proceso de admisión escolar para el presente año, cuyas etapas preliminar­es concluyero­n con vacantes en todos los liceos emblemátic­os. Es decir, en cada uno de ellos hubo menos postulacio­nes que cupos disponible­s, lo que da cuenta de una situación que, aunque inédita –pues históricam­ente se trataba de establecim­ientos altamente demandados, la verdad es que hoy no sorprende, dados los hechos de violencia y desorden que los aquejan con recurrenci­a, así como la sostenida caída que vienen experiment­ando en sus resultados académicos.

El diagnóstic­o sobre los problemas que acarrean estas continuas movilizaci­ones parece bastante claro, sin embargo, no lo es la respuesta a la pregunta sobre qué hacer para revertirlo­s. Por un lado, es un hecho que hoy los adolescent­es enfrentan una serie de distraccio­nes que con cada vez mayor frecuencia les hacen poner sus estudios en segundo plano. Así lo refrenda la caída que se ha producido en la asistencia escolar y el aumento en la inasistenc­ia crónica, que ya afecta a casi 4 de cada 10 estudiante­s. Del mismo modo, cambios sociales que han ido llevando a una pérdida del respeto por la autoridad hacen que sea cada vez más difícil poder enfrentar los problemas de violencia en el sistema escolar.

Así como el ministro del Interior anunció planes para prevenir los efectos negativos de las movilizaci­ones que ya se han convocado, es de esperar que también el gobierno, como parte de su agenda de recuperaci­ón educativa, contemple una estrategia tendiente a devolver a los estudiante­s a las aulas, reduciendo los incentivos a actividade­s extraescol­ares que finalmente concluyen en hechos de violencia y que finalmente solo entorpecen la solución a las urgencias por las que atraviesa el sistema educativo y agravan aún más el deterioro de la educación pública.

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