Elevando la discusión: los debates que marcaron la semana
Ajustando la carga
Como si de esa ya clásica novela de terror de Henry James se tratara, Chile parece haber dado Otra vuelta de tuerca. Lo que hace dos años llevó a las autoridades actualmente en el gobierno a convencerse de que el país aspiraba a un firme giro a la izquierda, se derrumbó tras el triunfo del Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre pasado. Y si bien algunos férreos defensores del proceso siguen insistiendo que los chilenos no rechazaron el contenido del proyecto, sino otras cosas, como el comportamiento de los convencionales, el hecho es que el giro que el proyecto constitucional consagraba se frenó de golpe. Y el viernes de la semana pasada, el gobierno tuvo que dar –siguiendo el símil con Henry James- otra vuelta de tuerca para estabilizar el barco. O el avión, como apunta Pablo Ortúzar recordando la metáfora que el propio Presidente usó al inicio de su gobierno, eso de despegar con turbulencias. Porque, según él, lo que pasó es que “al poco andar la nave del gobierno comenzó a verse en problemas distintos a la turbulencia”. Los instrumentos empezaron a fallar. La convicción de que la mayoría del país deseaba seguir el camino propuesto por La Moneda les impidió tomarles el peso a las crecientes preocupaciones populares por la seguridad pública, el crecimiento económico o la migración descontrolada. Y hoy, dice Ortúzar, “el Presidente sigue tratando de ajustar el tablero”, pero “no parece saber adónde vamos”. Y el problema es que no queda mucho tiempo “para empezar las maniobras de aterrizaje”. Y de no hacerlo luego, según Hugo Herrera, el riesgo es que el desenlace sea fatal, al menos para la joven generación en el poder. Porque más allá de los ajustes realizados hasta ahora, como “la incorporación de exconcertacionistas” y el “mayor énfasis en la seguridad y la economía”, “el paso debe ir acompañado de una nueva propuesta ideológica”. Y, mientras eso no cuaje, “el gobierno tiene el riesgo de ir a la deriva”. O aún peor, “llegar a ser una generación maldita, de muertos (políticos) en vida”, incapaces de volverse relevantes al no lograr “articular una propuesta ideológica auténticamente política”. Una, dice Herrera, “distante tanto del pedestre cinismo como de la irresponsable fanaticada de los puros”. No hay que olvidar, para los que leyeron a Henry James (perdón por el spoiler), que al final nada de lo que parecía era y que los vivos estaban muertos y los muertos, vivos. Pero al margen de esas referencias literarias, el hecho, a la luz de lo que plantea Max Colodro, es que el gobierno debe aún despertar. Entender, apunta, que “la columna vertebral del gobierno –el proyecto de Constitución votado el 4/S- yace en un cementerio (…) y que no puede seguir improvisando mayorías parlameny tarias que no tienen o gabinetes de última hora”. A menos, agrega Colodro, “que quiera acorazarse en la lógica testimonial y culpar a Piñera, a la derecha y a los evasores de impuestos de sus fracasos”. Algo que suena a infantilismo revolucionario. Algunos, en el propio oficialismo, ya sugieren ajustar el programa.
En la tierra del multiverso
Pero si de infantilismo se trata, la reciente película ganadora del Oscar está llena de ellos. “Un disparate inentendible, bobamente imaginativo, pesado de ver y de escuchar”, escribió, por ejemplo, el crítico español Carlos Boyero en el diario El País, mientras que A.O. Scott, en The New York Times, la celebró como una cinta “desordenada y gloriosa”. Opiniones sobre ese esperpéntico Todo, al mismo tiempo, en todas partes no faltan. Como tampoco faltan cuando se trata de discutir las secuelas de la dramática derrota del gobierno en la votación de la idea de legislar de su reforma tributaria. Un nuevo 4/S, dijeron algunos, lo cierto es que paralelos no faltan. Hay que volver a ajustar el rumbo, citando a Ortúzar. Y si para Alejandro Micco –como señala en una entrevista de Carlos Alonso en Pulso Sábado“el principal responsable de que la reforma tributaria no se aprobara es del gobierno”, para otros los culpables están en veredas distintas. Porque, según Daniel Matamala, más allá de que “la caída de la reforma puede relatarse como una sucesión de contingencias: un gobierno que sacó mal las cuentas, un ministro que levantó la voz, carreritas de último minuto al baño”, eso ilumina poco sobre “el fondo del asunto”. Y para Matamala este está en que “en las últimas tres décadas ninguna reforma estructural ha tenido éxito sin antes ser aprobada por el gran empresariado”. Y si en ello cuenta con “la complicidad” de Pamela Jiles, agrega, todo se hace más complicado.
Hay cierto gatopardismo en todo esto, según algunos, o aún más, un deseo evidente para que nada cambie, según Óscar Contardo. Porque para él, “el rechazo al proyecto (…) no fue la desaprobación de algo en específico, sino un portazo a la posibilidad de conversar sobre el modo en que se buscaría financiar políticas orientadas a que muchos chilenos y chilenas vivieran mejor”. Y en algunas de sus críticas coincide incluso con César Barros –sintonía poco habitual, hay que decirlo- para quien “no hay razón alguna para estar alegres por negarse siquiera a discutir una reforma que a todas luces es necesaria”. “La impresión que queda”, dice, “es la de una oposición… que se atrinchera” y no quiere que las cosas cambien. El primer aniversario del gobierno tuvo sus cosas. Que una de sus semanas más duras coincidiera con esa fecha no deja de ser sintomático. No hubo torta, pero sí sillitas musicales, o fantasmas en el cambio de gabinete. Pero más allá de eso, la conmemoración dio pie para más de una reflexión, como la de Paula Walker, para quien, más allá de los cambios, la fecha tiene un doble significado: “Es el primer año de gobierno del primer gobierno pospandemia”. Y eso no es menor, como tampoco, la importancia de controlar el ego en un gobierno joven, porque si no, “creerás que tienes siempre la respuesta correcta”. Y a la luz de los golpes acumulados en 12 meses, algún problema habrá.
Incongruencias del relato
Y si de problemas hablamos, quizá el más evidente por estos días es el de la seguridad, con la muerte de otro carabinero y la polémica con el general director de la institución. Quizá detrás de eso se esconde la misma dualidad que sugieren varios columnistas sobre el rumbo presidencial. Eso de navegar entre dos aguas. Si como decía Lincoln, un dilema es un político tratando de salvar sus dos caras, algunos dirán que el actual gobierno no es más que un gran dilema. Sea así o no, el hecho es que como dice Magdalena Brown y Andrés Sherman, para un gobierno los relatos eficaces son los que se cimentan en bases reales, y ahí la contradicción del actual es evidente, porque “si un mensaje clave del cambio de gabinete era una mejor administración, no puede ese mismo acto proyectar improvisación”. Es la lucha entre nuestros dioses, o titanes para ser precisos, tomando lo que apunta Joaquín Trujillo en su columna del miércoles pasado. Ese paralelo entre el audaz Prometeo y el sólido Atlas. Entre el que se atreve y el que soporta y da estabilidad. Suena a la combinación generacional entre la nueva y la vieja generación de la que muchos hablan por estos lados. Al final, como agrega Trujillo, a la luz de las reformulaciones de Mary Shelley en el Doctor Frankenstein –un moderno Prometeo- y de Henryk Ibsen en su Nora, de Casa de Muñecas -heredera de Atlas-, los dos esconden dualidades y “uno no puede desplegarse sin el otro”. Por eso, la pregunta que sigue es “¿cuáles son nuestros titanes? y ¿cuáles sus mejores (y degradadas) versiones?”, apunta. Quizá una respuesta está en Diana Aurenque y su llamado a aprender a ver lo mismo. Porque pareciera que la realidad de unos no es igual a la de los otros. Suena a multiverso, a todo, al mismo tiempo, en todas partes. Para la exdirectora del departamento de Filosofía de la Usach, que admite haber tenido una mirada crítica del pasado, se debe hacer el esfuerzo para entender la postura de aquella generación que sí valoro los 30 años y que no es la suya. “Saber lo que tenemos implica reconocer los avances del pasado y reconciliarnos entre generaciones”, dice. Aprender a ver lo mismo. Y descubrir, como en Otra vuelta de tuerca, que a veces no todo es lo que parece.