La Tercera

Rishtedar: Para seguir probando HORARIO:

- Por Álvaro Peralta Sáinz Cronista gastronómi­co

Hace ya varios años que la Avenida Príncipe de Gales, en sus cuadras más hacia el poniente, alberga a una buena cantidad de restaurant­es de diversos estilos. Por lo mismo durante la semana no me sorprendió toparme con una sucursal del restaurant­e indio Rishtedar, a estas alturas un clásico de Avenida Holanda en Providenci­a, y decidí almorzar ahí.

Instalado en una espaciosa terraza exterior pedí un agua sin gas ($2.900) mientras revisaba la carta. Para comenzar ordené un Goa Chilly Bengan ($5.600), el que llegó rápidament­e. Consistía en una pequeña sartén de fierro -muy caliente- con tiras de berenjenas y pimientos más algo de cebolla y una ligera salsa atomatada. La verdad es que la cebolla y los pimientos estaban al dente, lo que los dejaba muy agradables al paladar, mientras que la berenjena simplement­e se había pasado de cocción en la sartén y lucía quemada por el lado de la cáscara (quedando muy dura) y prácticame­nte desecha por el lado de su carne. Además, el aliño atomatado era demasiado suave, casi impercepti­ble. Pero como dicen por ahí, seguimos.

Entonces pedí un clásico de los restaurant­es indios: Butter Chicken ($12.100), más una porción Arroz Basmati ($4.500) y otra de Naan ($2.300). ¿Por qué hay que pagar el pan indio aparte? Siempre he tenido la duda. Por otra parte, afortunada­mente me preguntaro­n sobre el nivel de picante con que quería mi Butter Chicken y elegí el número tres de un máximo de cuatro. Para acompañar todo esto: una cerveza Royal Guard ($3.900). Afortunada­mente el Butter Chicken no se quedó corto en sabor, textura ni aroma. Es que se trataba de pequeños trozos de pollo muy blandos y nada secos, bien integrados a una salsa que no se quedaba corta de tomates ni masala. No era tanto pollo pero sí mucha salsa, por lo que venía más que bien ir mezclándol­a con el arroz y ayudándose con el Naan. Y lo mejor, el plato picaba, como debe ser. En resumen, un plato clásico que respondió a las expectativ­as.

Luego vino un detalle poco visto por estas latitudes: servicio de lavado de manos a la mesa, muy útil por lo demás. Para cerrar pedí Kulfi ($5.900), una trilogía de helados indios de almendra, mango y pistacho. Muy ricos, pero habría sido bueno saber que se trata de un postre más bien para compartir, porque es más que contundent­e.

Raya para la suma: un primer plato para el olvido, un segundo perfecto y un postre que te deja lona. Excelente atención. Para volver y pedir más platos, ojalá todos al nivel del Butter Chicken.

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