La Tercera

QUE NO VUELVAN MÁS

- Por Andrea Hernández Periodista de ESPN.

Minuto 89 y el caos se hace aún más intenso. Ya había pasado de todo, pero lo que estaba sucediendo era, definitiva­mente, la gota que rebasaba el vaso. El sector Caupolicán del estadio Monumental se convertía en una plataforma de lanzamient­o. Desde ahí, un grupo de barristas de Colo Colo, a los que nunca les interesó lo que estaba pasando en la cancha, atacaba a otros de la U que, por cierto, tampoco se habían comportado nada de bien. Ni siquiera se percataron de que el resto del público reclamó una posible mano en el área azul y, muy probableme­nte, hasta ni se habrían dado cuenta de un posible gol. Estaban en lo suyo. Y, lamentable­mente, lo suyo es muy distinto de lo nuestro. De lo que nos interesa a todos. Ellos, por cierto, están muy lejos de ser todos.

Ellos son distintos de la mayoría. Se esfuerzan por parecerlo y no disimulan cuando se les señala por su diferencia. Son tan distintos que cuando 40 mil personas van a un estadio a disfrutar de un partido de fútbol, ellos van a todo lo contrario. No les gusta el fútbol, no les importa el Superclási­co, quién convierta el gol, si hubo posición de adelanto o no, o quién fue el mejor jugador del partido, si es que de reojo alcanzaron a percibirlo, porque el partido ni siquiera lo están mirando. No son hinchas de Colo Colo ni de la U. Son barristas de ellos mismos y eso ya los convierte en ajenos a un espectácul­o que les pertenece a todos los demás. Justo a los que no pueden ir, precisamen­te porque están ellos. Los que rompen, los que golpean, los que interrumpe­n los partidos, los que hace rato ponen en jaque la seguridad.

Ellos se quedan, felices. Cumplieron su propósito. Se transforma­ron en protagonis­tas cuando nunca debieron serlo, favorecido­s por precaucion­es que no se adoptaron. Los que nos fuimos tristes al ver el espectácul­o por la televisión, fuimos los otros: los que incluso fuimos capaces de concluir que el Superclási­co estuvo, dentro de la cancha, donde importa, muy lejos de nuestras expectativ­as. Y debería ser al revés. De una vez por todas, tomar las medidas para que los verdaderos hinchas se queden y que ellos, los violentos, no vuelvan más.

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