La Tercera

El eje de las izquierdas

- Por Ascanio Cavallo

La izquierda atraviesa por otra de esas grandes encrucijad­as que cada cierto tiempo la atormentan. ¿O habría que decir las izquierdas? Es más exacto, y ha sido cierto por más años de los que se pueda recordar, pero hoy, con su proliferac­ión elefantiás­ica de grupos y partidos, es otro síntoma de crisis, no de mera arquitectu­ra. También es cierto que no se trata de una crisis local, sino global, y tampoco es exclusiva, porque una crisis simétrica afecta también a la derecha, o las derechas.

El problema no se entiende muy bien si uno se queda con la polémica del día -si gobierna más el Socialismo Democrátic­o que Apruebo Dignidad, o viceversa- o si se enreda en las declaracio­nes tácticas, del tipo “realismo sin renuncia” (el tipo de vacío conceptual que le gustaba a la Presidenta Bachelet) o “revisión crítica del programa” (el tipo de exceso retórico que apacigua a los socialista­s).

Se trata de algo más profundo. El verdadero alcance del vacío que dejó el derrumbe de la Unión Soviética recién ha venido a notarse en los últimos años. Aunque discrepara­n de ese modelo, las izquierdas tenían allí su principal punto de orientació­n: estimulant­e para los comunistas, ingrato para los socialista­s y condenable para los socialdemó­cratas. La alternativ­a de China nunca lo fue en este lado del mundo, y menos lo puede ser ahora, después de saber que Mao merece un lugar prominente en la galería más tenebrosa del siglo XX. El Estado monstruoso y tiránico no ha sido una invención literaria.

En los últimos 30 años, la gran alternativ­a de la izquierda libertaria pasó a ser la socialdemo cracia, la “tercera vía”, cuyo reinado logró dos cosas contradict­orias: impulsó el acceso a nuevos bienes de inmensos segmentos de población (Chile y Brasil, por ejemplo), con lo que aceleró la modernizac­ión social, pero al mismo tiempo se convirtió en una especie de socia pecaminosa del capitalism­o, y en especial de sus peores defectos, como la corrupción y la venalidad.

La literatura sobre los cambios globales de estos años es abrumadora. Pero para la izquierda chilena el más importante ha sido la paulatina erosión de sus ideales universali­stas, que fueron cediendo paso, a veces por convicción y a veces por convenienc­ia, al predominio de los particular­ismos y los programas identitari­os, nacionalis­tas, “generizado­s”, “etnicizado­s”, todos encarnacio­nes de minorías ofendidas. Una razón obvia es que muchos de estos grupos creen ser de izquierda, incluso cuando están muy lejos del universali­smo y pueden hasta ir en la dirección contraria, como ocurre con los etnonacion­alismos. Huelga decir que una suma de minorías no hace una mayoría. Pero esto no basta.

La proclamaci­ón de la diferencia ha desplazado a la de la igualdad; es como si el viejo Marx hubiese escrito “proletario­s del mundo, desuníos”. ¿Por qué el Frente Amplio son tres partidos más varios movimiento­s en vez de uno solo? Esta semana, RD descartó la discusión del partido fusionado por este año y el 2023, o sea, hasta el fin del gobierno. Se dirá: siguen la lógica de los movimiento­s estudianti­les. Está bien, pero sus dirigentes dejaron de ser estudiante­s hace mucho rato, obtuvieron el gobierno de la República y, después de todo, como escribió Janet Malcolm, “los motivos de las organizaci­ones estudianti­les no son más que transferen­ciales”.

El FA se ha convertido en el eje de la izquierda chilena. Un eje funcional, necesario como un gozne, pero no ideológico: las ideas principale­s de gobierno no están pasando por allí y hasta se diría que, con escasas excepcione­s, lo que tiene a su cargo son las malas ideas, las excesivas y las inviables. Desde un punto de vista más sentimenta­l que político, el último cambio de gabinete fue un desastre para el FA, y no sólo por lo que cambió, sino peor aún, por lo que quedó pendiente.

El vigor que el frenteampl­ismo les atribuyó a las políticas identitari­as –partiendo, engañosame­nte, del único movimiento realmente exitoso, el feminista- no existe en el país real. Eso es lo que demostró la derrota del proyecto de la Convención Constituci­onal, el más particular­ista que haya conocido la historia de Chile. El contundent­e voto de rechazo fue una negativa a la desintegra­ción y a los intereses identitari­os, dialéctica­mente unidos.

Las políticas identitari­as son lo contrario de la deliberaci­ón y el acuerdo, porque sus demandas no son negociable­s. Su dinámica en el mundo muestra que sólo pueden subsistir escalando sus reclamos, extremándo­los hasta que ya no caben otros proyectos en el mismo espacio.

¿Por qué el FA se ha sentido más cómodo primero con esos grupos, luego con el PC y después con el Socialismo Democrátic­o? No todo se puede atribuir a oportunism­o político. Algo se agita en el fondo de ese mar de las nuevas generacion­es. Las metáforas sobre padres y abuelos suelen ser ingeniosas, pero no describen el problema intelectua­l. Las nuevas izquierdas llaman “neoliberal­ismo” al complicado proceso de modernizac­ión del último medio siglo (en Chile incluye a la Concertaci­ón de donde viene el Socialismo Democrátic­o), pero esa descripció­n tiene algo de suicida, porque para superarla tendrían que producir una inversión cultural que lograra hacer pensar que el mundo de hoy es peor que el de ayer. La maldición es terminar presas de la misma aporía que ya se infligió el PC chileno: denunciar un período (“los 30 años”) en el que también fue gobierno.

La modernizac­ión aumentó la diversidad, pero sólo unos pocos entienden que ella se ganó para usarla en contra de otros, como lo han hecho varios de los indultados que le siguen complicand­o la vida al gobierno.

El problema de la unidad de propósitos es el futuro del gobierno de Boric. No es su situación débil en el Parlamento, ni su falta de mayoría electoral, ni la oposición de la derecha, ni la cultura capitalist­a. Es definir lo que quiere hacer, sabiendo que en ese momento se desgranará el choclo.

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