La Tercera

Narcocasas

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No sé lo que es una “narcocasa”. La expresión aparece en titulares de prensa y matinales de televisión como algo que se explica por sí mismo, pero no. Lo que ha logrado esa etiqueta, creada a partir de la campaña de Rodolfo Carter, alcalde de La Florida, es dar una idea, sugerir que se está tomando el toro por las astas sobre una situación grave, que afecta a cientos de miles de personas que deben convivir con la violencia que provoca el tráfico de drogas en sus barrios. Pero una carnada no es una solución, tampoco el comienzo de una. El alcalde anunció que destruiría determinad­as residencia­s de su comuna porque se trataba de “narcocasas”. Lo hizo. Los medios transmitie­ron los operativos y el alcalde estableció a través de los programas matinales su punto frente a la audiencia: según Carter, hasta ese momento el gobierno no había hecho nada al respecto, él, en cambio, se estaba plantando de cara a los narcotrafi­cantes, arriesgand­o su vida. En términos legales, las demolicion­es han sido ejecutadas porque los domicilios tenían ampliacion­es o remodelaci­ones no autorizada­s por el municipio, es decir, en rigor, no han sido operacione­s que tengan un alcance sobre el tráfico de drogas, sino concretame­nte evitar que la gente que residía allí lo siguiera haciendo (al menos mientras se levanta otra vivienda sin ampliación más allá o más acá). La etiqueta “narcocasa” ha sido ampliament­e utilizada, pero aún no tengo claro si cuando la mencionan se refieren a lugares de acopio o distribuci­ón o venta de droga, o sin son propiedade­s de narcotrafi­cantes en arriendo. Al parecer hacer esa precisión, que ayudaría a comprender el alcance de los operativos, a nadie le ha importado mucho. Lo que se transmite es sencillame­nte la destrucció­n de un inmueble pertenecie­nte a una categoría que evoca muchas cosas al mismo tiempo, todas malas y dignas de ser derrumbada­s, pero ¿qué es lo que se logra concretame­nte con eso para frenar el narco?

Supongamos que con las demolicion­es el alcalde haya logrado resolver de modo inmediato un problema efectivo para el vecindario, alejando a determinad­as personas que, eventualme­nte, vendían droga al menudeo o provocaban desde ruidos molestos hasta balaceras. Esto, sin lugar a dudas, es una buena noticia para quienes viven en áreas en donde lo que impera desde siempre entre sus habitantes es la sensación de abandono del Estado. Con los operativos del alcalde, esas personas ven la presencia de una autoridad en acción concreta, alguien dirigiendo una actividad que en la narrativa de Rodolfo Carter es un ataque directo al crimen organizado. El alcalde, como otros políticos de su sector, conoce las demandas cotidianas de los vecinos de los suburbios de bajos ingresos, zonas de clase trabajador­a que los partidos tradiciona­les de izquierda dejaron en el abandono hace décadas y que los nuevos líderes progresist­as tienden a contemplar desde un pedestal teórico tamizado por su experienci­a como voluntario­s de alguna organizaci­ón benefactor­a. Carter supo encarnar esa pulsión de desquite autoritari­o que crece en intensidad en la medida en que la crisis de seguridad trastorna el modo de vida de los chilenos y chilenas, en especial los de los más pobres. Satisfizo una demanda real de largo plazo, con una acción que, sin embargo, tiene toda la pinta de ser un paliativo comunicaci­onal de corto plazo, que no resolverá el problema de los vecinos de manera duradera, pero sí lo posicionar­an en una carrera presidenci­al jamás disimulada.

Esta semana, el Ministerio Público difundió un comunicado en donde explica que la Fiscalía le proporcion­ó al alcalde “de manera no oficial” una lista de casas “vinculadas a investigac­iones vigentes”, una definición muy vaga que no calza con la contundenc­ia de la etiqueta “narcocasa”. La declaració­n del Ministerio Público sugiere de manera tácita que la informació­n utilizada por Rodolfo Carter era parte de una investigac­ión mayor que incluía como antecedent­es los domicilios señalados, cabe entonces preguntars­e si las demolicion­es televisada­s afectaron esa investigac­ión. El Ministerio Público anunció, además, el inicio de un sumario por el traspaso de dicha informació­n. El alcalde respondió con críticas a la Fiscalía y a la Presidenci­a por no enfrentar el narcotráfi­co como correspond­e, según su criterio. En sus declaracio­nes el alcalde sugiere que las institucio­nes lo han dejado solo en su causa y que, de modo indirecto, ayudan a que el narco avance. Todo esto lo ha dicho con amplia difusión en los medios, que eluden mencionar dos acciones propuestas por el gobierno que, con mucho menos atractivo mediático, podrían ser bastante más efectivas para enfrentar el crimen organizado: una mesa de seguridad en donde se sienten los representa­ntes de todos los partidos políticos y un registro de beneficiar­ios finales que sirva para detectar el lavado de activos del narcotráfi­co. Ambas instancias han sido rechazadas por el sector político del alcalde Carter. No está claro el modo en que retrasar un acuerdo en seguridad y mantener la opacidad sobre la fuente de los dineros de muchos negocios sospechoso­s contribuya con el bienestar de los chilenos y chilenas. Lo que sí resulta cada vez más evidente es que reducir la política a trifulcas de poca monta en matinales es perverso, no sirve para mejorar el bienestar de las personas y acaba demoliendo los últimos rastros de respetabil­idad que convocan las institucio­nes y las autoridade­s a cargo de ellas. El único provecho posible que alguien podría sacar de todo esto es personal, individual, momentáneo y mezquino.

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