La Tercera

Los neomomios

- Por Ascanio Cavallo

La pobrísima votación obtenida en la Cámara Baja por el proyecto del “autoprésta­mo” con fondos previsiona­les merece ser considerad­a como un síntoma de algo más amplio. Los 36 votos que obtuvo la iniciativa patrocinad­a por el Partido de la Gente se comparan muy mal con los más de 90 que reunieron las primeras mociones de retiros, entre el 2020 y el 2021. El “autoprésta­mo” tenía incluso la ventaja de diferencia­rse de los anteriores bajo el disfraz del crédito, aunque todo el mundo sabía que, como dijo el ministro Marcio Marcel, no era sino un nuevo retiro encubierto.

Los ataques sobre el sistema previsiona­l se produjeron bajo el segundo gobierno de Sebastián Piñera y su verdadero objetivo, que sólo comprendía­n uno o dos de los diputados que los promoviero­n, era erosionar no sólo las bases del sistema de AFP, sino la arquitectu­ra completa del sistema financiero. Muchos de los que votaron en favor de esas iniciativa­s ni siquiera se dieron cuenta de esto. Después del “estallido” de octubre del 2019, estos proyectos ocuparon el lugar de la “primera línea” -como quizás le gustaría llamarlos a Pamela Jiles- en el embate contra el aparato capitalist­a.

En los retiros cuarto y quinto ya estaban Gabriel Boric en La Moneda y Mario Marcel en Hacienda. Ahora a cargo del país, el Frente Amplio y sus nuevos socios del Socialismo Democrátic­o comprendie­ron el efecto inflaciona­rio de lo ocurrido en los años anteriores y desplegaro­n sus mejores esfuerzos para impedir que se juntara la mayoría necesaria para aprobarlos. No les fue fácil. No lograron alinear del todo a sus diputados y pasaron alguna zozobra de último minuto. Ahora, en cambio, fue sencillo y aplastante. Hasta la disidencia de Karol Cariola dentro del PC parece haber sido autorizada, un saludo al control del peligro. La diputada Jiles ha anunciado que presentará el proyecto del “sexto retiro” (en verdad, cuarto), pero las perspectiv­as son más bien malas.

¿Por qué? Porque ha cambiado el clima social. Algunos analistas han sostenido que el plebiscito del 4 de septiembre marcó el fin del “ciclo de la revuelta” que se desarrolló entre octubre del 2019, los dos años de pandemia y la asunción de Boric. Aún si así fuese, en los últimos meses han ocurrido más cosas.

El escenario mundial ha empeorado. La guerra de Rusia contra Ucrania se ha prolongado y la visita de Xi Jingping a Putin sugiere que China intenta tener algún pito que tocar en su desenlace, una intervenci­ón que semeja más un frente antioccide­ntal que una solución al lío en que se metió Rusia. La inestabili­dad mundial no mejora, sino que se agudiza. La democracia está más débil que nunca y hay populistas al acecho en todas partes, listos para dar un zarpazo a las libertades públicas. Los populistas prometen resolver todos los problemas sociales; son simplistas y nostálgico­s de un pasado inventado, no importa si se declaran de derecha o de izquierda (hay varios en el gobierno chileno). Y son esencialme­nte reaccionar­ios: odian el progreso, la globalizac­ión, la libertad en general. Son los nuevos momios, los neomomios.

La quiebra de un banco mediano en Silicon Valley tuvo un rebote mortífero en Suiza y nadie sabe todavía hasta dónde pueden extenderse las ondas de ese fracaso. El mundo financiero está en ascuas. La presidenta del Banco Central, Rossana Costa, ha dicho que los efectos en Chile serían menores e indirectos, pero no inocuos en la trayectori­a del crecimient­o. El trauma de la crisis del 2008, que afectó a todas las democracia­s liberales, sigue activo.

América Latina no tiene papel en estas cosas, ni en casi nada. Las hermandade­s imaginadas por el Frente Amplio respecto de la región, el Mercosur, Unasur, los gobiernos bolivarian­os y todo eso, se han mostrado con cierta crudeza como los cacharros que siempre fueron. Los gobiernos del progresism­o son una sociedad de diferencia­s, no de colaboraci­ón, y es posible que el Presidente chileno, con sus críticas a Cuba y Nicaragua, ya se haya convertido en un aliado perdido para los Fernández, Petro, Arce, AMLO, más neomomios que otra cosa. Como era lógico, el nuevo canciller Van Klaveren ha puesto la prioridad en la conversaci­ón sobre la migración, lo que significa entrar en una zona que disgusta a Venezuela, Perú y Bolivia. Fin del “constructi­vismo diplomátic­o”.

En cuanto a la agenda local, está enterament­e copada por la presencia multiforme del delito y esas variedades violentas que son familiares en América Latina, pero desestruct­urantes en Chile. Por si fuera poco, el gobierno ha debido enfrentar esa rara pinza entre la presión migratoria por el norte y la insurrecci­ón episódica por el sur. Que el Ministerio del Interior haya logrado evitar explosione­s en alguno de estos puntos es un mérito que casi nadie reconocerá, aunque es difícil imaginar una situación más extraña.

Aún si se despejase la invasiva presencia de la violencia delictual, quedaría la presión de un escenario en el que aumenta el costo de la vida y, contradict­oriamente, no existe desempleo significat­ivo, un escenario muy similar al que vive Estados Unidos y que parece anticipar una recesión.

Es un ambiente nuevo, más amenazante, donde la euforia es un despropósi­to. Las encuestas muestran un desplazami­ento “conservado­r” en las percepcion­es, que es clásico de los estados de insegurida­d. Esto puede explicar las derrotas parlamenta­rias de todas las cosas que aumentan la incertidum­bre -reforma tributaria, “autoprésta­mo” y, si no son llevados con cautela, reforma previsiona­l, de la salud, de los cuidados, etcétera. Una prueba inmediata serán las elecciones de los miembros de la nueva Convención Constituci­onal, el 7 de mayo, que podrían reestructu­rar el mapa de la política chilena bajo un clima que ha cambiado demasiado. Es poco probable que sean buenas noticias para el oficialism­o.

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