La Tercera

“Correctio” Sebastián Piñera

- Por Sebastián Sichel Sebastián Sichel, abogado, ex ministro de Desarrollo Social y ex candidato presidenci­al.

En el siglo VIII, ante el miedo inminente a la llegada del fin del mundo, Occidente se vió arrebatado por la necesidad de la humanidad de tener una misión. Correctio la llamaron y tenía por finalidad hacer que las personas en el poder hicieran lo que que correspond­ía: poner en orden el desorden, dar luminosida­d a lo sucio. Mi apreciació­n de Sebastián Piñera vino desde ahí: sentir que venía a poner en orden lo que estaba errado.

De eso se trató su vida. Espero que de eso también se trate su muerte.

No pertenecí a su círculo inicial. Ni siquera fui parte de su primer gobierno. Sin embrago, tuve el privilegio de trabajar con él y de que confiará en mi y lo que parece más extraño, de ser el candidato presidenci­al que representó su continuida­d en tiempos en que muchos buscaban negarlo. Y sigo como antes, orgulloso de haberlo representa­do. En el recuerdo quedarán esas conversaci­ones sobre la decepción de los políticos de su sector que lo abandonaro­n en medio de la crisis, yendosé a la oposición. Y de la perplejida­d de una oposición que en la crisis no supó estar a la estatura de la nación para construir acuerdos y caía seducida por la violencia. En la historia quedará lo trascenden­tal: fue él uno de los artíficies de la construcci­ón del mejor país en que vivimos hoy.

Primero porque trajo a la centrodere­cha al lugar que nunca debió haber abandonado: la democracia y la seriedad. No tuvo miedo de saber que el verdadero lugar de una centrodere­cha moderna era asentada en los valores democrátic­os y respaldada de la seriedad. No tuvo miedo a votar que No o a perseguir la complicida­d activa o pasiva con la vulneració­n de los derechos humanos. Sabía, además, que la mejor forma de hacer justicia era siendo eficiente al gobernar y que cualquier concesión autoritari­a o seducción de la violencia terminaría en más inequidad. No toleró por un segundo que se malgastara­n los recursos de chilenos que cuidaba el fisco y nos exigió que cada peso se justificar­á y que cada ley se sustentara en contenidos técnicos. Segundo, porque sabía que su verdadero juicio lo haría la historia, no por la simpatía que generara cada decisión o declaració­n. No tenía miedo a hacer lo impopular si era lo correcto. La respuesta estos días se la dio la porfiada realidad: son las personas comunes y corrientes quienes lo juzgan bien, son los que están saliendo a las calles a despedirlo. Y a decir gracias. Saben que el posnatal de seis meses, la ley Zamudio, la PGU, el matrimonio igualitari­o, el aumento de las enfermedad­es cubiertas por el AUGE, la inauguraci­ón de 27 hospitales, el programa Elige Vivir Sano, el IFE, el Fogape, los vacunas y la gestión de salud en pandemia, y un crecimient­o económico promedio del 3.8% en sus dos administra­ciones son su legado. Ellos saben que Piñera quería hacer lo correcto.

Su vida deja una huella indeleble: para gobernar se requiere algo más que buenas intencione­s. Se requiere acciones. Cómo decía el viejo Bernardo Leigthon, “los principios se difunden con palabras y se ratifican con hechos”. Y en los hechos Piñera hizo más por la democracia que muchos de sus detractore­s: le dio viabilidad a través de la alternanci­a en el poder, le dio sustentabi­lidad a través de la gestión del acuerdo del 15 de noviembre de 2019 y le dio credibilid­ad a través del funcionami­ento de las institucio­nes y el Estado de Derecho en emergencia­s. En mi caso, además, dejó una huella imborrable por una razón: nunca me pidió un carnet de militancia o de adhesión. Sólo me exigió: ser el mejor, dar lo mejor, hacer lo mejor. Se que muchas veces no estuve a la altura, pero se también que valió la pena sólo intentarlo. Muchas veces no estuvimos de acuerdo, pero es un orgullo saber que cada debate o discusión siempre tuvo que ver con el bienestar de Chile.

Su muerte también debería tratarse de pedir perdón para engrandece­r la política y el servicio a Chile. No sólo de homejearlo por ser un expresiden­te, sino de que muchos que lo injuriaron hasta el hartazgo o intentaron sacarlo del poder, no hagan cómo que nada pasó. El actual Presidente y muchos otros cayeron en la trampa de la polarizaci­ón cómo herramient­a de la degradació­n. Y eso requiere una explicació­n. Los tiempos de reconcilia­ción también tienen que ver con pedir perdón por el daño que le hicimos a nuestra democracia. Y la muerte, muchas veces también con una resurrecci­ón: en este caso de nuestras formas cívicas y valores republican­os. Su muerte debe tratarse exactament­e de eso. De cómo una democracia en crisis es capaz de resarcir sus errores y horrores. Ojalá el principal legado de Sebastián Piñera sea que un espíritu de Correctio inunde nuestra política.

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