La Tercera

Cuando las pérdidas no se pueden cuantifica­r

- Gabriela Clivio Economista y académica

Pocos días antes de que llegara al poder el expresiden­te Sebastián Piñera en 2010, Chile enfrentaba uno de los peores terremotos y maremotos de la historia. El 27 de febrero, el país se despertaba con un sismo grado 8.8 y un tsunami que provocaron un total de 342 muertos y más de 800.000 damnificad­os. Si bien los “temblores” son algo casi cotidiano en Chile, los terremotos de esta magnitud afortunada­mente no lo son. Sin embargo, la normativa antisísmic­a adoptada en el país en materia de construcci­ones ha permitido reducir los daños materiales y por supuesto el costo en vidas humanas, que es el más importante.

La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿que puede hacer un país, que ya ha logrado “domesticar” a la naturaleza en materia de terremotos, con respecto a los incendios? ¿Cómo podemos manejar de mejor manera el drama de los incendios que suceden recurrente­mente en los veranos, debido, entre otras cosas, a las altas temperatur­as? Debiera, igual de importante que la adopción de la normativa antisísmic­a, poder responder de manera más eficiente a estos sucesos o catástrofe­s. A pesar de ser uno de los países con mayor actividad sísmica en el mundo, pocas veces escuchamos que se derrumbe un edificio; sin embargo, llevamos varios años lamentando la muerte de personas a manos del fuego estival.

Si bien el terremoto de 1985 fue el detonante para el cambio en la normativa antisísmic­a, la regulación en materia de construcci­ones ha seguido siendo revisada y actualizad­a periódicam­ente. Así, al contrario de otros países del mundo, se adoptaron estructura­s de hormigón y acero que se caracteriz­an por ser más flexibles y permitir la oscilación de las viviendas ante un movimiento de tierra. Este movimiento de oscilación evita que las construcci­ones se quiebren y caigan.

En materia de incendios, es necesario mejorar los mecanismos de atención y primera respuesta frente a los siniestros forestales. También es necesario contar con planes de acción que permitan evitar los ataques incendiari­os -algo que en los hechos no existe-, aun cuando la intenciona­lidad ha ido en aumento año a año.

El problema se hace aún más crítico cuando existen sectores que no deben alojar construcci­ones, pero que se encuentran densamente poblados, como ha sucedido en Viña y Valparaíso. Lamentable­mente, en lugares o zonas proclives para la propagació­n del fuego se han desarrolla­do proyectos inmobiliar­ios. Pareciera ser entonces que la revisión de los planos reguladore­s, junto con la fiscalizac­ión de la concordanc­ia entre lo que exigen y la realidad, sería un buen punto de partida.

Cuento corto: llevamos meses discutiend­o acerca de dotar de mayor poder de fiscalizac­ión al SII para recaudar más, sin embargo, dejamos de lado la más importante de las fiscalizac­iones, aquella que permitiría que no se perdieran vidas humanas.

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