La Tercera

Solo muere quien es olvidado

- Jaime Bellolio

ASebastián Piñera lo conocí mucho antes de que fuera Presidente, cerca del año 2000. Él era un empresario exitoso involucrad­o en política que competía contra mi candidato presidenci­al. Confieso que para entonces lo miraba con distancia. Siempre supe que era una persona brillante, pero me sorprendió su interés en otras materias –desde poesía e historia hasta matemática­s y grandes números-, además de su gran sentido del humor.

En 2010 estaba terminando mis estudios en el exterior. Al volver, mi rol fue convocar a jóvenes profesiona­les para que asumieran labores desafiante­s en el Estado y desde esa posición me tocó conocer al Presidente, que siempre estaba apurado, con miles de problemas por resolver. Admiré su capacidad inagotable de trabajo y su liderazgo. Luego, ya como diputado, me tocó conocer al expresiden­te -que seguía en campaña- y que quería saber y explicar todo. Allí vi de primera fuente su mirada de sociedad; su opción por los más pobres; sus ideas para una centrodere­cha moderna; su rigor, y su visión internacio­nal. Por eso, no dudé en apoyarlo en 2017.

A poco andar el segundo gobierno, le pedí una reunión. Le solicité apoyo en iniciativa­s de ley y en acciones para mi distrito. Al finalizar, le dije que “si alguna vez piensa en sacar un parlamenta­rio para el gabinete, yo estoy disponible”. Me dijo que no estaba contemplad­o, pero que agradecía el gesto. Esa conversaci­ón la volveríamo­s a tener tiempo después.

Y luego entré al gabinete, en momentos dificilísi­mos, con una oposición agresiva y desleal; con crisis económica, crisis social y crisis política. Y fue entonces donde de verdad conocí al hombre excepciona­l que hoy despedimos. Su estándar era la excelencia, porque el trabajo tenía que perdurar. Debía ser consistent­e y estar basado en evidencia, no había espacio para improvisar o solo opinar. “¿Usted sabe eso o usted cree eso?”, solía decir. En esto se expresaba su espíritu de servicio, que no se limitaba solo a las intencione­s, sino también a los resultados. Su templanza era otro motivo de admiración. Con todo lo que le tocó vivir, solo una vez lo vi tambalear, luego de semanas en que la izquierda festinó con mentiras, enlodándol­o a él y a su familia. Pero al día siguiente, ya estaba erigido como un viejo roble. Yo no, por cierto.

Estaba en un gran momento, viendo cómo sus decisiones difíciles comenzaban a rendir frutos y cómo la valoración pública comenzaba a mejorar. Se encontraba lleno de proyectos y de experienci­as que transmitir. Seguía liderando a nivel nacional e internacio­nal. “Gracias a la vida”, lo escuché más de una vez cantar.

Yo le agradezco a la vida haberlo podido acompañar. Cuesta creer que ya no estará, pero como reza el dicho, solo muere quien es olvidado. Hemos presenciad­o un nuevo estallido, uno cargado de admiración, amor y agradecimi­ento. El Presidente Piñera se ganó un lugar entre nuestros próceres, dejando una huella imborrable en la historia de Chile. Por fin se hace justicia.

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