La Tercera

Bajo la hojarasca se esconde una posibilida­d

- Por Paula Escobar Chavarría

El día antes de morir, entrada ya la noche, el expresiden­te Piñera conversó con el Presidente Boric para ofrecerle su ayuda -y la de sus equipos- para enfrentar la devastació­n causada por los incendios en la Quinta Región, que ha cobrado la mayor cantidad de vidas desde el 27/F, la tragedia que le tocó a Piñera recién asumido. El actual Mandatario aceptó la ayuda y le indicó como enlace a la ministra de Desarrollo Social, Javiera Toro, con quien Piñera habló después. Luego, organizó una reunión con sus equipos para que se pusieran a disposició­n de Boric y su gobierno.

Horas después, Piñera murió en el trágico accidente en el lago Ranco.

Sus años de gobierno -como todos- tuvieron luces y sombras. Se han escrito, y se escribirán aún más, muchas páginas analizando ambas; hay visiones distintas y legítimas. Pero la hora de la despedida tras su trágica muerte es la hora de resaltar, como se ha hecho, sus legados: 27-F, rescate de los 33 mineros, vacunas, empleos, crecimient­o, matrimonio igualitari­o, PGU, posnatal de seis meses y, sobre todo, la decisión histórica de no sacar a los militares a la calle después del estallido social y tomar el camino de los votos y de la democracia.

Además de aquello, hay un legado en lo que hizo el día antes de morir. Es una señal profunda y contiene semillas de esperanza para el futuro. Por más que en Chile reine un pesimismo a veces brutal es muy destacable -y nada común para estos tiemposque dos mandatario­s tan distintos y distantes respecto de su proyecto político conversen y mantengan un vínculo para enfrentar las tormentas. Antes fue Piñera quien pidió ayuda y recibió consejos de Bachelet, Frei y Lagos. Con Boric las distancias políticas, generacion­ales y de estilo eran mucho mayores. Habla mucho del expresiden­te Piñera que, sin revanchism­os ni rencor, haya tomado el teléfono para ponerse a disposició­n para ayudar. Habla mucho también del Presidente Boric el estar disponible para recibir la ayuda y el consejo.

Este episodio habla también (y tan bien) de Chile.

De que por sobre las diferencia­s políticas, incluso las agrias y tóxicas disputas políticas, sí existe un reservorio de unidad, un sentido de lo común, una trama de continuida­d histórica. ¿Qué países pueden contar con esto? ¿Se imaginan a Bolsonaro así con Lula, a Trump con Biden o a Fernández con Milei? En la disposició­n a dar la ayuda, y también en la de recibirla, hay algo que es valioso y frágil, pero que existe, y que hay que reivindica­r y remarcar. Que aún existe, aunque no se vea en la superficie, la posibilida­d de comportars­e como adversario­s políticos, pero no como enemigos acérrimos. La esperanza de que se puede no sucumbir a la política de la adversaria­lidad y el odio que campea en el mundo.

“Traidores”, les dijo el Presidente argentino, Javier Milei, a quienes no le dieron los votos en la Cámara de Diputados esta semana para su proyecto Ómnibus. Algunos de los “traidores” eran también centristas ex socios de Macri; el que se le opone es el enemigo mortal. Esa es la deriva que ha tenido rendimient­o electoral, y no solo en Argentina. La idea de que al adversario político hay que odiarlo y joderlo. Los Netanyahu, Bolsonaro, Milei, movilizan con éxito odios, rencores y miedos, aun cuando saben que si el bote se hunde, se hunden todos. “La envidia, el resentimie­nto y la ira, si son lo suficiente­mente fuertes, normalment­e te hacen preferir hundirte, siempre y cuando puedas derribar al otro, al que odias o envidias. Algunas emociones nos hacen inmunes a nuestra autopreser­vación”, como dice la destacada socióloga franco-israelí Eva Illouz.

Piñera no estaba por avivar odios ni rencores, ni tampoco por negar la sal y el agua a este gobierno ni a ninguno: no se le ofrece una mano a quien se quiere destrozar. Firmó, de hecho, junto a todos los expresiden­tes, el Compromiso de Santiago para la Conmemorac­ión de los 50 años del Golpe, en que parte de su sector tuvo una regresión. De hecho, con su propio sector -sus más ácidos detractore­s también los había en la misma derecha- tampoco guardó rencores que le impidieran colaborar. En sus últimas entrevista­s reivindicó un proyecto de derecha moderna y no identitari­a, la amistad cívica y el diálogo para sacar adelante el país.

Las miles de personas que fueron a despedir al exmandatar­io, así como el impecable funeral de Estado que organizó este gobierno, abonan a esta idea: hay reserva y también avidez de mayor unión republican­a a pesar de las diferencia­s. La gente lo pide a gritos: no más peleas, no más odio.

Si una parte importante de los liderazgos políticos lee este momento así, hay una posibilida­d de enfrentar no solo los incendios de febrero, sino los de los años que vienen, con otro espíritu.

Bajo la hojarasca -como diría el expresiden­te Lagos- se esconde una posibilida­d.

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