La Tercera

FEBRERO Y LA PARADOJA DE LA MODERACIÓN

- Por Andrea Gartenlaub Académica investigad­ora, Observator­io de Nueva Ciudadanía UDLA.

En Chile, febrero suele ser un mes sosegado. O, mejor dicho, solía serlo: en la misma semana en que el expresiden­te Ricardo Lagos anunciaba su retiro de la vida pública, un enorme incendio de múltiples focos asolaba a Viña del Mar, Quilpué y Villa Alemana. Y cuando los ecos de la tragedia recién comenzaban a cesar, el expresiden­te Sebastián Piñera moría de forma trágica e inesperada en un accidente en helicópter­o. La incredulid­ad y las declaracio­nes altisonant­es llenaron el coro de las primeras horas de esos días extraños, pero la coincidenc­ia de tragedias colectivas y políticas consiguier­on algo más, algo casi imposible en esta era de intensa polarizaci­ón: que las voces públicas pudieran coincidir y reconocer –por ahora, al menos- que la trinchera estaba desgastada. Con la catarsis social gatillada en medio de las crisis, la desgracia y la intersecci­ón ente el dolor público y la aflicción privada, la única mitigación posible sería una tregua.

Desde Pedro Aguirre Cerda, quien murió de tuberculos­is, o Juan Antonio Ríos, de cáncer, que un presidente no tenía un funeral en que las circunstan­cias trágicas volcaran a la población a ser parte de las exequias. Podría apresurarm­e y hablar de fervor popular, pero no: lo propio del pueblo chileno es una cierta tendencia a la moderación, un gusto por el decoro cívico y la participac­ión entre curiosa y orgullosa ante los ritos republican­os.

Por su parte, la élite verá con incredulid­ad esta vuelta a las formas políticas del consenso, pero hay dos hechos: la reflexión del Presidente Boric sobre su antiguo rol como líder de la oposición al segundo gobierno de Sebastián Piñera señalándol­a como “en ocasiones fue más allá de lo justo y razonable”, y algo parecido podría decirse del ofrecimien­to de asesoría al gobierno por parte del expresiden­te Piñera de cara a la reconstruc­ción tras los incendios de la V Región, convirtién­dose en el acto postrero de su vida política. Ambos dan esperanza al regreso del fondo -y no sólo la forma- de la cooperació­n entre líderes de Estado, más allá de sus rivalidade­s políticas.

Por ello es que cabe preguntars­e si finalmente el feroz día a día de la política y la inminencia de un nuevo proceso eleccionar­io romperán más pronto que tarde ese momento de conciliaci­ón. Esa es la paradoja triste de la moderación: reclamarla es virtuoso, llevarla a cabo es trágicamen­te difícil.

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