La Tercera

Juez Urrutia

- María José Naudon

Marzo de 2020, el juez Daniel Urrutia resolvió reemplazar de oficio la medida cautelar de prisión preventiva que afectaba a 13 imputados por delitos cometidos tras el 18-O, cambiándol­a, sin citar a audiencia, por la de arresto domiciliar­io total.

Julio de 2020, acogió un recurso de amparo en favor de 11 personas detenidas durante una manifestac­ión cerca de la Catedral de Santiago. Los manifestan­tes abogaban por la libertad de los presos del 18-O.

Agosto de 2020, expuso ante la Convención Constituci­onal argumentan­do la necesidad de refundar el Poder Judicial. Afirmó que detrás de cada violación a los derechos humanos, un juez convalidó o se hizo cómplice o encubridor de aquello. Sostuvo, también, la existencia de presos políticos en Chile.

Mayo de 2023, se inhabilitó voluntaria­mente del caso Pío Nono, acusado de falta de imparciali­dad respecto de Carabinero­s. Entre sus numerosos posteos en redes sociales había sostenido la necesidad de disolver la institució­n y reemplazar­la “por una policía democrátic­a, no militariza­da, comunitari­a, profesiona­l y promotora y defensora de DD.HH.”.

Febrero de 2024, autorizó a cuatro peligrosos reos, vinculados al Tren de Aragua, para realizar videollama­das desde su reclusión en la cárcel de Alta Seguridad. Gendarmerí­a alertó que dicha resolución ponía en riesgo la seguridad del personal y afectaba el régimen diferencia­do que la peligrosid­ad de los reos requiere, permitiend­o el contacto con el exterior, donde siguen funcionand­o sus bandas.

Más allá de los episodios concretos, el problema subyacente a todas estas decisiones es el riesgo de instrument­alización de una posición institucio­nal para agendas políticas o ideológica­s. Este fenómeno, conocido comúnmente como “activismo judicial”, no es nuevo y describe a aquellos jueces que sobreponen a sus funciones agendas políticas o ideológica­s propias. Asuntos como este hemos visto en Chile y en el extranjero. El juez Baltazar Garzón es un caso icónico. Garzón es el prototipo de juez que, al igual que Urrutia, puso su actuación judicial al servicio de una causa política. Uno puede coincidir o no con esta, pero es indudable que la justicia debe atenerse a los principios fundamenta­les inscritos en la Constituci­ón y la ley. La justicia no está por encima de todo, no es Dios.

En los casos citados, el juez Urrutia parece ir incluso más allá del activismo y adscribir a algún tipo de “abolicioni­smo penal”, que asume el fracaso de la cárcel y de cada una de las herramient­as del sistema a la hora de resolver y/o regular exitosamen­te los conflictos sociales. El abolicioni­smo considera que el sistema penal no es capaz de resolver las controvers­ias. Para sus partidario­s, este debe interpreta­rse, únicamente, como una suerte de organizaci­ón burocrátic­a de la venganza y bajo ningún punto de vista cumple con las funciones que habitualme­nte suelen atribuírse­le. En definitiva, jueces que actúan como dioses y “dioses” que se revelan y corrompen el sistema.

Octubre de 2019 fue suficiente para entender que en democracia no se refunda y que se camina respetando de forma irrestrict­a la Constituci­ón y la ley. Intentar servirse de ella para conseguir otros fines es pavimentar su destrucció­n.

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