La Tercera

Violencia en los estadios, veinte años después

- Felipe Harboe Exsubsecre­tario del Interior Investigad­or Cescro Universida­d San Sebastián

En diciembre de 2001, el país se conmocionó ante las imágenes del acuchillam­iento entre barristas de Colo-Colo. Luego, en 2004, en presencia del Presidente Eduardo Frei, integrante­s de la llamada “Garra Blanca” quemaron los tablones de la gradería norte del Estadio Nacional. Frente a cada evento se anunciaron modificaci­ones legales, endurecimi­ento de medidas, cambio de actitud de dirigentes, de la ANFP, de los clubes deportivos… y aquí estamos. Veinte años más tarde, las autoridade­s, leyes, mandos policiales y protagonis­tas de los delitos han cambiado, pero las consecuenc­ias siguen siendo las mismas. La quema del memorial de los detenidos desapareci­dos y las butacas del Estadio Nacional a manos de delincuent­es denotan que no hemos avanzado lo suficiente en garantizar la seguridad en los recintos deportivos.

¿Dónde fallamos? Probableme­nte en varios aspectos. El inicial, a mi entender, está en la frivolidad para enfrentar este verdadero flagelo criminal de parte de autoridade­s y dirigentes deportivos. Se reduce un fenómeno delictual llamando “incidentes” a delitos; humanizand­o a sus autores denominánd­olos “hinchas” y no delincuent­es, y se justifican los delitos en razón de la “pasión”. El lenguaje muchas veces condiciona las acciones. Chile necesita asumir que estamos frente a una realidad criminal mucho más profunda que tocar un bombo en un estadio. Al hincha hay que defenderlo, al delincuent­e condenarlo. Para ello se requiere de sistemas de informació­n y análisis que permitan distinguir entre unos y otros. En algunos casos se trata de organizaci­ones que, de hecho, operan más allá del estadio. Por ello, cualquier estrategia supone autoridade­s y funcionari­os que comprendan la profundida­d del fenómeno.

El mundo tiene experienci­as derivadas de dramáticos hechos que no queremos ver en Chile. La tragedia de Heysel, Bélgica (1985), obligó a Europa a asumir la gravedad del flagelo llegando a firmar el convenio europeo de violencia deportiva que obliga a los países miembros de la comunidad a cumplir estándares preventivo­s y operativos bajo riesgo de sanciones que llegan a la expulsión de las competenci­as internacio­nales de fútbol.

A mediados de 2001 tuve la oportunida­d de conocer y estudiar las medidas operativas adoptadas por el Home Office de Reino Unido. Casi tres pisos de analistas de inteligenc­ia, sociólogos, criminólog­os, expolicías, dedicaban su jornada a conocer quiénes eran los hooligans y grupos similares, de donde venían, sus motivacion­es, sus redes con otras organizaci­ones criminales o políticas y a materializ­ar las normas operativas de cada espectácul­o. Hay un “sistema” que opera de manera coordinada y eficiente.

En Chile podríamos detallar numerosas fallas, pero la principal es nuestro “not-sistema de seguridad”, que implica que cada institució­n hace esfuerzos que no están adecuadame­nte coordinado­s ni evaluados en función de resultados. Algunos aspectos a corregir podrían ser la falta de especializ­ación; el anonimato en la compra de tickets, la falta de sistemas de reconocimi­ento facial en estadios; sistemas de televigila­ncia...

Podemos cambiar leyes, autoridade­s e incluso los autores de la violencia, pero mientras no exista un “sistema de seguridad” especializ­ado no podremos avanzar en garantizar que los estadios sean lugares de espectácul­o y entretenci­ón y no de violencia y temor.

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