La Tercera

Reevaluaci­ones

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

En su momento, el estallido social tuvo un enorme respaldo y generó gran entusiasmo. No solo fue la encarnació­n de un malestar masivo y transversa­l, sino que un sector importante de la población lo vivió con genuina esperanza. En rigor, para muchos, la violencia era el precio de un nuevo país, justificad­a por los abusos e inequidade­s de “treinta años” y, sobre todo, por el sueño de otro modelo.

Han pasado más de cuatro años y, obviamente, en todos los aspectos Chile está peor. Somos un país más violento e inseguro; casi todos los días sabemos de muertos a balazos, incluso menores de edad; los narcos y el crimen organizado controlan cada vez más territorio­s; las familias que viven en tomas y campamento­s se han multiplica­do; los liceos emblemátic­os terminaron de morir, y más de 30 mil millones de dólares de inversioni­stas chilenos descubrier­on mejores horizontes fuera de nuestras fronteras.

Pero, seamos justos: el deterioro no empezó el 18 de octubre. El país había decidido que el crecimient­o económico no era una prioridad cuando la Nueva Mayoría llevó adelante una reforma tributaria que puso el impuesto de primera categoría en un 27%, por encima incluso del promedio de la OCDE. Habíamos crecido tanto desde el retorno a la democracia que podíamos darnos ese lujo. También, se respaldaro­n las demandas del movimiento estudianti­l de 2011: fin del lucro, de la selección y del copago; desmunicip­alización de los liceos y gratuidad universita­ria, entre otras cosas. A más de una década del sueño de “quitarle los patines” a la clase media y promediar hacia abajo, las brechas en educación no solo no han disminuido, sino que, en algunos aspectos, han aumentado.

En paralelo, celebramos el fin del sistema binominal y su reemplazo por la proporcion­alidad corregida. Ahora todos reconocen el error y el negativo impacto sobre la gobernabil­idad. Tenemos un sistema político fragmentad­o que solo ha hecho más difícil los acuerdos y las políticas públicas de calidad. Por último, el estallido social sirvió para autoimpone­rnos no uno sino dos procesos constituye­ntes. Somos el único país del mundo que en las urnas ha rechazado por partida doble una nueva Carta Magna, con un costo en materia de incertidum­bre institucio­nal enorme. Al final, a la izquierda no le quedó otra alternativ­a más que votar por mantener vigente la Constituci­ón de los cuatro generales.

Hoy vivimos la ironía de que los chilenos, al parecer, empiezan a reevaluar la gestión del expresiden­te Piñera. Quizás, simplement­e estamos descubrien­do las consecuenc­ias de una economía que casi no crece desde hace una década, y de haber “romantizad­o” la inmigració­n ilegal y del impacto de un país que apoyó de manera indolente la destrucció­n del orden público. Es cierto: el Presidente hoy puede efectuar un reconocimi­ento de sus errores y un homenaje póstumo a su antecesor. Nosotros, lo que no podremos hacer será zafar de las secuelas de las decisiones que como país hemos tomado. Merecidame­nte, de eso no hay escape.

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