La Tercera

Minicandid­atos

- Carlos Meléndez Académico UDP y COES

Cuando varios personajes públicos -no necesariam­ente políticosd­e mediana trayectori­a creen que pueden ser Presidente de una nación, estamos ante una señal de declive de la respectiva clase política. Aunque falta un trecho importante para los comicios generales, algunas personalid­ades desde legislador­es hasta influencer­s- han empezado a barajar la posibilida­d de aspirar a La Moneda, comenzando por autoprocla­marse presidenci­ables (y ofrecerse a participar en primarias sectoriale­s). Fundan pequeños partidos -antes que construir coalicione­s-, arengan huestes radicales en redes sociales vía memes desbordant­es de egolatría -antes que contribuir a la despolariz­ación de las élites políticas-, o sencillame­nte se abocan al diseño de pancartas con sus apellidos seguidos del año 2025. Son estas algunas muestras que destacan más la ambición que la capacidad de estos voluntario­sos postores.

El número de partidos políticos en Chile ya es particular­mente alto -pasan la veintena-, lo cual se ha notado menos en comicios -que en la dinámica parlamenta­ria- por la sana tradición de la política local de construir alianzas multiparti­darias que atenúan el tamaño de la oferta electoral. Pero la precocidad con la que empiezan a cocinarse precandida­turas presidenci­ales podría ser un signo de que el próximo año podríamos tener un número mayor de candidatos que el habitual. El desborde de apetitos políticos podría llevar a que cada aspirante explote al máximo posible un nicho dentro del electorado y en vez de buscar construir audiencias más amplias, opte por la oferta escueta para hacerse notar. La lamentable consecuenc­ia sería aumentar la fragmentac­ión, una degradació­n más del sistema político chileno.

Muchas veces se han tomado los procesos políticos en Perú como una advertenci­a para lo que podría suceder en Chile. Partidos políticos que pierden raíces sociales y se vuelven cascarones vacíos, identidade­s negativas predominan­tes que llevan a los electores a votar “en contra de” en vez que “a favor” y la volatilida­d de las afiliacion­es de políticos profesiona­les son algunos indicadore­s del bajo nivel de institucio­nalización de la política peruana que puede replicarse en sistemas políticos en crisis. Pero a esta lista añadámosle un indicador más: la reproducci­ón de “minicandid­atos”, ambiciosos personajes que, a pesar de que ostentan modestos capitales políticos, sueñan con ponerse la banda presidenci­al. Precisamen­te, es este cultivo masivo de minicandid­atos el que, en un escenario de hiperfragm­entación, permitió el éxito del sindicalis­ta maoísta Pedro Castillo, tan amateur y radical que no pudo acaba su mandato por intentar un inconstitu­cional cierre del Congreso.

Poco se puede hacer en materia normativa para desincenti­var la oferta de minicandid­atos, más allá de buscar influir en las voluntades individual­es de wannabe de outsiders. Pero en un contexto de éxitos de radicales libertario­s sin garantías de gobernabil­idad (Milei) o de demanda por émulos de publicista­s autoritari­os (Bukele), cunde la ilusión de probar suerte. Aunque lo más probable es que esos sueños se choquen con una realidad que los devuelva a su tamaño minúsculo.

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