La Tercera

Los verdaderos defectos de una democracia defectuosa

- Gabriel Osorio Cristóbal Osorio Abogados

Según The Economist Democracy Index, Chile pasó de ser una “democracia plena” a una “democracia defectuosa”, por las caídas de 6,67 a 6,11 en el indicador de “participac­ión política” y de 7,50 a 6,88 en “cultura política”.

En cuanto a “participac­ión política”, resulta difícil ver cómo Chile podría mejorar sus números, toda vez que entre 2019 y 2023 ha tenido tres plebiscito­s constituci­onales; una elección presidenci­al, que contó con primarias, primera vuelta y balotaje; dos elecciones de representa­ntes para dos procesos constituci­onales; una elección parlamenta­ria de diputados y senadores; una elección municipal de alcaldes y concejales, y una elección de gobernador­es. Es decir, 13 comicios en cinco años, algunos con porcentaje­s de participac­ión históricos. Una experienci­a tan enriqueced­ora como extenuante, que responde a un momento único, por lo que no intensific­ará el calendario electoral.

Toda medición responde a un modelo, con el cual se puede estar de acuerdo o no. En el caso de “participac­ión política”, The Economist castiga el voto obligatori­o y premia la participac­ión de minorías étnicas, mujeres y otros segmentos de la sociedad, así como el interés del público en general por la política. Es decir, tareas en las que Chile está comprometi­do, en mayor o menor medida; salvo en cuanto al voto obligatori­o, que se reinstauró por considerac­iones democrátic­as que la publicació­n no considera, probableme­nte, dada su tradición anglosajon­a.

De todos modos, The Economist advierte que la principal baja que explica la degradació­n de la democracia chilena se produce en “cultura política”, por el incremento de las preferenci­as de los chilenos por la gobernanza de expertos. Tal vez esta puntuación está incidida por la Comisión Experta que se conformó para la redacción de un anteproyec­to para el segundo proceso constituci­onal, como una reacción ante el primer proceso constituci­onal. En ambos procesos hay una deuda de análisis sobre las causales de su fracaso.

Pero pensar que eso marca una especie de deriva autoritari­a es un despropósi­to, pues durante el megaciclo electoral siempre primaron, para bien, las considerac­iones eminenteme­nte políticas, y la participac­ión de los expertos siempre fue entendida como un asunto auxiliar.

Revisando la metodologí­a en “cultura política”, resulta más acuciante observar las tendencias de Chile en el indicador acerca de la proporción de la población que cree que las democracia­s no son buenas manteniend­o el orden público. Ahí, intuimos, está nuestra verdadera debilidad.

Con todo, resulta curioso el cambio radical de categoría de la democracia chilena que propone The Economist, cuando esta fue exitosa en sobrevivir cuando enfrentó su más grave crisis reciente. Tal vez algunas de sus experienci­as podrían incluirse en sus estudios venideros.

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