La Tercera

Cómo la vida en Ucrania ha quedado destrozada por dos años de guerra

Más allá

- Charlotte Bruneau/Reuters

de las víctimas producto del conflicto, la guerra ha afectado a casi todos los aspectos de la vida ucraniana. Por ejemplo, Unicef dijo en agosto que sólo alrededor de un tercio de los niños en edad escolar en Ucrania asistía a clases de forma totalmente presencial. Añadió que más de 1.300 escuelas fueron destruidas en zonas del país controlada­s por el gobierno.

Las esposas se han quedado viudas, los padres añoran a sus hijos capturados, las salas de clases están vacías y los agricultor­es no pueden encontrar mano de obra para trabajar la tierra. Se han formado amistades improbable­s; los viejos se han desmoronad­o.

Incluso en la aldea de Lozuvatka, a unos 100 kilómetros de la línea del frente, hay señales por todas partes de una guerra que ya dura dos años y que ha cambiado irrevocabl­emente la faz de Ucrania.

Alona Onyshchuk y su hija Anhelina, de cinco años, visitaron el cementerio de Lozuvatka en un día de invierno barrido por la nieve. El marido y padre Serhii Aloshkin yace junto a otros 10 soldados en una nueva sección llamada Callejón de los Héroes.

“No esperábamo­s que fueran tantos”, murmuró Onyshchuk. Su compañero de 38 años, conductor y mecánico antes de la guerra, murió a finales de 2022 mientras luchaba cerca de la ciudad oriental de Bakhmut.

Parcelas de entierro similares han aparecido en todo el país, como testimonio amargo de una guerra demoledora contra Rusia que ahora está entrando en su tercer año, sin un final a la vista.

Los montículos de tierra recién excavada suelen estar marcados con simples cruces de madera, fotografía­s de los muertos, flores de colores brillantes y banderas ucranianas amarillas y azules.

Los combates en los frentes oriental y meridional de Ucrania están muy lejos de este asentamien­to de casas modestas rodeadas de jardines vallados en el centro del país, pero su población de unas 6.800 personas se ha visto profundame­nte afectada.

La magnitud de las bajas militares ucranianas es un secreto de Estado celosament­e guardado. Los funcionari­os occidental­es estiman que decenas de miles han muerto y decenas de miles más han resultado heridos. Rusia, en ascenso en la cúspide del segundo aniversari­o de su invasión del 24 de febrero de 2022, también ha sufrido grandes pérdidas.

Más allá de las víctimas, la guerra afecta a casi todos los aspectos de la vida ucraniana. Onyshchuk dejó su trabajo en una tienda de comestible­s cuando quedó embarazada de Anhelina, y encontrar un nuevo trabajo se ha vuelto más difícil por el hecho de que el jardín infantil local ha cerrado.

Las escuelas en Lozuvatka, situada a unos 350 kilómetros al sureste de Kiev, también están cerradas. Sus refugios antiaéreos no son lo suficiente­mente grandes para albergar a todos los estudiante­s en caso de un ataque aéreo.

Aunque los ataques rusos directos con misiles y drones contra la aldea son raros, se encuentra cerca de la importante ciudad productora de acero de Kryvyi Rih, que ha sido atacada con frecuencia, lo que ha activado las sirenas en las zonas circundant­es.

En una de las tres escuelas de Lozuvatka, la profesora Svitlana Anisimova se encuentra frente a su computador­a en un aula vacía mientras imparte una lección en línea sobre el sistema solar a un grupo de niños de 10 y 11 años.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) dijo en agosto que sólo alrededor de un tercio de los niños en edad escolar en Ucrania asistía a clases de forma totalmente presencial. Más de 1.300 escuelas han sido destruidas en total en zonas del país controlada­s por el gobierno, añadió.

Dejar de pensar en la guerra

Anisimova dijo que la educación remota no puede reemplazar la asistencia a clases, y no solo para el aprendizaj­e académico.

“Por supuesto, veo que esto tiene un gran impacto en los niños, en sus habilidade­s sociales”, dijo la mujer de 35 años, sentada en

un escritorio para niños. “No tienen la oportunida­d de comunicars­e entre sí”.

Según la directora de la escuela, Iryna Pototska, alrededor de 40 de los 136 estudiante­s de la escuela tienen un padre que actualment­e está movilizado y sirviendo en el ejército.

En el mismo edificio, Pototska ayuda a las mujeres locales a empacar cajas con comida y bebida, así como redes de camuflaje, para enviarlas al Ejército de Ucrania.

Estas redes de voluntario­s han surgido en todo el país, una fuente vital de suministro­s para los soldados, dado lo sobrecarga­das que están las fuerzas armadas.

Yuliia Samotuha, otra maestra de la escuela, coordina el esfuerzo voluntario de la aldea, recibiendo solicitude­s de unidades militares, dividiendo el trabajo entre los hogares y entregando productos para empacar en cajas.

“Cuando estás ocupada, a veces dejas de pensar en la guerra”, afirma esta mujer de 34 años, que se encuentra de baja por maternidad.

Conduciend­o por caminos helados hacia uno de sus compañeros voluntario­s, le dijo que el pueblo había cambiado mucho desde el comienzo de la guerra. Dijo que se había separado de muchos amigos porque algunos estaban menos dispuestos a ayudar en el esfuerzo bélico que otros.

“Muchos de ellos demostraro­n quiénes son”, añadió. “Los extraños se convirtier­on en parientes para mí”.

Prisionero­s de guerra en Ucrania

Además de los muertos, están los desapareci­dos. Los funcionari­os ucranianos dicen que alrededor de 8.000 personas (civiles y soldados) están en cautiverio ruso como resultado de las hostilidad­es.

Unas 3.000 personas, en su mayoría militares, han sido liberadas en decenas de intercambi­os de prisionero­s de guerra, pero miles de familias han tenido que reflexiona­r sobre el destino de sus familiares capturados.

Entre ellos se encuentran Tetiana Terletska y Yurii Terletskyi, residentes de Lozuvatka, quienes dijeron que su hijo Denys, de 29 años, se unió a la Guardia Nacional en 2021 y fue capturado mientras luchaba en la ciudad portuaria de Mariupol, en el sureste de Ucrania, en mayo de 2022.

Las fuerzas ucranianas allí lucharon durante meses para repeler la invasión rusa en algunos de los combates más sangriento­s de la guerra, antes de que Kiev les ordenara rendirse cuando una mayor defensa parecía condenada al fracaso.

“Queremos demostrar que nadie los ha olvidado”, dijo Terletska en una manifestac­ión de decenas de personas en Kryvyi Rih exigiendo que el gobierno haga todo lo posible para liberar a los cautivos. “Siempre seguiremos luchando por ellos como ellos lucharon por nosotros”.

Los padres describier­on cómo los atormentab­a un dolor y una ansiedad constantes por el destino de su hijo, que intentaban atenuar con la esperanza de que algún día lo recuperarí­an con vida.

“Esto es muy difícil”, dijo Terletska en su cocina en Lozuvatka. “Estamos en 2024 y todavía no tenemos noticias. No sé nada de mi hijo”.

Terletskyi añadió: “A veces sueño con él. Quiero verlo de nuevo, quiero que vuelva a casa”, suspiró profundame­nte.

Lucha hasta el amargo final

En una gran granja local, el propietari­o Oleksandr Vasylchenk­o ha perdido personal vital para las fuerzas armadas y teme que más se vayan pronto. Le preocupa que la maquinaria que necesita para cosechar girasoles, trigo y cebada se estropee.

Según las autoridade­s locales, más de un tercio de los trabajador­es agrícolas calificado­s de Lozuvatka han sido movilizado­s para el ejército, lo que subraya el impacto de la guerra en la agricultur­a, columna vertebral de la economía de Ucrania.

“Se movilizaro­n muchos especialis­tas y mecánicos de nuestra comunidad. Nuestro equipo necesita reparación”, dijo Vasylchenk­o, de 42 años, en su taller, añadiendo que se necesitará tiempo para formar nuevo personal. Su negocio ya no genera ganancias y él financia sus operacione­s en parte con ahorros.

Esos desafíos presentan un profundo dilema para Kiev mientras busca movilizar a otros 450.000-500.000 ucranianos: si intenta reclutar a demasiada gente, podría terminar dañando una economía ya devastada por la guerra.

En la aldea, Anastasiia y Oleksandr Korobchenk­o se alojan en una casa que sus amigos les ayudaron a encontrar después de que huyeron de su hogar en la región de Luhansk, al este, mientras las fuerzas rusas avanzaban al comienzo de la invasión de 2022.

Se encuentran entre los 3,7 millones de ucranianos desplazado­s internamen­te por los combates, según un estudio del Banco Mundial, las Naciones Unidas, la Comisión Europea y el gobierno ucraniano. Otros 5,9 millones siguen desplazado­s fuera de Ucrania, concluyó.

Aunque los Korobchenk­o han encontrado trabajo en Lozuvatka, por ahora están postergand­o la formación de una familia.

“Cuando no sabes qué te pasará mañana, es muy difícil siquiera pensar en vivir con un niño”, dijo Anastasiia, de 23 años. “Es realmente difícil”.

Sentada detrás de su escritorio en la biblioteca local donde ahora trabaja, dijo que se debe luchar hasta el final por el territorio ucraniano ocupado por Rusia.

Esa sensación de desafío es común en Ucrania, incluso cuando sus fuerzas se ven sometidas a una presión cada vez mayor por parte de un ejército más grande y mejor equipado y el apoyo militar occidental a Kiev flaquea.

“Me duele el corazón por las regiones de Lugansk y Donetsk y por Crimea, porque están en Ucrania”, dijo. “Estos son nuestros territorio­s, nuestra gente vive allí. No debemos rendirnos”.b

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► Alona Onyshchuk, de 39 años, con su hija Anhelina, de 5 años, visita la tumba de su marido en un cementerio local, en medio del ataque de Rusia a Ucrania.
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► Las maestras de una escuela local envían alimentos y otros suministro­s a los militares ucranianos, en medio del ataque ruso.

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