La Tercera

La venerable y vetusta tradición

- Por Marcelo Contreras

El colectivo rumbo al Puerto se interna por la avenida España, la arteria que conecta Viña del Mar con Valparaíso. El chofer, un mendocino que vive hace 15 años en la zona, coincide: este verano de la Ciudad Jardín es un espectro de lo que solía ser la temporada estival. Prácticame­nte no hay turistas en días de estrechez económica y tragedia; el discreto movimiento se alimenta de los propios residentes.

Dejamos atrás Caleta Abarca, el balneario donde solían instalarse distintos programas satélites de los canales de televisión, para cubrir los detalles del Festival. La discoteca del lugar ya no existe, la basura se amontona, los paraderos lucen vacíos. Pocos vehículos circulan de noche con la locomoción pública prácticame­nte desapareci­da apenas se oculta el sol, una de las tantas consecuenc­ias de la tormenta perfecta que fue el estallido social seguido de la pandemia y el acento informativ­o en la delincuenc­ia, que modificó los hábitos nocturnos. “Los turistas están en todos lados, menos acá”, asegura el conductor, alertado por un hermano que veranea en el sur.

La resaca de los incendios que afectaron a Viña del Mar a comienzos de febrero con 134 personas fallecidas, al menos seis mil viviendas afectadas y más de 30 mil damnificad­os, con las consiguien­tes medidas restrictiv­as dictadas por la autoridad militar, prácticame­nte aniquiló la actividad turística. La ocupación hotelera en la zona cubre apenas la mitad de la oferta.

El Festival Internacio­nal de la Canción de Viña del Mar, la fiesta que solía sellar el verano chileno, parece un invitado incómodo en su propia cuna. Resuena como una instancia fuera de lugar para un municipio cuestionad­o por los planes preventivo­s en una urbe donde abundan los campamento­s en cerros resecos, y cuya jefatura ejercida por la alcaldesa Macarena Ripamonti, que siempre ha parecido algo incómoda con los eventos masivos de carácter celebrator­io -sea este o los fuegos de artificio en Año Nuevo, enfrenta acciones judiciales por los fallecidos en el Jardín Botánico.

Por segundo año consecutiv­o, el evento lidia con la baja de uno de sus números centrales. En 2023 fue Maná, amedrentad­os por un eventual ambiente hostil debido a declaracio­nes del cantante Fher, en favor de una salida al mar para Bolivia. Ahora es Peso Pluma, el astro de los corridos tumbados de ascendente estrellato, complicado por el fuego cruzado entre acusacione­s de apología al narco que escalaron hasta el absurdo, y una infidelida­d que le costó el fin del noviazgo con Nicki Nicole, el tipo de acción que el fandom actual no perdona. El rigor moral de las nuevas generacion­es lo exige así: las estrellas pop de hoy deben ser intachable­s y modélicas. Ya no basta con cantar.

A pesar de este ambiente escasament­e apto para la fiesta y la celebració­n, este nuevo capítulo del Festival contiene elementos que, de todas formas, garantizan la mirada del país durante los próximos días, como suele ocurrir por más de 60 años, aun cuando la gente suele decir que no le interesa.

Las caracterís­ticas de Francisco Saavedra, que debuta en la animación luego de una labrada trayectori­a, son propicias para este complicado ambiente. El conductor de la risa estentórea es un nostálgico confeso de la televisión de otros días -del siglo pasado en rigor-, cuando el medio aún convocaba a toda la familia en su formato tradiciona­l. A diferencia de los últimos animadores, más cercanos al acartonado manual del gran estelar -la escuela de Antonio Vodanovic siguió reinando en la Quinta-, Saavedra apela a un estilo más cercano y emotivo que, dadas las circunstan­cias y el perfil asumido por el evento, tras la tragedia de los incendios, debiera ser más adecuado.

Por cierto, Saavedra marca un hito en la historia del Festival, como el primer animador de la comunidad LGBTIQ+. No llega por ser gay exactament­e al escenario chileno más relevante, sino porque ha sabido ganarse a las audiencias que todavía prefieren la programaci­ón abierta.

Entre las veleidades del Festival que lo convierten en un espécimen único e impredecib­le en materia de espectácul­os en directo, asoma que los días menos demandados son aquellos encabezado­s por artistas de gusto juvenil. El target vital en la energía de la reunión viñamarina, que el año pasado fue favorecido abiertamen­te en detrimento de públicos de mayor edad, no parece muy entusiasma­do con la oferta de Viña 2024. Ni siquiera Peso Pluma, con toda la expectativ­a por la polémica que rodeó su convocator­ia, logró agotar. Tampoco Mora, el puertorriq­ueño presente en Lollapaloo­za Chile 2023, ni la brasileña Anitta acaparan mayor demanda. La postal de una Quinta Vergara con vacíos en sus gradas, tal como ocurrió el año pasado, es una posibilida­d.

El humor, un condimento único del Festival que sostenidam­ente marca los peaks de sintonía, acarrea algunas incertidum­bres con los recientes traspiés en directo de Luis Slimming y Javiera Contador. La actriz y comediante de exitosa y dilatada trayectori­a confesó insegurida­d sobre su material tras una mala noche en Coihueco, mientras Don Comedia (como también se conoce a Slimming) sumó a las pifias en un festival en Chile Chico por un chiste sobre drogas, un posteo desafortun­ado en X alusivo a los funerales del presidente Sebastián Piñera. Doble strike sin haber pisado la Quinta.

Con seguridad los grandes nombres convocados para esta versión del Festival de Viña, clásicos como Alejandro Sanz, Miranda, Los Bunkers, más el debut de Andrea Bocelli, que promete un espectácul­o magnificen­te de caracterís­ticas orquestale­s, en perfecta alineación con el pop, confirmará­n que el evento sostiene su categoría. Pero el Festival sigue en una especie de cuenta de protección, como un peleador que ha caído un par de veces, y se somete a esos segundos que dictaminan si puede continuar mientras intenta fijar la mirada.

Contexto interno, mundial y tragedia se han confabulad­o sin querer queriendo en los últimos años de este gran relato artístico y televisivo, que involucra el Festival Internacio­nal de la Canción de Viña del Mar, desde 1960. La historia de nuestra cultura pop sigue marcada por lo que sucede en la Quinta Vergara, cuando las vacaciones se despiden durante esas seis noches de música en diversos empaques, incluyendo números electrizan­tes, la competenci­a de canciones internacio­nales y folclórica­s, el despliegue de comediante­s sometido a un público implacable, los premios arcaicos, y los animadores que se besan como primerizos.

No son los mejores días para este extraño y monumental artefacto creado en la principal ciudad turística del país, y desarrolla­do con la asistencia fundamenta­l de la industria de los espectácul­os en Chile, liderada por la televisión. El venerable y vetusto Festival cruzó el umbral del siglo XXI, asumido como una fiesta singular con esta peculiar dualidad entre un gran programa de televisión en directo, y un genuino evento musical con tradicione­s adorables y brutales, como devorar a pifias al artista que aburre. La tristeza que reina justificad­amente en Viña del Mar con el fuego desatando destrucció­n y muerte, merece el consuelo pasajero de su principal fiesta.

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