La Tercera

Modernizar el rol de la Primera Dama

- Macarena Cox Pivotes

Con la muerte del expresiden­te Sebastián Piñera se reabrió un debate que parecía dormido: un 54% de los consultado­s por Cadem estaría de acuerdo con que se restituya, a través de la aprobación de una ley, el cargo de Primera Dama. Y, en paralelo, la figura de Cecilia Morel se posicionó entre las mejor evaluadas del país. Sin embargo, el tema se ha tocado con mucha superficia­lidad: mientras algunos quieren evitar que el cargo se reponga, otros buscan que regrese, pero sin entrar en el fondo del asunto.

En una era marcada por rápidos cambios sociales y políticos, la institucio­nalidad de roles tradiciona­les como el de la Primera Dama se somete a un escrutinio merecido y necesario. La modernizac­ión del Estado nos obliga a replantear y, si es necesario, redefinir las funciones de figuras que, aunque cargadas de historia, pueden parecer anacrónica­s en el contexto contemporá­neo.

Se podría argumentar que hay razones válidas para institucio­nalizar formalment­e el cargo de la pareja presidenci­al. Siendo una persona de significat­iva relevancia pública, hay preocupaci­ones legítimas sobre conflictos de interés y la posibilida­d de que, por ejemplo, si trabaja en el sector privado pueda estar sujeta a críticas de clientelis­mo o favoritism­os indebidos, lo que la obligaría a renunciar a algún cargo. Por otro lado, si lidera iniciativa­s de políticas públicas, es imperativo que estas sean estables y coherentes con los objetivos a largo plazo del Estado.

Sin embargo, es crucial hacer una distinción entre el reconocimi­ento debido a su rol público y la necesidad de llenar el cargo en cada administra­ción. No es razonable asumir que la posición debe ser ocupada independie­ntemente de las circunstan­cias personales del Presidente o la Presidenta en turno, sobre todo consideran­do que dos de los últimos tres mandatario­s no tenían una pareja estable. La pareja del Presidente -sea cual sea su género- puede jugar un rol, institucio­nalizarse y darle un margen de acción, pero cuando se cumplan ciertas condicione­s. No debemos llenar el cargo porque sí, debe tener un foco más republican­o.

Toda esta discusión deja muchas preguntas que hacen necesario abrir el debate. Dicho puesto podría tener el foco en liderar causas sociales. No obstante, es relevante que queden establecid­as las condicione­s. ¿Tendrá presupuest­o? ¿Tendrá equipo? ¿Habrá margen de acción? ¿Si se separa del mandatario, queda inhabilita­da del cargo? No es trivial, debe quedar normado.

La modernizac­ión del Estado exige que se debata abierta y constructi­vamente sobre cómo podría evoluciona­r este cargo. Podríamos imaginar una estructura más flexible y moderna, una que permita que el rol evolucione según las necesidade­s de la administra­ción y los tiempos, sin estar atada a formalismo­s del pasado. Tal vez sea el momento de considerar si el cargo debe ser más un título o una posición de responsabi­lidad definida, con deberes y expectativ­as claras y acordes a los desafíos del siglo XXI.

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