La Tercera

Jueces activistas y estado de derecho

- Javier Sajuria Profesor de Ciencia Política en Queen Mary University of London

Las últimas actuacione­s del juez Urrutia llaman la atención no solo por el poco criterio de sus decisiones, o incluso por los evidentes riesgos de conflictos de interés que se han conocido, sino porque estamos acostumbra­dos a una noción de los jueces como funcionari­os y no como actores políticos. Mientras más comprendam­os las distintas dimensione­s de la función judicial, más fácil será determinar qué es lo que correspond­e en el comportami­ento de un juez.

En medio del estallido social y sus repercusio­nes, el juez Daniel Urrutia terminó la prisión preventiva de 13 personas imputadas pertenecie­ntes a la primera línea. Su decisión, revocada rápidament­e por la Corte de Apelacione­s, fue bien recibida por un número de actores políticos que vieron en ella una reivindica­ción de sus demandas postestall­ido. En el fondo, la figura de un juez, un funcionari­o de la ley, tomando partido por los “presos de la revuelta”, le otorgaba validación a su posición. En un país con una tradición judicial basada en la noción de que los jueces son interpreta­dores de la ley y no activistas, las acciones de Urrutia se convirtier­on en una versión legítima de los hechos.

En las diversas acusacione­s que se han hecho últimament­e sobre “activismo judicial”, las que hay contra Urrutia son las más llamativas. Su reciente decisión de permitir videollama­das desde la cárcel lo puso en entredicho con Gendarmerí­a. Pero el carácter político de la función judicial no tiene por qué ser tan explícita. Una de las demostraci­ones más recientes es la crisis de las Isapres, gatillada por la decisión de la Corte Suprema de ignorar su tradición de décadas y decidir que una de sus sentencias debía tener aplicación general.

Después de años en que las Isapres seguían aprovechan­do la inactivida­d de gobiernos y congresos sucesivos, los ministros de la Suprema decidieron tomar una acción política que puso en entredicho al resto de los poderes del Estado. Hoy, en medio de un debate complejo en el Congreso, los sectores políticos batallan para lograr una solución que permita la superviven­cia del sistema de salud. Todo esto, gatillado por un Poder Judicial cansado de tener que limpiar los errores u omisiones de los otros actores políticos. Con un tinte menos sensaciona­lista que Urrutia, la decisión de la Suprema sobre las Isapres es otro ejemplo más de que los jueces tienen –y siempre han tenido– un rol político en una democracia.

Entonces la pregunta es si vale la pena escandaliz­arse porque los jueces tengan opinión política y actúen en conciencia. Mi respuesta es que no, pero que sí es importante reconocer los límites. Siempre ha sido un secreto a voces que los jueces obedecen a ciertos parámetros ideológico­s. Los exámenes que hace el Senado ante nombramien­tos en la Suprema o el Tribunal Constituci­onal siempre están llenos de referencia­s a los fallos en temas clave como protección al consumidor, derechos humanos o justicia criminal. La decisión pasa más por cómo fallan y no tanto por sus argumentos. Pero una cosa es reconocer que los jueces tienen derecho a albergar ideas sobre cómo se organiza la sociedad y que lleven adelante su labor conforme a esas ideas. Otra cosa distinta es tomar decisiones que ponen en riesgo la estabilida­d y seguridad de nuestro sistema y políticas públicas. En eso último, Urrutia queda fuera del juego.

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