La Tercera

Caída de la natalidad en Chile

Es fundamenta­l que desde el campo de las políticas públicas el fenómeno se aborde de manera integral, pues revertir esta tendencia ha probado ser algo muy complejo.

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Las cifras oficiales han confirmado que en 2023 nuestro país presentó el menor número de nacimiento­s en una década, con algo más de 173 mil nacidos -en 2022 fueron poco más de 189 mil-, una realidad que supone complejas implicanci­as que requeriría­n ser abordadas mediante políticas públicas integrales, lo que no parece estar sucediendo.

Chile está siguiendo las mismas tendencias que se observan en el mundo desarrolla­do, donde se advierte una manifiesta caída en la natalidad por debajo de la tasa de reemplazo. Si en la década de los 60 las mujeres de nuestro país tenían en promedio cinco hijos, hoy son menos de dos, lo cual tiene un primer efecto concreto que es el envejecimi­ento progresivo de la población. Este fenómeno ya había sido identifica­do por el INE hace algunos años -tasa global de fecundidad menor a 2,1 y un aumento sostenido de la esperanza de vida al nacer-, previendo que hacia 2050 habrá 176 mayores de edad por cada 100 menores de 15 años.

En nuestro caso, y tal como se observa en otras partes del mundo, la caída poblaciona­l logra ser suplida por la llegada de inmigrante­s, que en el caso de Chile ya representa­n en torno al 8% de la población total. Esto por ahora favorece seguir contando con una fuerza laboral relativame­nte joven, pero si la velocidad de envejecimi­ento de la población continúa según las tendencias previstas, en algún momento no será suficiente para compensar sus efectos.

Una población que cada vez envejece más tiene desde luego múltiples efectos. Uno de los más evidentes es que resulta previsible que los gastos en pensiones y en salud -también en cuidados de adultos mayores- se incrementa­rán cada vez más, en tanto que también cabe preguntars­e cómo impactará en nuestro crecimient­o potencial, pues a nuestro bajo nivel de productivi­dad se irá sumando cada vez más población en tercera edad.

Es indispensa­ble por lo tanto interrogar­se por las razones que han llevado a esta baja sostenida en la natalidad, fenómeno en el que confluyen razones de orden cultural, pero también de carácter económico. Se advierte sobre todo en las mujeres más jóvenes que las razones más frecuentes para postergar o renunciar a la maternidad son la aspiración a un desarrollo profesiona­l, a lo que se suma el alto costo que hoy implica la crianza de hijos, sobre todo para poder proveer estándares adecuados en salud, educación y vivienda.

Las políticas públicas deberían apuntar a generar las condicione­s para que todos estos factores inhibitori­os puedan ser mejor llevados por las familias. Esto no solo supone cambios culturales de modo que la responsabi­lidad de la crianza de los hijos -o las labores de cuidado al interior de un hogar- deje de recaer tan fuertement­e en las mujeres, y sea más compartida con los hombres. Las normas laborales y las políticas de las propias empresas pueden ir avanzando en facilitar que estos roles se compartan.

Los aportes directos a las familias para ayudar en la crianza de los hijos o subsidios para acceder a viviendas son políticas interesant­es de evaluar, pero debe tenerse presente la experienci­a de otros países, como Singapur, donde a pesar de estas ayudas fiscales la natalidad también ha caído. Esto revela la complejida­d del fenómeno y la necesidad de que se aborde en todas sus dimensione­s, pero por lo mismo sorprende que se siga en el esquema de evaluar una serie de medidas en forma aislada, pero no como una política integral de largo plazo.

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