Verano aciago
En muchas ocasiones los veranos chilenos traicionan la idea de una ensoñación cansina de holganza, de una tregua del diario vivir, en la cual se esperan días luminosos, diversión, lecturas para algunos y, en todo caso, cercanías afectivas alegres. Pero nuestro país, que posee un gran paisaje natural, suele mostrar que esa naturaleza variada y bella no es como dice nuestro himno nacional con demasiado optimismo: “Una dulce patria”. Es más bien desapacible, en ocasiones áspera, ríspida y frunce el ceño muchas veces cuando menos queremos: en verano.
A los terremotos se agregan diversas plagas y con el alza de calor que nos brinda el cambio climático, contando, además, con la ayuda de la negligencia y la maldad humana surgen incendios gigantescos y letales, para los cuales nadie está nunca del todo preparado.
Es muy triste también cuando un hombre político como el Presidente Sebastián Piñera muere de manera repentina e impensada, en momentos en que estaba en plena actividad y continuaba sirviendo de manera importante a la vida democrática del país.
Cuando a ello se une, como ha sido mi caso, dolores privados, pérdidas y conmociones profundas, abruptas, inesperadas, que nos recuerdan brutalmente la fragilidad y el arbitrio de la condición humana, el verano se vuelve un báratro.
Pero no solo nuestro verano está siendo nefasto. En el hemisferio norte están en pleno invierno y también ese invierno ha sido ingrato, pero más que por catástrofes naturales, lo ha sido por la acción humana.
En verdad el mundo no anda bien. Estamos llegando al primer cuarto del siglo XXI con un fuerte desfase entre el avance científico y tecnológico y un retroceso de la democracia, la libertad, la convivencia social, la tolerancia y la densidad moral. Convivimos con dos guerras cruentas, una provocada por un dictador cuya ambición crece cada vez más y está dispuesto a repristinar el poder de Rusia, a sembrar de cadáveres a Ucrania y provocar la muerte de sus adversarios internos. La fría mirada de Putin cada día desprecia más no solo la democracia liberal, sino la convivencia civilizada.
El conflicto entre Israel y Palestina aparece hoy sin solución, al terrorismo cruel e inaceptable de Hamas se ha sumado una respuesta brutal y desproporcionada del grupo dirigente israelí conducido por Netanyahu, lejano al espíritu de las bases fundacionales de Israel. Las voces que llaman a la ponderación no son escuchadas vengan del Vaticano o de
EE.UU.
Es muy desesperanzador mirar un futuro donde la situación actual podría no solo prolongarse, sino también empeorar. ¿Se imaginan un cuadro como el actual donde frente a los autoritarismos la democracia más antigua del mundo fuera gobernada por Trump?
En este escenario mundial nosotros los chilenos debemos reflexionar seriamente sobre cómo vivir juntos.
Es claro que habitamos un territorio difícil que nos exige mucha capacidad de resiliencia. Nos obliga también a tener instituciones fuertes, a ser más austeros, a evitar al máximo la corrupción, cuya fuente es la codicia y el egoísmo personal o de clan.
Nuestra adversariedad democrática debe hacerse con reglas políticas que deben ser corregidas para permitir generar mayorías y a la vez facilitar los acuerdos. No podemos avanzar con un conflicto social exacerbado. Con un doctrinarismo fragmentador, concibiendo como cuestiones contradictorias lo público y lo privado, la creación de riqueza y el bienestar social. Por ese camino hemos retrocedido y nuestro potencial ha disminuido.
Los problemas que enfrentamos, sobre todo el de la creciente criminalidad organizada, son muy difíciles de enfrentar y, a la vez, es urgente y complejo. Pasa por la estructura urbana, por la policía y la justicia, pasa por una coordinación que no se someta al interés político e inmediato. Siendo importante y laudable la simbología republicana mostrada por el Presidente Boric en el reciente funeral de Estado del Presidente Piñera, resultará efímera si no se apoya en la búsqueda de salidas a un Chile estancado que no recupera el camino del progreso extraviado hace ya demasiados años. Se requiere más decisión, mejor gestión y mayor eficiencia.
Mal hace la oposición en endurecer sus posiciones, la negación de “la sal y el agua” de unos a otros jamás ha traído progreso y convivencia democrática a Chile. Es cierto que quizás es tarde para que este planteamiento sea escuchado, porque ya el ambiente comienza a ser electoral y las elecciones llaman a subrayar las diferencias, pero los partidos y los candidatos deberían aprender del resultado de los plebiscitos, de los sonoros rechazos a los textos que no postulaban esfuerzos de moderación y de acuerdo, deberían mirar con más atención aquellas mediciones que muestran un área moderada ampliamente mayoritaria en el país, que desea ver avances graduales y no refundacionalismos ni regresiones borbónicas.
Quién sabe si el éxito esta vez estará del lado de los que hablan con sensatez, para bien de Chile.