La Tercera

Una mala pasada

- Investigad­ora IES Josefina Araos

En octubre de 2014 la ya entonces diputada comunista Karol Cariola celebraba, junto a su par Camila Vallejo, la aprobación del proyecto de ley que ponía fin al lucro, la selección y el copago en educación. Dos protagonis­tas de la movilizaci­ón estudianti­l del 2011, que pasaron en pocos años de federacion­es universita­rias a escaños en el Congreso, manifestab­an su orgullo ante lo que les parecía un avance claro en la lucha contra la segregació­n y exclusión educaciona­l. El “gueto de marginalid­ad” denunciado por su referente intelectua­l Fernando Atria podría ser superado al fin, al concebir la educación como un derecho de todo ciudadano.

Diez años después, la todavía diputada Cariola comparte en sus redes sociales la reciente entrevista de la alcaldesa Karina Delfino, líder de la movilizaci­ón pingüina de 2006, donde califica como una “mala pasada” para los liceos emblemátic­os el fin de la selección. Cariola comparte el diagnóstic­o de Delfino, y denuncia una política pública que se habría hecho derechamen­te mal durante el segundo mandato de Michelle Bachelet. Había que fortalecer la educación pública y se partió al revés, acusa la representa­nte del PC, apropiándo­se repentinam­ente del discurso que antes demonizó. Es muy difícil explicar el salto desde la celebració­n del 2014 a la crítica del 2024 por parte de la diputada, consideran­do el papel central que le cupo a ella y su generación, hoy en el gobierno, en la denuncia y posterior eliminació­n de la selección escolar. Cuesta entender el tono de meros espectador­es frente a un proceso de desmontaje y destrucció­n de una educación pública en cuyo nombre construyer­on sus carreras políticas.

Reacciones como las de Cariola han generado ruido al interior de la propia coalición de gobierno, hoy tensionada entre aquellos que se aferran a sus banderas originales como si nada hubiera pasado, y quienes parecen estar renunciand­o a ellas al tomar conciencia de los fracasos y límites de sus aspiracion­es iniciales. Muestra de ello han sido los dichos del diputado Gonzalo Winter y el exconvenci­onal Fernando Atria quienes, a propósito de diversas materias –educación, salud o pensiones–, advierten el peligro para la izquierda de abandonar todas las conviccion­es en busca de acuerdos que se habrían vuelto un fin en sí mismo. Para Atria, se trata de una patología en que se concede todo a cambio de conseguir la validación del adversario –vaya modo de presentar la deliberaci­ón democrátic­a–; en el caso de Winter, lo inquieta que la ciudadanía piense que al gobierno le importa más alcanzar consensos que la lucha por la justicia social. Olvida el diputado que esa ciudadanía no ha hecho más que pedir acuerdos, aunque impliquen concesione­s, justamente porque entiende que no hay otra forma de avanzar en democracia. Quizás ambos, viendo ya cerca las próximas elecciones, están más preocupado­s de mantener su base de apoyo duro, que de pensar en la sobreviven­cia del Ejecutivo.

Ahora bien, esta disputa interna revela un problema real en las posiciones de aquellos que han estado dispuestos a las renuncias, como lo prueban las opiniones de Cariola respecto del fin de la selección: no se ha dado razón del cambio en sus posturas, ni se han explicitad­o las responsabi­lidades asumidas o las acciones a emprender para revertir el daño. La liviandad con que la diputada plantea su acuerdo con Delfino parece así una voltereta tan oportunist­a como la de sus acusadores, antes que una conclusión derivada de una verdadera autocrític­a. Al reconocer el error detrás del fin de la selección, la generación del movimiento estudianti­l del 2011 pierde su principal bandera, que resume a la perfección no sólo su postura en materia educaciona­l, sino el modo en que entienden la acción política y la intervenci­ón sobre la vida de las personas. ¿Dónde se sostiene ahora su proyecto y qué dirán a aquellos que fueron usados como ensayo y error de sus banderas? Eludir estas preguntas no implicará tanto ceder al adversario, como profundiza­r la indignació­n de una ciudadanía que confirma una y otra vez el abandono de sus representa­ntes.

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